lunes, 16 de noviembre de 2015

Pareja Perfecta

Era el tipo de pareja ideal. Llevaban seis años de conocidos y tres de noviazgo. Mitad y mitad. Suficiente cantidad de tiempo para construir amistad y cimentar relación íntima. Todo comenzó de una manera que muchos llaman "casual", incluso muy "cliché". Martes por la tarde, a eso de las cinco, John iba en el bus, ya sólo quedaba un puesto y era al lado de él, Jenny se le sentó al lado, venía cansada de las piernas -trabajaba como mesera y así se pagaba los estudios universitarios-. Incluso podría decirse que "el hielo se rompió" de una manera sosa, común y corriente, John se hizo el gracioso, hablando del clima, "qué calor tan inmundo, estoy que reviento", ella asintió, al principio tímida y con algo de desidia "mmm... Sí", monosílabos, pero por alguna razón, al hombre "le fluyó" repertorio verbal y de un momento a otro, logró empezar a arrancarle sonrisas -porque, no deberíamos ser injustos con nuestro personaje, tiene humor fino, sabe "aplacar auditorios"- y así obtuvo datos de contacto de la señorita.
Salieron muchas veces, no se interesaron de inmediato por concretar relación de pareja, eran personas pacientes e interesadas por disfrutar y apreciar cada instante de la existencia, sin forzar situaciones o concreciones. Incluso fueron confidentes recíprocos, porque cada cual tuvo romances y desengaños con otras personas durante esos tres años. Una tarde se dieron cuenta que podía funcionar y listo, le imprimieron otro tipo de trascendencia a la interacción. Se lanzaron a otras ligas muy diferentes.
Y les funcionaba. Había cariño y devoción de parte y parte, confianza, diálogo, cariño, respeto, proyección. Amor. Muchas personas cercanas envidiaban su unión. Algunas casi de manera obsesiva, es que todo era perfecto, por no encontrar palabra mejor para describir lo que denotaba esa bella pareja.
Jenny, una experta en la Administración de Empresas, curtida especialmente en la legislación mercantil, podía asesorar a quien quisiera. Brillante, dinámica, inteligente. Detallista y hogareña, también. Una mujer integral. John, por su parte, un avezado arquitecto. Muy respetado en el gremio, ganador de distintos premios y reconocimientos, una joven eminencia en la materia, con sus treinta y un años, prometedora carrera.
A juicio de "los demás" sólo les faltaba dar el paso esperado en esas historias románticas. Ellos aún no se decidían, porque ahorraban, ahorraban mucho, para comprarse una hacienda campestre -se nos olvidó contarles que amaban el campo enormemente- y sólo viajar a la ciudad para responder a sus ocupaciones profesionales. También amaban viajar, lo que ocasionaba que no hubieran tomado con más inmediatez la idea de oficializar -en términos religiosos- la convivencia.
Las veladas de carácter social, en esas que se integraban con sus círculos de amigos, eran gratas para todos. Esta pareja fungía como excelentes anfitriones. Más allá de una atención meramente material, eran maravillosos conversadores y tenían talento para agasajar incluso al más parco y malhumorado. "Ehhhh qué bacanería reunirnos con esta gente", "definitivamente me subieron el ánimo, me hubiera pesado no venir", "no cambio este plan por otra cosa". Esas y muchas más, frases tipo reflexión sintetizada cotidiana, las más usuales entre el círculo de allegados. Ciertamente, Jenny y John, John y Jenny, brillaban.

"No le toquen los viernes a esta pareja, les gusta la privacidad. Mmmm, seguro se van a "darse lo suyo" ", una frase de doble sentido, también se repetía en el jovial grupo de amigos.

Los viernes, días especiales entre ellos, ciertamente.

Caminando por las calles oscuras del barrio de John, esta pareja tenía una particular afición. Manoseaban a cualquier anciana o persona mayor que vieran en el camino. No, qué diremos manoseaban, la ultrajaban, porque era violentar, bruscamente, las estructuras rutinarias de esas personas, que tenían unas bases morales, propias de su época, de su contexto, del entorno en que se formaron. Sí, John y Jenny eran aberrados al juicio de muchas personas, o desde la óptica de esas mismas víctimas y, por supuesto, desde la ley.
Callejones oscuros, mucha arboleda que cobijaba las vías, porque los árboles, a cada costado de las carreteras, formaban una especie de arco que tupía aun más esos escenarios de tránsito humano y cotidiano. Eran los lugares perfectos para que nuestra romántica pareja hiciera de las suyas. John siempre tuvo una obsesión por pernoctar en la privacidad de los demás, aunque había sido criado en una familia conservadora que siempre le prohibió "irrespetar al otro". De esa forma, a pesar de haber tenido numerosas oportunidades de satisfacer ciertas necesidades fisiológicas, sentía otras curiosidades, por llegar a "algo más". Y por eso, empezó a "explorar" en otras direcciones.
Jenny, por su parte, cuando inició la relación con John, era algo ingenua. Y por ello se fue dejando llevar en las ideas de su novio, aunque, no seamos injustos, ella también era curiosa. Luego de varios meses de repetir y replicar su intimidad de pareja, no dudó mucho cuando él le preguntó "y qué tal si miramos cómo es la otra gente? Por qué no nos acercamos? A mí me causa curiosidad tocar y forzar a otros...".
Sí. Era eso, era obligar al otro. Someterlo. Por ello, dejaron siempre indefensas y despojadas a varias ancianas. No les importó casi quedar "etiquetados" y reconocidos. Aunque eran hábiles y terminaban por recorrer distintos vecindarios. De esa forma, por un buen tiempo, lograron cuidarse de terminar a merced de la ley, de la justicia.
Eran los viernes de ellos, de pareja. John cerraba el paso a sus amigos. "Es que es nuestro viernes de intimidad, vamos a hacer cositas ricas". Y sí, para ellos, eso era hacer cositas ricas. Manosear -y quién sabe qué más- a las ancianas. Ancianas que venían de misa de seis, u otras que venían de las misceláneas, de las tiendas, de las panaderías, de hacerle visitas a sus amigas ancianas, igualmente. Ciclo repetitivo.
Era el tinglado de dos individuos que se unieron, inicialmente, pensando y proyectando una construcción. Posteriormente, exploraron otras cuestiones.

Era una pareja "perfecta".

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Bohemiamente gastronómica

De entrada, el local parecía estrecho. Las paredes -ahora atestadas de cuadros con distintos motivos y contenidos- denotaban la antigüedad de la casona que había existido antes de pensar en fomentar "la iniciativa" de sustento económico familiar. Un par de mesas de madera con unas tres sillas cada una (del mismo material) y la barra enorme de madera, con bancas cuyos asientos estaban más elevados, unos estantes ubicados detrás de la barra, de los cuales el encargado -usualmente el dueño- escogía las diferentes bebidas que allí tenía para surtir a sus clientes, para inventarse cócteles y agasajar cada jornada, según las necesidades de cada caso y un pequeño umbral que daba a la cocina, terminaban de adornar o "dar forma" a la primera parte del recinto, que por cierto, era habitualmente muy oscuro y cuyo servicio no era otro más que ofrecer ocio, a cambio de diferentes precios, según el nivel del bienestar deseado.
La segunda parte -ahora que han pasado tantos años- se hace más difusa. Algo así como un salón enorme, mucho más oscuro y provisto de mesas y sillas que la zona principal. Tal vez por ello las viejas paredes contaban con telarañas -a manera de adorno-, ahorrando así el uso de más cuadros como decoración. Cada mesa estaba ubicada al lado de una pequeña pared modular, elaborada en madera. Era entonces, preferiblemente, el espacio para desenvolver las citas amorosas o los intentos por lograr que el amor o la satisfacción fisiológica fueran realidad y no pura imaginación.
Era una pizzería. La mejor que he visto, hasta ahora. La disposición del lugar, la atención al cliente y, sobre todo, la calidad del producto estrella, le merecen tal o mejores adjetivos. Salami, hawaiana, jamón: solamente tres recetas del mismo plato y sin embargo, el matiz no se perdía. De esa pizzas algo gruesas, con el jamón algo "torcido" porque al parecer en la preparación se ponía de último, encima del queso, el cual podía quitarse y la masa se veía algo húmeda, pero no por ello se perdía el sabor... Esa era, la pizza del pueblo.
Llamaremos León al encargado, porque tiene cara de llevar ese nombre. Creo que lo hacía por hobby, por afición, por eso que llaman "amor al arte". Su negocio era su pasión. No era expresivo ni jovial, no hartaba de lisonjas ni zalamería a sus clientes, simplemente desempeñaba su papel, y eso no lo convertía en mero instrumento de provisión de dicha temporal: seguía siendo una persona importante, porque mantenía un espacio inigualable.
Ni siquiera llegué a ingerir bebidas alcohólicas allí, apenas era un imberbe derrotado por el acné y las fantasías desaforadas de amor, furor de encuentros sexuales que no llegaron, fama y logros vacuos y frívolos. Refresco y pizza. Nada más. Tal vez en las fantasías de años posteriores, me imaginaba acudiendo allí, degustando el alimento y embriagándome al son de una tertulia provechosa si ésta era sinónimo de convivencia y comunión con los interlocutores, sin importar quiénes fuesen.
Para desgracia de los feligreses de esa secta gastronómicamente bohemia o bohemiamente gastronómica -qué más da, inventemos adjetivos inexistentes, la ocasión lo vale-, León un día se cansó, o quebró, o sus papás, hastiados de ver cómo "el niño" había perdido ingenuidad y hacía más de treinta años sabía lo que era una polución nocturna y que aparte, se gastaba los ahorros encaprichado con un negocio que en algún momento dejó de generar ingresos, habían decidido cerrar y arrendar a otra persona, que tuvo la mejor idea jamás concebida: establecer una tienda de ropa.
A veces se veía a León por ahí. Parecía incompleto, o así me lo quiero imaginar, y me provocaba sacudirlo de manera belicosa e increparlo, cuestionarlo, juzgarlo, embestirlo con mis numerosos por qués, o inundarlo de muchísimos por favores, para que me explicara la razón del final (qué insensato, lo bueno se acaba un día, no hay que patinar tanto en lo mismo), o para que atendiera mi invocación a restaurar lo derruido.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Religión individual

Todas las noches, a eso de las 8, logra la misma tregua con el tiempo: recostarse en la cama y ver televisión, o revisar los textos de sus alumnos, pupilos y empleados. Pero, en la mayoría de los casos termina viendo las aburridas telenovelas de la programación nacional. "Todo un académico y fregándose con estas huevonadas", pensaba con algo de amargura y a la vez, comicidad. Acepta esa rutina, porque ha sido un pacto jamás firmado que alguna vez hizo con el dios de las ocupaciones, con ese mismo que un día le abrió la puerta al éxito personal y profesional, pero de manera traidora, lo lanzó a un maremágnum de tensión, arduas y tediosas tareas repentinas y a la repetición cotidiana de una vida alejada de sus sueños juveniles de libertad.
Ritual diario, religión individual: tres y media de la madrugada, rrrrrrinnnnn suena el reloj antiguo (era de su abuelo, una gallina que picotea unos granos y hay que darle cuerda para que la alarma se active a la hora planeada), se levanta, siempre con sus calzoncillos narizones (harto incómodos, el escroto velludo, arrugado y colgante se abre camino, se evidencia por fuera de la tela), sale descalzo en dirección al baño (que queda a unos quince metros fuera de la habitación), la casa es de piso de madera, y el clima varía, unas veces el frío golpea fuertemente, en otras, el calor permite que las huellas sudorosas marquen el tablado... Orina, empujando con fuerza, le da afán "vaciar el tanque" y por eso afana la meada. Busca el radio viejo que tiene en la sala (unos cuatro metros después del baño, esa sí está alfombrada), lo enciende y empieza a escuchar la sosa emisora de siempre (el viejito renegón, lleva cuarenta años con su programa, despotricando de los mismos políticos, la rueda gira igual así pase el tiempo). Se devuelve al baño, esta vez sí se sienta, excreta con algo de paciencia (si a cinco minutos enfriando las nalgas en la gélida taza puede dársele ese adjetivo), y luego, a la ducha. Agua fría, dos minutos. Se seca "bien", sale otra vez para la habitación, se viste rápidamente. Luego se prepara un desayuno ligero, pan tostado, mantequilla, un rectángulo de quesito, chocolate y un par de galletas de soda...
No vale la pena explicar con detalle su rutina laboral, basta decir que tiene automóvil particular, que se aguanta los distintos embotellamientos para entrar a la "gran ciudad", sigue escuchando la misma emisora, llega a la universidad luego de casi dos horas de viaje, la oficina queda en el fondo, es una eminencia en su profesión y por eso se da (le dieron) numerosos privilegios, la secretaria ya está en su escritorio adyacente al recinto de ese reconocido docente y administrador académico, hay varios papeles y documentos pendientes por revisar... Y así se va el día, almuerzo afanado y pequeño, incluso llega frío hasta la oficina, sigue la tensión y a la vez la emoción de esa misma rutina.
Siete y cuarenta y siete, está regresando a la casa. Día arduo, "me voy a perder la novela", ya le cogió cariño -cual síndrome de Estocolmo- a esa programación televisiva tan patética. Y luego no termina embobado con la caja multicolor, ese día prefiere leer, eso al menos, en algo, enriquece, o así parece.
Luego, rolliza, con senos caídos pero enormes, pliegues abdominales que cubren el vientre y el sexo, cubiertos a la vez por una tela transparente color marrón que es el baby doll, descalza (algunas várices asoman), cabello castaño recortado, nariz aguileña, ojos hundidos, mejillas algo colgantes (los pezones son grandes y se alcanzan a notar a pesar del "vestido", erizados por el frío nocturno. El candor asoma y el ambiente parece reverberar...

... Gestos de gruñido nada eróticos son la respuesta emitida por él, acompañada de una especie de reprimenda o cuestionamiento, "hoy no, qué no ves que estoy concentrado revisando este artículo? Mañana hay que trabajar, dejáte de pendejadas, vení a dormir o seguí en lo tuyo", se vuelve hasta cantaleta y el discurso crece mucho más, "ya la cagué", piensa ella algo abrumada, se queda ansiosa y antojada, le tocó el auto estímulo, complacencia de sí y para sí. Esa parece ser su religión individual. Lo peor, lleva casi diecisiete años en las mismas.