Casi todos los días que debía salir a alguna diligencia o a
cumplir con la rutina, podía ver a don señor sin camisa, con unos pantalones de
paño y chanclas, sentado en una silla plástica en la acera de su casa. No
recuerdo con exactitud cuándo fue la primera vez que lo vi, pero siempre tuve
la imagen de que era un viejo huraño, quizá por su cara de pocos amigos, cual
perro bulldog, aunque esa raza animal al final es gentil. «No juzgar por las
apariencias». Ese mensaje, en un gran letrero de plástico o tal vez en un
tablero electrónico, debería estar en muchos lugares donde nos movemos, donde
hacemos nuestra vida.
El caso es que en la imaginación y la fantasía literaria,
empecé a imaginarme como émulo de Víctor Gaviria y el neorrealismo italiano de
sus producciones, y en las mías, siempre creadas mentalmente, incluía a don Heraclio
-o don Heliodoro, o como se llamara-. Me imaginaba incluso un diálogo
hipotético, en el cual le proponía que hiciera las veces de un mafioso de poca
monta que iba a un lupanar lleno de jovencitas y le daba por sobrepasarse, de
manera exageradamente morbosa y ruin, con la más tierna, ingenua, desamparada y
primeriza en un oficio que difícilmente muchas disfruten. Seguramente por razones
crueles terminó metida allí. Ella, a su vez, presa de pánico, terminaba siendo
defendida por algún personaje secundario -lavaperros de otro mafiososo- que
luego tomaría un papel más protagónico, luego de enfrentarse a ese pequeño capo
de pueblo.
Era el perfil al que podía aplicar don Heraclio, al menos
así lo veía yo. Entonces le conté a mi hermano la idea y nos volvimos cómplices
de una simulación, de una situación en que yo le extendía la propuesta al señor
y que este ardía en ira y me despachaba de su casa a punta de improperios bien
sustanciosos y rebuscados. Lo terminé etiquetando como «mi actor favorito», por
decir que se ajustaba a ese perfil de viejo morboso y degenerado, que usaba
términos soeces y grotescos. Cada momento en que transitaba con mi hermano esa
zona, buscábamos al personaje y empezábamos a recrear, una vez más, la
simulación y las respuestas cargadas de indignación.
En los últimos tiempos, dejamos de verlo en su silla
plástica, mirando con cara de pocos amigos y amonestando a sus nietos. Parece
que ya no está, porque las últimas veces se le veía reducido, cansado, enfermoso.
El actor favorito dejó este mundo y no pude proponerle que hiciera parte de mi
película. De todas maneras, ya la realicé muchas veces en mi mente, porque no
soy director de cine y no creo que me meta en ese negocio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario