sábado, 24 de mayo de 2008

CARTA - DECLARACIÓN JURAMENTADA

Nadie me pidió que escribiera sobre lo que hice. Es más, no me importa qué tipo de reacciones puedan tener quienes lean esto. Simplemente se me dio la gana hablar del "crimen" que cometí. Y lo pongo entre comillas porque la verdad ya no me arrepiento. Quizá nunca me arrepentí; es más, dudo que lo haga algún día.
Creo que antes de cometer este acto - que yo denomino de limpieza, pues purificó mi ser, el cual estaba perturbado y atormentado en enormes proporciones - sentía miedo, temor... angustia... inseguridad... en fin, un montón de cosas, de pensamientos, de ocurrencias que pasaban por mi cabeza en los días previos al "acto". Enumerar una por una cada una de estas "cosas", me es complicado, es probable que en esta nota no lo haga, pero intentaré ordenar todos los pensamientos acorde a lo que recuerdo de aquellos días.
Creo también que liberarme de un montón de angustias y perturbaciones que me acosaban no puede ser llamado crimen. Nadie puede juzgarme por mi acto, o mejor dicho, no debería hacerlo porque el hecho de cuestionarme es caer en un enorme y empalagoso "tufo moral".
Sí, maté a mi "compañera sentimental". La maté porque estaba harto de muchas cosas, la empezaba a odiar pues sabía que me estaba engañando con otro hombre, pero además de ello, porque cuestionaba sobremanera cada uno de mis actos. Explicar todo el proceso desde que la conocí hasta el "desenlace" no vale la pena, pienso que es innecesario. Simplemente lo único que aquí debe saberse y que yo debía decir es que la maté por adúltera, por mentirosa, por traidora. La maté siete meses después de saber que me engañaba, y me di cuenta porque una vez la escuché hablando por teléfono de manera muy "cariñosa" con alguien. Decidí seguirla de manera encubierta, y cuál no fue mi sorpresa al verla entrando a un motel con otro hombre, un miserable que me doblaba en edad. De ese también me hice cargo antes de entregarme en la inspección. Pienso que vivir sin pene es mejor castigo que correr la misma suerte que ella corrió: la muerte.
Después de haberme enterado del acto de infidelidad del cual era víctima, decidí callar. En mis días de silencio comprendí el por qué de la actitud esquiva y distante que ella había estado manejando por un largo tiempo. Comprendí los besos en público que me esquivó, las caricias negadas, los desplantes casi diarios, las negativas a hacer el amor... en fin, tantas cosas, que ahora no comprendo por qué no la maté antes.
Pero actué de manera represiva consigo mismo. Silencié y ahogué mis angustias, mi dolor, mi rabia y mi frustración. Y, de manera paradójica, empecé a amarla aún más... la anhelaba en las noches de sexo desenfrenado, desvivía por sus besos, me emocionaba totalmente al verla, mi razón se perdía cuando estaba junto a ella.... llegué a creer que estábamos dándonos una segunda oportunidad. Pero sólo era hasta después del acto sexual cuando razonaba nuevamente, reaccionaba, retornando a mi estado racional, donde poco a poco, con mucho dolor y con cierto remordimiento previo, comprendía, clarificaba, me convencía cada vez más que ella debía morir, y que yo era el elegido para oficiar como el instrumento de su muerte.
Pienso que una manera de asesinar adecuada para estos casos, es a puñaladas. Matarla a tiros hubiera sido muy instantáneo, muy fugaz. Yo quería sentir ese momento, esa fuerza iracunda en mi ser, ese calor abstracto en mi sangre, palpitando al son de unas entrañas hirvientes, hijas de la impotencia producto de un engaño, de una desolación, de una frustración constante...
Al rememorar tal sensación, me alegro, y me convenzo que arrepentirme sería un acto de torpes, de insensatos, de inconscientes. Me place haberla matado, no por el placer de matar, sino por hallar la purificación de mi ser enfermo... estaba enfermo de sentimientos nocivos que me iban a destrozar... de todas maneras alguno de los dos tendría que sacrificarse, ella o yo. Alguna vez pensé en suicidarme, pero luego comprendí que no descansaría de tal manera. Por ello fue que esa noche en que hicimos el amor en el motel donde nos acostamos por primera vez, llevé a cabo el final de su vida. El cuchillo que tenía en mi maleta era suficiente para segar de un tajo lento y certero toda esta agonía dual que nos acosaba. Irónico "tajo", lento, pero era un acto que sólo tenía una oportunidad de ser efectuado, y no quería que fuera algo tan rápido, como ya lo he dicho arriba. Cada golpe, cada puñalada era exorcismo, era liberación, pero de una forma casi curiosa, hoy no puedo recordar el rostro de ella en su momento... quizá es producto del furor, del éxtasis que me acogió en el instante.
Después de dejarla muerta en la habitación, le dije al recepcionista que ella se había quedado dormida, que yo ya me iba. Tenía tiempo suficiente para darle un obsequio inolvidable al "amante" que ella tenía. Aquí no contaré como acaeció la defenestración de aquél, cometida bajo mi mano, pero sí es claro que él me recordará cariñosamente.
Yo, por mi parte, procuraré algún día salir de aquí, para vivir tranquilamente con alguna mujer que quiera estar conmigo y darnos mucho, mucho amor... la condena es de unos quince años, estaré listo para ese entonces.

lunes, 19 de mayo de 2008

....sin palabras......

los instantes siguientes al ataque se fueron tornando inciertos... la panorámica comenzaba a ensombrecerse.... la lucidez de siempre se transformaba en un sinfín de incongruencias e incoherencias. Una risa nerviosa acompañada del "me estoy muriendo" al ver que se estaba desangrando eran las expresiones ante la situación... resignación extraña con burla temerosa. Miedo, miedo, desolación en un ambiente desprovisto de compañía alguna. Buscando ayuda, no había tiempo, cada segundo transcurrido era ya un segundo perdido, un segundo más que acercaba esa brecha tan ambigua que hay entre la vida y la muerte... menos vida a cada segundo, cercanía cada vez más a la muerte.
Agonía extraña que no laceraba, que simplemente llenaba de cuestionamientos, "Por qué a mí", "por qué pasó", "ya qué se le va a hacer, ja, me estoy muriendo"... aire resignado... sospecha de lo contundente, pero quizá la risa nerviosa optimista, sustentada en esa leve esperanza que sobrevive en muchos casos, creyendo que llegaría a un lugar donde se le pudiere salvar de su herida mortal. Esperanza a su vez ambigua e incierta, pero suficiente para mantenerse firme unos pocos segundos o instantes más......

Triste historia que no tuvo final feliz porque a pocas cuadras, desangrado totalmente, cayó al suelo y sólo la noticia fatal, tan total y deplorablemente inesperada llegó un 3 de octubre a las 4:49 de la mañana a mi teléfono.

domingo, 18 de mayo de 2008

Otra manera de empezar "El Imbécil"

Horacio miraba distraídamente el cielo, recostado sobre una pequeña pradera del parque de su barrio. Las nubes se paseaban lentamente a través del cielo, que se antojaba pintarse de un profundo azul. Pronto sería de noche. "Qué tal que las nubes tuvieran vida propia? Llovía entonces porque el cielo estaba triste? Hacía sol porque estaba enojado? Cómo sería entonces el cielo cuando estaba contento?". Aquellos insulsos pensamientos le ocupaban, sin embargo, la mente, y lo alejaban de auqellos pesimistas pensamientos que le asaltaban a cada momento. Recién había terminado con su novia, a la cual había adorado sin cesar hacía pocos meses, pero ya era un hombre "desgraciadamente libre", como lo solía pensar frecuentemente.

Y es que para Horacio Orjuela, estar "libre" significaba "no estar" pensando en alguien. Quizá los instantes en los que amaba eran los únicos en los que su mente estaba plena de felicidad, en otro caso siempre terminaba siendo vengativo, cruel, hipócrita e insensible.

Pasos suaves se escuchaban a lo lejos, un crujir de hojas que le transportaba hacia el pasado, pocos meses antes, cuando ante ese mismo parque le había declarado su amor a Lorena, su ahora ex-novia...

Sorprendido se sintió cuando, dejando de ver las nubes, dirigió la mirada hacia aquella mujer morena que se acercaba, estoy en un déjà-vu -pensaba-, se frotó los ojos, era de nuevo Lorena. Se veía triste, sus ojos parecían platos llenos de agua hasta el punto de querer desbordar. Ella se acercó corriendo...

Horacio reaccionó asustado. Las nubes se seguían moviendo plácidamente por el azul rey del cielo ya nocturno. "Quizá soñé despierto", pensó, pero sin darle demasiado crédito a sus pensamientos. Aún estaba poseído de amor. Había cometido ya dos errores en este año. El primero, haber conocido a Lorena Llanos; y el segundo, traicionarla justo cuando ella lo adoraba...

lunes, 12 de mayo de 2008

Cita del destino

Toda la vida de Joaquín había sido igual. Desde pequeño, sus sueños estaban impregnados de un tinte tradicionalista, conservador: estudiar, profesionalizarse, casarse, formar una familia, tener varios hijos... Siempre había anhelado encontrar a esa mujer que, como en las telenovelas, le amara inmensamente y que vivieran juntos y felices el resto de sus vidas. Quizá fue por su genio de romántico que muchas veces terminó haciendo ridículos públicos y a la vez siendo considerado un "ridículo" para una sociedad que no había podido interpretar sus intenciones. Idealista e ingenuo, enamoradizo y torpe al hacerlo... Producto de una enorme carga de todos esos anhelos, puros y nobles quizá, se le dificultaba expresar sus sentimientos a la mujer que amara.
Tales actitudes le merecieron diversos y numerosos desengaños. Quizá malinterpretó las cosas con muchas mujeres, pero, debido a ello, fue caro el precio que tuvo que pagar en ocasiones. En otras, llegaba a ser brevemente correspondido, hasta que la sinceridad absoluta parecía cansar y finalmente era abandonado a su suerte. A sus diecinueve años estuvo a punto de casarse, pero de un momento a otro, Liliana, su novia, se marchó de la ciudad sin avisar, dejando plantado en el altar al infeliz Joaquín.
Llegó a llorar y casi desear morirse del dolor. Estuvo enfermo casi dos meses, arrastrando la bilis de su nuevo fracaso sentimental, hasta el punto de no poder levantarse de la cama por lo menos una semana. Finalmente, quizá motivado por la esperanza de poder llegar a alcanzar un mejor futuro, se recuperó de un día para otro.
Así, hasta que conoció a Fernanda. Esa mujer despertó una infinidad de pasiones en Joaquín... Fue la primera con la que desbocó, sin medir consecuencias, las pasiones físicas más intensas. Ella fue su maestra en el amor, en la cama. Las noches de placer con amor se fueron acrecentando, y Joaquín estaba enamorado en un exceso tal que fue abandonando sus viejos hábitos, sus rutinas, sus amigos; su familia misma fue siendo desplazada por Fernanda y los momentos con ella.
La factura de cobro le llegó a Joaquín cuando menos la esperaba. Fernanda le engañaba con al menos dos hombres, y fue un jueves en la tarde cuando él la encontró haciendo el amor tan fieramente —como nunca lo llegó a hacer con él ni como se lo hubiera imaginado jamás— con otro hombre.
La desilusión de Joaquín fue aun mayor. Pero esta vez fue la bebida el refugio de sus pesares. Intentó, de manera fallida, lanzarse por el balcón de un tercer piso, pero, casi milagrosamente, sobrevivió, sin rasguño ni lesión alguna. Tres meses de depresión —paliados con un proceso de rehabilitación en una clínica de reposo— fueron el pan cotidiano que tuvo que masticar para recuperarse casi totalmente.
Aun así, seguía con su terco apego a los anhelos de toda la vida. Desengañado y mucho más inseguro, quería seguirse enrutando por tal camino. Seguía anhelando lo de siempre, pero ya se encontraba destrozado y el horizonte que avizoraba para su vida, era oscuro.
Una tarde, por medio de amigos suyos, conoció a Diana. Inesperadamente, la vida forjó entre ambos un sentimiento casi inmediato. Se amaron a primera vista... Curioso, paradójico, impredecible, absurdo total... Comenzaron a entablar una muy bonita amistad. La comprensión y el diálogo constante se hicieron presentes, día a día, entre ellos. Se alegraban sobremanera al verse, no podían dejar de mirarse y se extrañaban fuertemente en la ausencia.
Eso que llaman química se mantenía presente entre ambos. Ella, joven, ingenua, inexperta, llena de sueños y anhelos casi iguales a los de Joaquín. Él, medianamente experto, aún ingenuo, pero lleno todavía de esos sueños del ayer, de sus inicios. El juego de indirectas era constante, incluso dejaban de ser tan indirectas y se convertían en directas. Joaquín había sido presentado en la casa de Diana como un gran amigo, pero en realidad ella había confesado a su madre, la confidente constante, su enorme amor por él. Veía ese gran hombre que muchas quizá no lograron percibir con claridad. Caso igual ocurría con él. Su familia notaba la alegría y la luz de la esperanza posadas en su vida. Era un Joaquín renovado, lleno de nuevos proyectos, de expectativas frescas y que podían ser consideradas sublimes.
Fue Diana la que, cierta mañana, le llamó al teléfono para hacer efectivo el encuentro que, sin saberlo, era la predestinación para que ellos unieran sus vidas hasta la muerte. "Quiero que nos veamos, siento que debo decirte algo muy importante para mí", fueron las palabras de ella al otro lado del teléfono. Joaquín sintió un ahogo tremendo en su pecho, de esos que no se pueden expresar y que lo tratamos de etiquetar con la palabra amor. Ansias, emoción y expectativa, fueron las sensaciones que se agolparon en él. Ella, mientras tanto, a pesar de su enorme timidez, estaba completamente dispuesta a decirle lo que sentía, dejando de lado los prejuicios morales que la acusarían como "buscona" o "lanzada" por expresar sentimientos a un hombre y no esperar que él lo hiciera primero.
Se había puesto hermosa para él, más hermosa, como nunca. Labios color rojo, con ese brillo deslumbrante que provoca besar y no abandonar, fragancia de rosas, manos perfumadas tiernamente y arregladas con detalle, todo lo hermoso posible confluía en ella ese día.
Mientras tanto, Joaquín tomó el autobús preciso para llegar al lugar pactado, a las tres y treinta de la tarde. A las cuatro y veintiocho, ella no había llegado. A las cuatro y cuarenta y nueve, ni un rastro. Joaquín, lleno de ansia y desespero, consternado pero anhelante por ella, esperó hasta las seis y quince. Frustrado, desconcertado y amargado, llegó a su casa a las once y veintisiete luego de tomarse unas ocho cervezas para menguar las ansias que se habían apoderado de él. Durmió hasta las once de la mañana del otro día, sin tormento alguno, aunque despertó con ese dolor bajo en el estómago, propiciado por las ansias aún presentes. Se sentía algo molesto con Diana, además de empezar a cargar fuertemente un peso, el de la incertidumbre, que se había forjado tras la ambigüedad de una propuesta urgente —una cita sorpresiva y casi inmediata— mezclada con el incumplimiento a ella por parte de quien manifestó la invitación.
No obstante, y a pesar de un creciente temor producto de la incertidumbre, a la una y dieciséis se decidió por llamarla a la casa. Nadie contestó. Se inquietó aún más, allí siempre se mantenía alguien. Salió a la calle a caminar, a pensar en ella, anhelando verla pronto y mezclando en su mente la esperanza y la desesperanza, la alegría y la tristeza. Matices opuestos que forjaron una mixtura amorfa en su interior, mixtura que finalmente sólo dejaba como mensaje a interpretar la decadencia y el agobio...
... Desesperado por pensar en ella, llamó al mejor amigo que tenía y que fue quien los presentó. En su casa tampoco estaba, y por ello le llamó al celular. "Joaquín, dónde habías estado? Te estamos buscando hace rato", fue la respuesta inmediata de Enrique. Sin dejar que Joaquín respondiera, le dijo: "Tienes que venir urgente a la dirección que te voy a dar, hay una muy mala noticia". Joaquín, algo intuitivo, sintió el frío fatal en su interior, en todo su ser y en su alma unas milésimas de segundo antes de escuchar lo que sospechó casi inmediatamente, y no lo quería ni lo hubiera querido escuchar.
"A Diana la mató un bus ayer.... es terrible....".
Definir la sensación que la vida arbitrariamente acababa de asestar sobre Joaquín, debido a las circunstancias siempre impredecibles del trasegar, sería complicado. Para él, nadie sabe si lo fue. Solo él podría saberlo, pero incluso ni siquiera llegó a ser capaz de describirlo nunca. Era su realidad, bofetada cruel de su vida, una vez más... Ilusión efímera que no pudo concretarse, cita del destino incumplida para ambos... Mar de preguntas sin respuestas, muerte de los sueños, final de muchas cosas.

El Final

Desde el instante en que escuchó el despertador, Simón se levantó decidido. Sería la última vez que escucharía tan fastidioso chillido. Estando solo en casa, nadie se opondría a su plan. Triste, se paró en el borde de su balcón. Vivía en un décimo piso. Con furia, lanzó con todas sus fuerzas el casi inerte cuerpo del despertador, y sonrió -con un humeante cigarrillo en su boca- al ver estrellado en el piso el maldito causante de su mal sueño. Ahora, su vida ya tomaría otro rumbo...

domingo, 11 de mayo de 2008

El poder no era suficiente (un nombre un tanto abrupto)

A cada segundo más que se acercaba, Gabriel bebía con mayor desespero y ansia el whisky que mantenía en la gaveta de su estudio. Quienes lo conocían bien podrían haberse sentido sorprendidos al verlo tan nervioso, habiéndose caracterizado siempre por ser un tipo frío, racional, calculador, silencioso y poco expresivo.

- Patrón, ella entró al motel con ese man - fueron las palabras emitidas desde otro celular.
- Bien, bien - respondió Gabriel con una voz un tanto quebrada. - Ya saben, piérdanse que esto es asunto mío -.

A sus cuarenta y siete años, por primera vez en su vida, él estaba sintiendo rabia y odio con una fuerza virulenta inimaginable. Ni siquiera cuando mando matar a su mejor amigo por cuestiones de negocios cuando supo que era él quien proporcionaba información a los enemigos y a la policía había sentido tal fiereza en su interior, en todo su ser. Incluso aquella vez lloró con tristeza por haber tenido que ahogarlo en una alberca que fue llenada completamente de cemento mezclado, listo para convertirse en duro concreto.
Esta vez también había llorado, pero al sentirse desilusionado, al verse engañado por la mujer a la que amaba sin reparo alguno, por la cual hubiera dejado todos sus negocios, asesinado a quien tuviera que asesinar... fue por ella por lo cual no tuvo hijos, a ella no le interesaba tenerlos. Y aún así, él, hombre machista y arraigado a tradiciones conservadoras, accedió sin chistar a tal acuerdo. "No quiero niños, eso lo tienes que tener claro siempre", dijo Valeria Estrada el día que contrajo nupcias con Gabriel.
Después de casi dos años de constantes investigaciones, él se había enterado que Valeria le era infiel con otro hombre, casi desde que se casaron. Un amigo de la juventud y de casi toda la vida era aquél que retozaba fiera y alegremente con ella. Era también el motivo por el cual en muchas noches la posibilidad del sexo fue negada para Gabriel, porque ella "tenía dolor de cabeza" y otras veces porque "no tenía ganas". Paciente, silencioso, prudente, con una mirada llena de amor y ganas por estar siempre complaciendo a su mujer, Gabriel aceptaba tal situación.
Pero la paciencia tiene límites, y Gabriel se encontró con una encrucijada en su vida que propiciaría posteriormente el desenlace menos esperado para Valeria. Los negocios comenzaron a decaer, la policía incautaba cargamentos con mayor facilidad, los laboratorios clandestinos más importantes habían sido detectados y destruidos, muchos de los subalternos estaban desertando o traicionando a la organización; la guerra interna se avecinaba. Tal ambiente caótico produjo una enorme irritación en Gabriel que puso a prueba su carácter en todos los sentidos. Bajo sus órdenes, muchos subalternos fueron eliminados por traidores y desertores, la policía y las distintas organizaciones de la "ley" recibieron la suficiente presión o el soborno como para dejarlo en paz a él y su gente.
Así comenzó a preocuparse más por su matrimonio y al ver que las noches de sexo le eran negadas, decidió contratar a un detective para que investigara a su esposa. Evidentemente, las pruebas denotaron el acto de infidelidad. La desilusión y desconsuelo de Gabriel fueron enormes. Una vida que había creído siempre hermosa y sublime al lado de Valeria finalmente había sido una farsa. "Una farsa, una mierda como esta basura en la que he estado metido toda la vida, un mundo igual a este donde me muevo a diario, con mentiras, con promesas incumplidas", fue el pensar de Gabriel.
Por eso, cuando aquél viernes veintisiete de Septiembre encontraron los cadáveres de Valeria Estrada y Alfonso Bermúdez con varios disparos de revólver, y pocos días después a "Don Gabriel" con los sesos fuera de su cabeza y esta recostada sobre el escritorio ensangrentado, se pudo comprender las palabras a veces desquiciadas de los últimos días del "jefe" y también por qué estaba decayendo con mayor fuerza la organización.

Citas, amor y traición

El silencioso y penetrante olor a anticuario inundaba lentamente su habitación mientras Ramiro sacaba la máquina de escribir. "Es que nadie podría comprender, pero considero que escribir a máquina es casi como escribir directamente en el papel, porque en ambos casos la hoja de papel queda impregnada con un sentimiento del cual carece el medio electrónico." -pensaba casi afiebrado de la emoción y el sentimiento-. Así que decidió que lo mejor que podía hacer era declarar por ese medio los sentimientos que se cocían día a día, hacia la mujer que prácticamente era la dueña de los predios de su corazón.

Entretanto, Manuela esperaba ansiosamente a su cita. Todo estaba tal cual se había programado, pero él estaba -a su parecer- algo retardado. Sólo habían pasado dos minutos a partir de las ocho y media de la noche, cual lo acordado. Tomaba algo de cerveza para matar la impaciencia, porque en aspectos de puntualidad ella tenía sangre Inglesa.

Luego de vestirse lo mejor que pudo, salió apurado hacia el restaurante en el cual ambos se encontrarían. Él tenía que evitar la traición cometida por su mejor amigo. Si se quedaba de brazos cruzados, Roberto se apoderaría de su amada. Inclusive tenía buen tiempo, podría ejecutar su plan calmadamente, porque disponía de información privilegiada según la cual Roberto llegaría con un retraso de media hora a la cita.

Llegó pues, "con la carta en una mano y el corazón en la otra", así lo pensaba Ramiro. Caminó pausadamente, evitando tropezar con los escalones que lo separaban de la mesa de su amada. Todo su cuerpo temblaba. El amor, el deseo y la adrenalina lo poseían completamente, si bien sus pensamientos eran claros y concisos. Sintió un golpe en el pecho cuando la vio. Afortunadamente estaba sola.

Roberto recibió una llamada mientras el taxi, que lo dirigía al mismo lugar, aceleraba intrépidamente en la congestionada avenida. "Oiga jefe, Ramiro está con ella. Está enterado de todo. Qué hago?". "Déjalo fuera de combate", respondió tranquilamente, aunque con una leve risa nerviosa, el pasajero del taxi.

"Holaaa... esteee... pues sólo quiero que leas esto y consideres muchas cosas... antes que cometas... un grave error...", dijo Ramiro con un nerviosismo tal que no parecía él mismo, sino un espectro usurpador del Ramiro alegre y tranquilo. Su voz, aunque aguda por los nervios, reflejaba cierto aplomo, cierta resignación, porque muy en el fondo pensaba que ni si quiera su carta podría surtir efecto. Algo más tendría que hacer.

"Ramiro? Qué haces aquí? No ves que estoy en una cita?", le respondió alarmada y avergonzada Manuela. Ramiro le entregó su carta, guardada cuidadosamente en un sobre color rojo ahumado y con sello dorado. Luego, salió cabizbajo, con un paso lento pero firme, como si estuviese llevando el féretro de alguno de sus amigos muertos en guerra.

Su sorpresa fue grande al encontrar a Roberto. Tenía en su rostro el alma de la ira desatada. En su mano portaba una nueve milímetros, con su provisión llena por si fallaba en sus primeros disparos. Quizá quisiera asustar a su amigo, pero en el fondo sentía un odio visceral hacia él, porque sabía que la carta entregada significaba el fin de su alocada aventura con aquella mujer de la cual sólo deseaba unos momentos de salvaje pasión. Si, quizá -pensaba- la carta decía todo aquello, allí estaba desvelado todo su plan. Eso pensaba él. Sin pensar, ya su arma apuntaba hacia el ojo derecho de Ramiro. Y éste estaba dispuesto a disparar su viejo revolver, el que también olia a anticuario, porque solía guardarlo con su máquina de escribir. A su vez, Manuela bajaba por la puerta trasera del restaurante y llamaba a la policía. En dos minutos las vidas de aquellos desdichados cambiaría para siempre.

sábado, 10 de mayo de 2008

OLOR A PUTAS Y A TRAGO

Cuando entraron a aquél bar tenían claro a qué iban. Habían bebido en la misma acera de siempre, como todos los Sábados a la misma hora, el mismo trago, los mismos de siempre. Cuatro sujetos cuya edad oscilaba entre los veinticinco y treinta años. Solteros, dedicados a una vida sin obligaciones, pues lo poco que conseguían para sobrevivir lo lograban a partir de la venta de frutas o cualquier negocio que resultara, incluso hasta el más descabellado, ilegal y azaroso.
Luces violetas de neón se proyectaban dispersas alrededor de todo el recinto. Música electrónica, el ritmo acompañante de todo el escenario. Chicas desnudas, semidesnudas, voluptuosas, flacas, gordas, de muchas variedades rondando por el establecimiento, esperando que unas piernas masculinas las convidaran a sentarse allí.
El show era cada media hora. Los muchachos llegaron justo unos tres minutos antes de comenzar una de tantas funciones. Ya era costumbre, y por tanto las excitaciones adolescentes ya no existían en ellos, veían cuerpos desnudos y dialogaban de cualquier cosa que se ocurriera al son de los tragos, cerveza barata porque no alcanzaba para pagar el trago caro que hubieran deseado.
Ya eran clientes conocidos. De los que nada más beben y no se acuestan con ninguna de las mujeres, por diversas razones, no había plata, no tenían ganas, no les gustaban las muchachas, tenían pereza, preferían estar conversando y bebiendo, por no citar otras más...
Uno de los más jóvenes, de unos veintiséis años, había bebido como loco toda esa noche. Tratando de olvidar asuntos amargos de su vida, se refugiaba en el delirio viril que sentía al hallarse en un prostíbulo viendo mujeres desnudas, contradiciendo "la moral" que había aprendido en su casa, sintiéndose "macho", "el hombre malo", "libre".... en fin...
Esa noche Mario Cosio estaba totalmente ebrio. Manoseó, besó, fue besado, bebió, invitó a trago, vomitó, pataleó, incluso hasta peleó.
Llegó caminando a la casa a eso de las cuatro y media, para dormir hasta las ocho y cuarenta y siete con veinticinco segundos, despertarse y sentir el olor a cerveza penetrante, el olor de las mujeres que besó y tocó pero con las que no hizo el amor, de aquéllas repudiadas por muchos, valiosas para él, llenas de vida, de sentimientos, de cosas que él mismo podía ignorar, de esas que vulgar y ofensivamente llaman putas.

El Insurrecto

Al llegar temprano a su trabajo, la lista de compromisos por atender en el transcurso de la jornada era enorme. Reunirse con diversos inversionistas y socios de distintas partes, principalmente extranjeros, efectuar varias reformas importantes en la empresa, que comprendían desde la aplicación de nuevos estatutos en la parte contractual, -básicamente, normas de comportamiento-, hasta el despido de una gran cantidad de empleados. Era, de verdad, una larga jornada.
A sus cuarenta y seis años, Javier Tabares no podía pedirle más a la vida. Tenía un empleo envidable para muchos, siendo el Presidente, en su país, de la franquicia de una de las más grandes compañías productoras de calzado a nivel mundial. Llevaba trece años de casado y tenía dos hijos. Su esposa, Carolina Pedraza, lo había conocido en los tiempos en que él recién se había graduado y dictaba algunas clases como profesor de fundamentos de economía en la universidad de la cual era egresado. Ella fue su alumna y posteriormente su compañera.
Se casaron a los dos meses de estar saliendo, cuando la vida de Javier empezó a cambiar. Durante la época en que comenzó a salir con Carolina, una propuesta de un mejor empleo llegó para este prestigioso economista y catedrático de universidad: ser presidente de una franquicia de una de las empresas más poderosas del negocio del calzado a nivel mundial. Se había hecho famoso en el mundo de los empresarios y de los negocios por haber publicado un sinnúmero de obras sobre economía y haber formulado diversas teorías que ocasionaban que la atención fuera puesta de manera exclusiva sobre él.
No pensó mucho, le gustaba el dinero y la oferta era tentadora. Accedió, dejando de lado aquella vida de la universidad, donde era ampliamente reconocido por ser un destacado revolucionario de la izquierda radical. Así también terminó casándose, cuando no creía en la iglesia y difícilmente en su vida llegó a ir a misa -eso porque sus papás lo obligaron la última vez a los dieciséis años-.
Había tenido una novia durante seis años, Mariela Gómez. Ella lo admiraba, más que amarlo y por tal razón, lo seguía a todas partes; era su ídolo, excelente ejemplo para denotar la oposición ante un régimen que coharta en todas sus formas. Vivieron grandes cosas juntos, pero en los días que conoció a Carolina, el mundo de Javier cambió notablemente. Esta era distinta, muy conservadora, anhelando llevar una vida de familia, tener hijos, acceder a las mejores condiciones posibles de un ser humano.
Carolina le deslumbró, porque dentro de la evidente y palpable distancia que había entre ambos en cuanto a sus formas de ser, la pasión y el amor hicieron su entrada... La ternura, el optimismo y esa fe y buena energía de ella, fueron elementos que, de alguna manera, crearon sentimientos fuertes en él. La vida con Mariela se había convertido en rutina, y sólo los unía un ímpetu ideológico. Él quería nuevas cosas, aprender algo distinto a lo que ya sabía. Carolina, sin lanzarse a sus brazos, le mostró un mundo nuevo, ajeno, distinto.
Sus ideales políticos fueron decayendo... El paso del tiempo en la compañía y el acrecentamiento de sus bolsillos fueron convirtiendo a ese revolucionario ideal de otros tiempos en un capitalista más de la sociedad que tenía a su país lleno de represión y pobreza... Reuniones con altos ejecutivos, fotografías tomadas en famosos lugares de Europa y de Norteamérica con afamados representantes políticos de la derecha y discursos cargados de un tinte netamente derechista, dirigidos a sus empleados, hacían parte del trasegar de ese nuevo hombre, flamante e idóneo empresario que cualquier magnate querría tener de asesor.
Había cambiado. Había vendido su pensar, su integridad, por unos pesos... Ni siquiera los necesitaba, tenía lujos en su vida pasada, pero siempre se quejó de la carencia de otras comodidades materiales. Quizá, tanto inconformismo hacia lo que odiaba, terminó por carcomerlo y convertirlo en uno más de esos seres que detestaba... Quizá, tanto inconformismo, forjó la ambición y avaricia excesivamente nefastas que derrocan cualquier ímpetu, cualquier anhelo que fue otrora puro.

viernes, 9 de mayo de 2008

Daniel...

Cierto día lo conocí, fue no hace mucho tiempo, pero por cosas del destino, ya no recuerdo cuando lo vi por vez primera. Pero desde el primer momento me impactó. Era una persona de aspecto sano, levemente barbada, de ojos pequeños y astutos, pero apaciguados. Reflejaba una paz interior impresionante, pero sin embargo era un desgraciado. Un resignado más al cual la vida no le había dado lo que merecía. En cada instante recibía fracasos, siempre envidaba a los demás, pero de buena manera, porque después de todo el chico era de buen corazón.

Un viernes lo encontré solo, estudiando concienzudamente. Quise interrumpirlo, librarlo del abstracto mundo de las matemáticas. "Hola Dani, no estudie tanto que de todos modos va a perder el examen". "Al menos si estudio me queda constancia de que hice el esfuerzo", me respondió. Aquí es cuando quise preguntarme, por qué este joven se empeñaba tanto en salir adelante, si según él estaba ya condenado al fracaso? Desde el principio yo sospechaba que tanta renegadera y tanto pesimismo eran una simple máscara. Él se burlaba de nosotros -pensé furtivamente mientras encendía mi cigarrillo- porque tiene el don de la humildad, pero es un completo genio.

Mi humo se paseaba por su espalda, curveaba por su oreja y le llegaba directico a la naríz. Empezó a quejarse: "Ehhh no fume tanto que eso es dañino, vea que me va a enfermar". "Hey Dani vamos a comer un helado, descansá un ratico, acompañame y hablemos mierda" -le dije- y aceptó a regañadientes.

Guardó en su amplia maleta los pesados y tediosos libros de matemática de los que tanto adoraba esclavizarse, y al pararse pude notar como cambiaba de máscara. Mientras caminábamos rumbo a la plazoleta del ajedrez, comenzó a hablar tonterías y a reírse de sí mismo. Pero en el fondo, como lo sigo sospechando hoy, es sólo una pesada broma que me juega. Mi amigo comprende que la vida es mejor jugarla con un bajo perfil, haciéndose algo así como el sufrido, pero sin denotar pena, porque no había de que quejarse. Hacía sus bromas y se autocompadecía, comprendiendo que la gente estúpidamente corría a consolarlo. Esto le garantizaba un control sobre sus amistades.

Pienso que lo peor que le pudo haber ocurrido, en términos sicológicos, es haber encontrado a una novia que le leyó las cartas antes de jugarlas. Quizá -sospecho- ella puede acceder a sus pensamientos y anticiparse a los acontecimientos. Es por eso que es tan calmada, y eso lo hace felíz a él. Tanto, que me divierto intentando -infructuosamente- hacerle causar celos a ella. "Oooiga pero es que él está pegando mucho con esas niñas, ahí donde lo ve es un duro de bajo perfil", le hablo en esos términos porque ella comprende de qué le hablo. Sabe que lo conozco medianamente y, que en ocasiones he logrado acceder a sus pensamientos, aunque sólo superficialmente. Sólo ella puede ver a través de él como si fuese un cristal, un vaso de pensamientos. Ella los toma al azar, los analiza, y finge no saber nada, para poder seguirle la estrategia.

Pronto este jóven marchará de casa. Tendrá que asumir los retos de la soledad, ahora que sí le ha llegado de verdad. Será entonces cuando tendré el honor de presenciar al verdadero Daniel, el que se ha quitado su máscara para desquitarse de tantos años de burla de parte de sus amistades...

Estrategia mortal

"Apenas si podía acariciar mis cabellos el tímido viento, refrescándome lo poco que me quedaba de mi pasado, aquel tan incierto momento en que recibí el no definitivo, cuando me dijiste que querías darte un tiempo... y ahora, cuando tu amor ya no me apasiona, recreo firmemente en mi mente aquellos ojos que me alienaban, tan tristes y brillantes; aquellos encantadores labios que con verlos me enloquecían... lejanos recuerdos, que ahora no mereciendo ni el más noble de mis sentimientos, me incitan a volver hacia aquel pasado que ahora tanto temo..."

Sus meditaciones fueron interrumpidas sin que él lo supiese. Sólo pudo avistar un chispazo que le cegó toda la vista y sentir un ruido tan fuerte como jamás lo hubiese imaginado. Su cuerpo cayó lentamente, ya inerte, horadado de sien a sien, mientras que su ex-esposa desenvolvía los paños que protegían la aún caliente lupara y se disponía a dejar en las manos de su difunto marido el arma criminal. Todo parecía un suicidio. Pero a ella no le importaba. Lanzó un alarido al cielo: "Nooooo!!!" mientras todo se nublaba. Ahora balbuceaba incoherencias mezcladas con tos y sangre. El veneno haría efecto, y la policía habría perdido una vez más su valioso tiempo. Ya su trabajo estaba hecho, había causado la distracción necesaria para que los asaltantes pudieran robar el banco. Si todo se hacía coordinadamente, los Policías la darían por muerta y su amante luego le daría el antídoto que la despertaba.

Pero no contaba con que su recién conocido amante estaba en un motel, esperando a que su favorita llegara a su cita romántica...

Tragedia Juvenil - Miércoles, 9 de Octubre de 2002

(Esto lo escribí hace un montón de años, hace casi seis años, cuando apenas estaba empezando a considerar la idea de escribir. Se notará mucha inmadurez en el estilo y demasiadas impresiciones, pero quise publicarlo por razones históricas)

Era una de esas tardes soleadas, pero el viento la hacía fresca. Yo esperaba en el parque a unos amigos, pues quedamos de encontrarnos para ir a una rumba.

El primero en llegar fue Carlos. Él tenía unos diecisiete años, un año menos que yo. Me saludó y me dijo que me tenía una sorpresa en esa rumba. Me puse muy contento, pero aquello me parecía un poco extraño.

Después llegó Jennifer, una hermosa muchacha de mi edad. Tenía un cuerpo provocador; pero no esperaba que estuviera invitada, por lo distanciada que estaba de nosotros. Me saludó de beso y le hablé un poco acerca de los motivos por los cuales no hablaba con nosotros. Le dijeron que nosotros hablábamos mal de ella, peo alguien desmintió la información y la invitó a la rumba.

La rumba se iba a hacer en la casa de Pedro, que nos estaba esperando allí. Poco a poco llegaron todos mis amigos: Juliana, Carolina,Juan, Bernardo, Alejandra y Viviana. A eso de las cinco y media de la tarde, todos partimos hacia la casa de Pedro.

Jenifer estaba enamorada de mí, y según rumores, esa noche ella se me iba a declarar. Yo la amaba y pensé que esa era la susodicha sorpresa.

Ya en casa de Pedro, Bernardo pidió pizza, perros, gaseosa y licor. Yo no pensaba tomar, pues hace algunos días había tomado demasiado e hice el ridículo. Pero no lo hice solo: Toos los hicimos. Eso me consolaba.

Después de bailar y tomar durante largo rato, Carlos llamó por teléfono a quien sabe qué persona. Al rato llegó una mujer de mi edad, y se puso a hablar conmigo. Supe que Jenifer me miraba con celos, pero no pude escapar de aquella mujer que cada vez se ponía más coinfianzuda conmigo e inclusiove se dejaba de manosear un poco de mí.

Todos seguimos tomando, y esa mujer me manoseaba. Supe que la situación se salía de mis manos, pero actué de forma insperada y le dije:

- Sabe qué? Sigamos esto en la cama.

Un sentimiento morboso me indujo a tener sexo con esa mujer. Encerrado con ella, comencé a besarla y a quitarle la ropa. Ella estaba deseosa de tener sexo. La desnudé y le dije de repente:

- No se hacerlo...
- No te preocupes, papi. Soy toda tuya.

Desde ahí, nada recuerdo hasta que desperté dentro de la habitación de Jenifer. Algo tenía muy claro: la sorpresa era una puta y Jenifer estaba muy enojada conmigo.

- Oiga, Luis. Cómo me pudo hacer esto?
- No fue intención mía. Estaba ebrio y mis amigos me engañaron.
- No me cabe esto en la cabeza. No se da cuenta? Me defraudó!!!

Esa última frase la dijo con mucha violencia y después se puso a llorar. Me dispuse a abrazarla, pero ella me rechazó con violencia. Me sentí muy mal, y para dejarla tranquila, lo mejor era irme.

Ya fuera de su casa, mis amigos me encontraron camino a casa. Carlos me dijo:

- Le gustó? Después diga que uno no es amigo suyo.
- Usted no es nada conmigo! Usted se aprovechó de mí y tal vez me puso en ridículo con los demás.
- Usted qué? Deje de ser mal agradecido.
- No soy mal agradecido. El mal agradecido es usted. Usted ha sido mi mejor amigo, le he brindado mi amistad. Ahora, lo único que me gané de usted es el odio de la mujer que amo!
- Mujeres hay muchas en el mundo! No se preocupe por eso mijo!

Después de decir esa frase, le golpeé fuertemente su rostro, pateé su abdomen y lo dejé en el suelo, casi inconsciente. Después de eso, me fui a casa y me encerré en el cuarto.

Allí me intenté suicidar. Es más: Ya tenía la soga colgada en el techo y rodeando mi cuello. Estaba sobre una silla. Estuve a punto de patearla y ahoracamr, pero me salvó Jenifer. Ella me dijo, mientras sollozaba:

- Jamás pensé que tú me amaras tanto. Supe que abandonaste a tu "peor enemigo" porque me consideraste perdida. De veras te pido disculpas, y de todo corazón, te amo.

Ella me ayudó a quitarme la soga ya a bajarme de la silla. En ese momento mi moral bajó, y lloré. Ella me abrazó y me ayudó a desahogarme.

Y lo mejor, no la perdí. Ya era feliz porque mis deseos se cumplieron.

(o sea que luego de la pataleta le fue bien al niñito mimado... esto parece el guión de un capítulo de la típica novela juvenil mexicana...)

Relato inconcluso posiblemente escrito en el año 2006

"Este fue mi intento de entrar en el relato psicológico, intentando analizar una mente enferma, pero dicho esfuerzo culminó cuando se acabaron las pocas hojas disponibles para seguir escribiéndolo..."

Martín López caminaba tranquilamente hacia su casa, observando el atardecer, aquel sol rojizo que ardía flamante sobre las plácidas nubes e irradiaba su calor a todas las tranquilas y serenas montañas, ya azuladas por su distancia. Era el fin de una era tormentosa, una era de tortura y martirio, y ahora nuestro querido amigo regresaba a su casa para poder disfrutar su triunfo.

Meses atrás, Martín había sufrido una serie de complejos personales, depresivos, que amenazaron directamente su vida. El peor enemigo del hombre es el mismo hombre cuando sus pensamientos así lo quieren. Pues bien, nuestro guerrero de la mente había sufrido una serie de fracasos amorosos, personales y laborales que lo hacían sentir todo un imbécil.

Aquel pobre hombre tenía un envidiable empleo: era vicerrector de la Universidad Latina, la más prestigiosa del mundo en aquel entonces. Tenía una bella esposa que le había regalado dos hermosas jovencitas: Carol y Julieth. A pesar de los años, Sandra, su esposa, lo seguía queriendo a él así como él la adoraba. En fin, para poder hundir a semejante alma en la depresión se necesitaba mucha fuerza o influencia negativa sobre ésta, pero lo cierto es que Martín, como todo hombre poderoso, tenía sus enemigos. Camilo, el ex-esposo de Sandra, era su peor enemigo.

Camilo Reyes era un hombre hermoso pero envidioso, mucho más envidioso que hermoso. Un ataque de celos arruinó su segundo aniversario y casi arruina la vida de su flamante esposa. Fue arrestado y condenado a 11 años en la cárcel, y divorciado de su esposa, por intento de hoimicidio. La cárcel jamás será una buena escuela, pues lo que entra allí sale podrido como cloaca india. Camilo salió de la cárcel, más envidioso y malo aún, tramanso una serie de asesinatos para aislar a su esposa y hacerla sufrir así como lo hizo él.

En aquel entonces, Sandra tenía ocho meses de embarazo de Carol, adeás Martín estaba sobrecargado, ya que se acercaa el fin de clases y la universidad estaba en paro. Se reunía temprano todos los días con las demás directivas para buscar la solución al paro. Cada solución que se encontraba era rechazada inmediatamente por el Dictador Latino, el hermético pero bondadoso Daniel B. Así, ya con un mes de paro, Martín se veía obligado a cancelar el semestre, peo ello contradecía sus principios. Él quería a sus estudiantes, pero el rector se hacía inflexible y casi siempre le echaba policía a los rebelados. Lo peor: la huelga o paro, si así se le quiere llamar, era justa (aumento de sueldo a los trabajadores y mejora de condiciones académicas), pero el Dr. Uribe se mostraba inflexible y ello provocaba tensiones con Martín, el "vice" bonachón.

Su hija Julieth de 7 años, tenía problemas de comportamiento. Nunca hacía caso de las órdenes de su padre y su madre, bueno, la madre estaba de cama, se agotaba muy fáciol y tenía una fuerte anemia. Ahora, Martín era padre y madre de la malcriada de Julieth, la cual no hacía tareas y se mostraba muy celosa hacia su casi naida hermanita, llamando la atenión de formas casi inimaginables. Un sábado, Martín llegó y encontró todas las llaves del agua abiertas, el piso inundado. En el centro del patio estaba la hija de p... orinando allí. Cuando la Juli vio la cara de enfado de su padre salió corriendo, sabiendo que su padre no podía alcanzarla. Pero Martín cerró todas las llaves (grifos), se relajó, se preparó, caminó despacio hacia la pieza de su hija, estiró la mano debajo de su cama para de allí sacarla, pero recibió un mordisco que le hizo sangrar su mano. Ahora, Martín se encontraba fuera de control. Furioso, le apretó la mano en el cuello para ahorcarla, la sacó de la cama, le dio una bofetada en la cara, rompiéndole su pequeña nariz, y la tiró en el suelo. Arrepentido, la paró, la limpió y se atricheró en su azotea con comida y vodka. El bueno de Martín estaba muriendo y pronto otro Martín surgiría.

Pero su encierro duró poco, quizá lo suficiente para que su hermosa personalidad se degenerase un poco. Diró quizá un día, el domingo. Por fortuna el lunes era festivo y podría reflexionar todo el día dominical y destensionarse. Pero fue imposible. Después de la "bofetada", su mente, tranquila durante veintinueve años, se encontraba ahora atormentada y remordida. Sólo pensaba en su esposa, tan agobiada por su carga humana, quizá ahora le odiaba profundamente por su crimen. Lo cierto esa que ahora Martín ya no era el de antes. Las causas de su crimen serían más profundas que la simple precipitación de los hechos. Las causantes de dicha catástrofe no habían sido precisamente la presión laboral y doméstica, no. Estas fueron sus detonantes, pero me refiero a causas más profundas, quizá un trauma en su infancia (como el que recién había causado a Julieth) o algún odio reconcentrado hacia alguien o hacia algo (¿Hacia Camilo?). Fueron energías mal canalizadas, estancadas, que estallaron en el momento inoportuno.

(aquí se acabó la cuarta y última hoja de papel)

quedó inconcluso, lo escribí en una cálida tarde del año 2007

Entretanto Luis esperaba amargamente la llegada de su ahora ex-amada. Estaba de una sola pieza cuando ella llegó. Quedó mudo, pero lleno de ira. Ella le dijo, hipócritamente:

- "Hola amor, no sabes cuanta falta me hiciste"

Mientras Laura pronunciaba aquellas falsedades Luis recordaba cuando Daniel le dijo: "No quiero ser malo contigo pero Laura te ha traicionado... conmigo". Recordaba la frialdad de aquellas palabras de su mejor amigo. La ira aumentaba cada segundo.

- "Hola niña, qué sabes de Daniel?"

Laura cambió su expresión de falsa ternura por una de franco terror. Había sido descubierta muy fácilmente. Pronto sospechí que Daniel le había contado todo a Luis. Su cara se tornó pálida y se notó en ella un leve escalofrío. Ella recordó con odio a Daniel, y se sintió arrepentida.

- Creo que jamás podrás ver a Daniel - dijo Luis con expresión malévola.

De hecho, Daniel Rueda flotaba plácidamente en el río Magdalena con unos cuantos gallinazos a bordo. Laura pensaba que si lo hubiera matado luego de hacer el amor locamente con él, Luis no sabría nada.

- Niña... no he vuelto a ver a Daniel... él es un cobarde, no es capaz de dar la cara y contarme lo que hizo contigo...

Laura empezó a llorar.

- Igual - dijo Luis - ya poco me importa lo que ustedes dos hagan, igual es poco lo que vales...

La ira en Laura aumentaba a niveles delirantes:

- Imbécil, quizá si hubieras sido más detallista conmigo...
- Vete a la mierda carajo! - dijo Luis estallando - lárgate, mujer fácil, búscate otro que te complazca!!!

Laura, destruida, con su dignidad destrozada, pero con la conciencia remordida en su culpabilidad, salió corriendo con la promesa tácita de jamás volver...

EL AMANTE (MAYO 08 DE 2008)

Los momentos eran sólo eso, momentos… la noche de sensaciones ambiguas cubría toda la habitación después de la entrega entre ambos cuerpos… la alegría momentánea cubría su rostro pero observando el techo, escrutando todo el cuarto surgían diversas sensaciones, diversos pensamientos… triunfalismo efímero, dudas, optimismo, ilusiones, interrogantes… ella sería para él nada más, ella y él, ella sin él, ella con él, ella con los dos, ella fingiendo, él fingiendo, ella con su gente, él solitario, él pensativo, él creyéndose incomprendido… él tocando el cielo con las manos, otra vez la misma habitación, otra vez la alegría, el triunfalismo efímero, la tristeza absurda cuando quizá debía existir sólo alegría… la certeza de que el final podría llegar en cualquier momento… tantas sensaciones, tanta existencia tan cíclica….

Se levantó algo temprano, porque aunque dormía bien con ella sobre su pecho, a veces en la noche despertaba y no podía creer que ella estaba ahí. Ella, la ella tan esquiva a veces, la ella que él dejaba de ver en muchas ocasiones, la que se tenía que ir en algún momento, que se tenía que ver con él casi rigurosamente, porque aquél que dormía a ratos no era sino una existencia paralela… un departir inexplicable, pero existente. El verdadero hombre de ella estaba en otros lares, inocente o quizá en el fondo consciente, pero en otros lares.

Mientras tanto, él, ella, se besaban nuevamente, cuerpos se estrechaban una vez más, y la sensación de lo efímero otra vez en el ambiente. Él, tratando de engañar la realidad, anhelando la soledad de ambos para olvidar las certezas establecidas por el tiempo de lo pasado, por las existencias antes del encuentro de ambos… ella, confundida, prosiguiendo con un sentir, que podría ser un karma, no lo sabía, que podría ser verdadero, fatal engañando a su amor. Pero allí estuvo y estaba, con él, de nuevo, retozando, brindando muchas cosas, de pocas cosas… mucho es poco cuando mucho puede ser mucho más.

Él, de nuevo, silencioso. Ella preguntando, qué futuro imaginar, él silencioso, estamos viviendo algo. Ella de nuevo, hasta dónde puedes llegar, él, aquí estamos, y hasta muchos lugares más, hasta muchas cosas más podré hacer… en su mente… respondiendo, ni te imaginas, pero sólo el tiempo lo dirá, hasta donde ella quiera llegar, también…

Un café por la mañana, desayuno con cortejo, luego nuevamente, miradas van y vienen, besos tempraneros después de la noche regocijante. Salir a la calle, rostros desconocidos, el caos del centro, los cafetines de los alcohólicos que ya por la mañana desayunan etílicamente, los ladrones al acecho, la venta del periódico con las noticias novedosas que, como la salsa de Lavoe, sensacionales en la mañana, por la tarde materia olvidada… incomodidad, en la calle no la puede besar, su mano no puede tomar, ansioso por la sociedad, los amigos los familiares ella pensando en el qué dirán, pero es por ella, él no tiene nada que esconder, hay que comprender quizá llegará otro día y luego sí se podrá hacer muchas cosas delante de los demás… quiere llegar a la casa, despedirse ya de ella porque quiere estar solo un buen rato para pensar; a veces pensamientos alegres, optimistas, otras veces duda, opresión en el pecho, dolor en el estómago con puñaladas temiendo desamor, cuestionando, lamentando cuestionar porque no quiere hacerlo, porque no la quiere cuestionar, sólo quiere sentir…

Desayuno por la mañana cargado de ilusiones, conversas de expectativas de la vida, los niños que pueden llegar algún día quizá, el mueble que vamos a comprar si viven juntos, los amigos que ya saben la verdad, ella alegre y proyectando, preocupada por los dos, pensativa, pendiente del trasegar, él terco y silencioso de vez en vez… café en la noche leyendo el diario, escuchando la radio otra vez retozando, sudando mordiendo y besando, manoseando y zigzagueando en la cama grande y también en la pequeña, frotando cuerpos sudorosos cargados de erotismo… conversaciones después del sexo, anhelos de nuevo, los dos solos soñando, él reflexionando, es una porquería, el otro sufriendo su daño….

Otra vez, esta vez en la habitación pagada, retozando en la noche, duchándose y besándose, felices en una dual soledad de un rato que luego será soledad para él solo en la luz de la calle, la luz que igual da si es de día o de noche, pues igual tal luz cae sobre ellos, peligrosa a veces… él de nuevo, anhela oscuridad, que nadie los vea, para poder besar, tocar, mirar, acariciar, retozar… llamada telefónica, es él, ella feliz, diciéndole cosas bonitas, el otro parado frente al espejo del lavamanos de la habitación pagada lamentando con los dientes apretados, la sangre del estómago ardiendo ferozmente, ganas de escapar, ganas de buscarse “otra”, ganas de beber y renegar, ganas de no – ganas, ganas de perderse y no pensar más.

En público saludando como el amigo nada más, otra vez se lamenta y se reduce a un silencio y la mirada con rabia se encubre en la paciencia que no cree tener, pero sí la tiene. Ella parece tranquila, lo mira de reojo, él la evade, con sus ojos le dice no aguanto más, el show sigue, la escena luego se repite, beso de amigo en la mejilla, amigos en la luz, saludo de amigo por el teléfono, él renegando, encolerizado a veces… ganas de dormir y no pensar cuando estuvo enfermo esa tarde que tenía agotamiento, no la quería ver, renegó otra vez y decidió echarse a dormir. Ganas de pegarse un tiro, de emborracharse hasta la médula y que “no me jodan más”, así algunas veces, otras veces contento, jocoso y optimista, luego colérico impaciente y pesimista.

Él grosero y evasivo, ella de nuevo… él haciendo planes, su sonrisa deleitándole, su mirada casi transparente alegrándolo, de nuevo forjando, luego por la noche ya no más, luego silencioso… él se va marchando, dijo que ya no quiere más sin tan siquiera haberlo dicho, allá ella, ya está cansado, no quiere más circos, no quiere más shows, no escenas que se repitan, quiere ser el que es, ser en la luz lo mismo que en la oscuridad. Por eso empacó su equipaje una mañana donde nadie lo ha podido encontrar, sólo unos pocos de sus amigos saben la verdad de lo que acaeció y el por qué de su viaje.

Viaje frío, caliente frío, templado, extraño, tierras raras, desconocido, silencioso, saludando a los vecinos, leyendo las noticias, tomándose las cervezas en el bar donde está jugando billar, luego la llamada que vale quinientos pesos el minuto de celular para decirle a uno de los compadres que está bien y que entienda que era mejor “perderse”, luego preguntando por la familia, los amigos, el perro y el gato, nimiedades, relevancias, detalles grandes, detalles ínfimos, otra vez, ya es mejor colgar porque la berraca llamada vale mucho, entonces mejor otro día hablamos luego le aviso en qué pueblo estoy para que venga y conversemos, tengo calor me voy a tomar unos rones para emborracharme y seguir la nueva rutina… colgó, se fue a seguir jugando billar, luego buscando trabajo por la noche leyendo libros y preparándose a ver qué resulta, la dueña de la pensión retacando por la plata que no ha pagado todavía, preocupaciones, le dan comida pero no lo que él quería, todo por ahora más incierto pero lejos de otra posible pesadilla.

FUERON DONDE LAS PUTAS (ESTÁ EN DESARROLLO)

ESTE CUENTO LO ESCRIBÍ POR AHÍ A FINALES DE 2006 INICIOS DE 2007, LA VERDAD LO DEJÉ INICIADO, PERO ESPERO TERMINARLO PRONTO, ADEMÁS LO VOLVÍ A LEER Y ME LLAMÓ LA ATENCIÓN. PROBABLEMENTE LO TERMINARÉ EN ESTOS DÍAS

Luego de un prolongado tiempo de austeridad económica que ya se estaba haciendo eterno para ellos, habían logrado volver a darse sus lujos, y el fogón había vuelto a ser utilizado. “Por fin” exclamó uno de ellos al saborear las frituras y el buen arroz que habían preparado en la cocina improvisada de su apartamento, una vieja mesa que era empleada en distintas funciones. Algunas veces uno de ellos la utilizaba para colocar la máquina de escribir allí y elaborar algunos escritos, con los cuales se buscaba la subsistencia del grupo; otras veces se empleaba como cama para alguna de las visitas, incluso en más de una ocasión ellos hicieron el amor sobre ella con alguna mujer “de un rato”.

Eran tres. Y escribían. Difícil era triunfar en la gran ciudad, donde había tantos “genios”, típicos poetas e intelectuales que endulzaban el oído de cualquier jovencita para llevársela a la cama y posteriormente tratarlas de la manera que mejor les pareciera. Y aún así, esas jovencitas con ansias de rebeldía los querían y hacían de ellos sus ídolos sentimentales.

Los tres, mientras tanto, intentaban salir adelante con su improvisado talento. No escribían del todo mal, pero estaban poco instruidos y tenían un difícil acceso a libros y literatura como para poder estar “al día” con los avances de la disciplina.

Cada semana presentaban algún cuento para el periódico, o para una gaceta literaria que se publicaba mensualmente y que recopilaba varios cuentos de “escritores” de la ciudad que quisieran participar en dicha labor. Pero recibían poco dinero por su trabajo, y esto los afectaba profundamente. “Otra vez no hay comida”, decía uno de ellos mientras esculcaba en la bolsa donde alojaban los alimentos. Y entonces les tocaba ir a rebuscarse el sustento. Muchas veces habían tenido que trabajar cargando mercados en alguna plaza, o incluso haciendo las veces de mensajero para quienes editaban sus escritos. “Traéme un café allí a dos cuadras y te ayudo más con este cuentito, y de paso de pronto te doy alguna moneda”.

Esa moneda servía para cualquier minucia, pero que era compartida alegre, comunal y de una manera casi ceremoniosa por los tres. Una papa, una yuca, un pan, era dividido entre todos, y así pasaban incluso el día, comiéndose una papa entre los tres, no había desayuno, no había comida, pero por la noche repartían el botín de un día arduo y frustrante. “Escribir es una mierda” decía uno de ellos cuando pasaban días como esos.

Pero los días difíciles a veces desaparecían, y se convertían en días alegres, días de bienestar, bienestar que al fin y al cabo era efímero, y conscientes de tal situación, ellos optaban por derrochar, pues “no todos los días se puede disfrutar de los lujos y los placeres”. Su estilo de vida era ese, “vive el día, mañana veremos que hacer”, era su lema.

El mayor se llamaba Angelo. Tenía unos veintitrés años, era moreno, de complexión delgada, de un largo y ondulado cabello. Escribía algunos cuentos sobre la vida cotidiana, dándoles siempre un toque “filosófico”. Sus personajes estaban contagiados de un aura reflexiva acerca de sí mismos y de su entorno. Quizá reflejaban el pensar de su autor, quien era de por sí muy hermético, y pocas veces denotaba sus sentimientos.

Su andar era lento, con cierta parsimonia de esas que a muchos desesperan, como si el tiempo no transcurriera. Incluso se le reprochaba tal relajo porque a veces pasaba hasta dos días sin comer y no se preocupaba por conseguir dinero para el sostenimiento del grupo. Su mente no cesaba de funcionar, y por eso en muchas ocasiones se le tildaba de torpe y distraído, ya que su mundo no era el cotidiano, no era el del común. Pero en realidad era quien más se preocupaba por la situación que estaba atravesando junto con sus amigos.

Marco tenía veintiún años. Era menos delgado que Angelo, y tenía el cabello rapado. En su rostro se reflejaba toda la vida que había llevado; una vida llena de pesares, de preocupaciones constantes por su futuro. Pocas veces tuvo un momento claro de plenitud, a no ser que estuviera escribiendo. Allí se inventaba otra realidad, y sus personajes eran él mismo, pero con vidas mejores. El triunfo y la prosperidad eran vitales en cada uno de sus relatos. Pero en ellos manifestaba que las bonanzas debían ser aprovechadas con prudencia, para evitar las aflicciones en tiempos de pobreza. En otras palabras, intentaba dar lecciones de vida a la humanidad, a la gente.

Pero él sabía que todo era en vano, ya era experto en todo tipo de rechazos, desde el laboral, donde muchas editoriales habían rechazado sus escritos uno tras otro, y en el amor, donde no había alcanzado lo anhelado. Su amor sólo se remitía a noches de placer con alguna prostituta que lograba pagar cuando le iba bien. Muchas veces se sintió enamorado, pero las negativas de las mujeres que lo veían como un tipo mediocre, torpe y aburrido lo lanzaban a los brazos del placer venéreo.

No se afligía por ello. Había perdido la virginidad a los dieciocho, cuando, una tarde, producto de un desengaño amoroso, se embriagó con vodka a tal punto que se fue a la zona de tolerancia y allí buscó la mujer que más le gustara y descargó su sexualidad desbocada sobre ella. Después de esa primera vez, regresó muchas más, cuando se embriagaba y no hallaba ganas de escribir, buscaba un buen lugar y allí “pasaba el rato”.

Era tan imparcial con su propia vida que en ocasiones le decía a sus conocidos “no te metás en esta joda de la escritura si no querés salir fregado como yo”, mientras reía, algunas veces. En otras lo decía lleno de rencor hacia los editores, los periódicos y los escritores famosos. Y agregaba “si querés aprovechar la vida, no escribás”.

Diego era el menor. Tenía veinte años. De complexión un poco fornida, de ojos claros y una cabellera color castaño que le llegaba a los hombros. Era pasional, inexperto e impaciente. Su sensibilidad lo había llevado a tres intentos de suicidio, y por alguna razón inexplicable, siempre terminaba salvándose. A sus quince años, producto de un desengaño amoroso, se lanzó de la azotea de un edificio de tres pisos, y solamente se fracturó la pierna izquierda, de la cual aún a sus veinte años quedaban rezagos de aquél accidente. Había días que tenía que usar bastón, o incluso no podía salir de la casa pues la rodilla se inflamaba y le impedía el sosiego. Pero de manera curiosa, el dolor se mitigaba cuando él se sentaba a escribir, así que cuando lo aquejaba una dolencia de cualquier índole, él tomaba la máquina y se ponía a escribir lo primero que llegara a su cabeza.

Su segundo intento de suicidio fue tomándose un veneno a sus diecisiete años, pero sus padres lo encontraron sobre un charco de vómito en el piso de su habitación. Había quedado inconsciente y en ese lapso, inexplicablemente expulsó lo consumido. Cuando lo llevaron a la clínica, no había rastro del veneno, pero sus padres habían visto el frasco en su habitación. Debido a tal situación, Diego estuvo siete meses en un centro psiquiátrico, y cuando salió era distinto. Tenía más ganas de vivir, y por ello se enrutó por el lado de la literatura. Había prometido descargar sus frustraciones sobre el papel, para no llevarlas a un extremo que dañase su propia vida, y se integró a un grupo de literatura en el cual se debatía acerca de las grandes obras que surgían ante el mundo. Allí conoció a Ángelo y Marco, y se conformó la excelente amistad que los uniría hasta la muerte. Se aburrieron del grupo y desertaron, para vivir en un apartamento que pagaban con el esfuerzo de su trabajo, la literatura.

No obstante, a sus diecinueve años Diego recayó en una situación de depresión, una vez más relacionada con un desengaño amoroso. Su novia lo había engañado con uno de los “intelectuales baratos” como él los llamaba. Se echó a la pena. Anduvo quince días bebiendo, hasta que una tarde Ángelo lo encontró en la bañera del apartamento envuelto en sangre. Se había cortado las venas. Estuvo a pocos minutos de perder la vida.

Después de una extensa conversación con Ángelo y Marco, Diego sintió de verdad un nuevo compromiso de vida, y se comprometió (tanto para sí mismo como para con sus allegados) a no intentar quitarse la vida de nuevo.

Así vivían. Afligidos por vivencias de tiempos pasados, principalmente enfocadas en el campo amoroso, del cual nunca habían salido vencedores. Escribir era su muestra de inconformismo ante el mundo que les rodeaba. Querían triunfar, y a pesar de los pocos conocimientos literarios que poseían, escribían muy bien.

COMPAÑERA DE TRASEGARES (Enero 13 de 2007)

Era de día, otra vez… los rayos del sol se colaban levemente por la ventana. Como muchas veces ya, ella estaba en el rincón de la cama, siempre con su actitud silenciosa e intimidante, pero irónicamente irrechazable. Nunca me había sido ajena, y ese día mucho menos lo era. Habíamos pasado la noche juntos, y esto sucedía con tal frecuencia que ya me hastiaba el retozar entre ese amasijo de cobijas y al final seguir sintiendo la insatisfacción que suele tenerse cuando algo se torna como una costumbre de esas que se cumplen como algo obligado por las circunstancias.

Así era y ha sido siempre con ella. Me observa constantemente, desde el amanecer, cuando el primer rostro que encuentro es el suyo, y allí mismo comprendo que irremediable e inevitablemente, tengo que abrazarla, y seguirla abrazando. Besar sus labios es perderme poco a poco en un absoluto vacío y desazón que oprimen fuerte y dolorosamente al pecho, al corazón…

No habla mucho. Sólo lo hace cuando la luz de la alegría y el triunfo momentáneo se han desvanecido. Es allí donde sus palabras caen sobre mí cual martillo de juez, mordaz y asesino, asesta uno a uno sus golpes sobre el estrado, los cuales se van repitiendo con un eco ineludible en mi mente, en mi corazón, en mi alma, y cada uno de ellos se precipita como una sentencia de esa realidad, en la cual no puedo hacer nada para escapar a esa triste compañera, y ella tampoco lo quiere hacer. Sólo me habla para demostrarme cuán atado estoy a ella y como las pocas posibilidades de dejarle se esfuman impíamente.

En el delirio de desazón que lleva consigo, comprende que debemos estar juntos, y acepta tal cotidianidad irremediable, acoplándose cada día más a ella. Mientras tanto, yo, sirviéndome un café para intentar establecer mi primer contacto con una reflexión que me permita explicar por qué aún ella está ahí, no logro aceptar ese designio, ese trasegar.

Se levanta, y me exhibe su desnudez, tan blanca, tan trajinada, pero tan intacta, tan irónica. Su cuerpo aparenta transparencia… sé que mi gente cercana no cree que ella existe, porque nunca quiero hablar de su compañía, constante durante estos últimos días, pero sí, existe, para bien o para mal, o más bien, para bien y para mal.

… sonríe mientras se va vistiendo despaciosamente con la típica bata negra que se pone luego de revolcarse conmigo por la noche, antes de acostarme, y por la mañana, cuando abro mis ojos y la encuentro desnuda, rozando mi cuerpo, seguro de que ella está ahí, y estará por muchos días.

Ahora me acompaña al baño. Voy a orinar, y pienso en ella otra vez… se ríe al saberlo, y pasa su mano por mi rostro, antes de que yo lo lave con agua y jabón, para despertar ante el nuevo día, y en ese momento, recuerdo que ella está ahí, pues la olvidé cuando dormía y soñaba por la noche, porque el sueño disipa tantas cosas… hasta la muerte misma…

Sigue detrás mío… me escruta con sus ojos, y me acompaña hasta la cocina, donde preparo mi desayuno. No me ayuda en dicha labor, pero ya la conozco, y sé que nunca lo hará. Mientras veo la televisión, se acomoda cerca de mí, e intenta romper ese lapso de empatía con el ocio, para recordarme que sigue ahí, y que quiere satisfacerse con las circunstancias que nos rodean y que propiciaron esa comunión entre ella y yo.

Voy a la ducha, y allí se queda observando mi cuerpo desnudo. Quiere enjabonarme. Con sus delgadas y frías manos toca mi cuerpo de manera despaciosa. Quiere seducirme y me intenta abrazar al son del agua que la regadera deja caer por disposición mía. Pero me río, triste y alegre a la vez, y empiezo a contarle tantas cosas, y ella intenta aconsejarme. A veces ella misma comete el error de propiciar que yo me aleje de su compañía, cuando me muestra nuevas posibilidades para sonreír. Y allí se lamenta, entonces espera otro momento propicio para asestar un golpe donde yo comprenda que no puedo huir de su compañía, ni de broma.

Es mi confidente, siniestra, pero al fin y al cabo sabe todo de mí, sin faltar nada de ello. No hay secretos ocultos con ella… lo bueno y lo malo confluyen con dirección a su presencia, las más loables sensaciones, sentimientos, pensamientos y acciones se someten, desnudos frente a su figura, y las peores bajezas del ser, del corazón y de la mente se encuentran en esa encrucijada de la sinceridad que sólo ante ella surge de manera completa y total.

Así es toda la tarde. Me siento a escribir, y está a mi lado, murmurando y recordándome las cosas… escucho música y nuevamente hace lo mismo, tal situación es normal en toda la cotidianidad que yo quiera ejercer y ejerza. Hasta que llega la noche y es la hora de acostarme, una vez más… y sigue, ahora quiere estar conmigo, y luego de hacerlo muchas veces, me olvido que está ahí y me sumo en el sueño profundo, en el que no la encuentro, sino que encuentro a otras, que me proporcionan una alegría enorme, y que no se compara con lo bueno que ella haya podido brindarme.

Pero quizá mientras escribo esto, para ella, para mí, para ambos, para unos cuantos, o para una generalidad amorfa e inquisidora, pertinaz e irracional, incomprensiva y mezquina, voy comprendiendo y aceptando por qué ella es mi compañera, y a la vez ha estado en los lechos y en la vida de muchos otros, pues al final es una prostituta mal pagada, que disfruta con esa actitud decadente de sus amantes, de sus compañeros, y que sólo recibe de ellos esa retribución esperada por el efecto de sus tristes y siempre inconformes e insatisfechos pensamientos: el rencor, la violencia y el afán por ignorarla con cuanta oportunidad de escape se cruce en el transcurrir inmediato, con el fin de erradicarle a largo plazo. Ella me conoce perfectamente, y a muchos otros con los que ha compartido vivencias, cotidianidades, sus problemas y sus triunfos… conoce a muchos otros con los que estuvo antes de mí, con los que está incluso en este mismo instante y me los restriega en la cara, pavoneándose con actitud despreocupada, sin importarle mi reacción (igual que se joda, mejor, mientras más se aleje de mí, más feliz estaré)… lo más enigmático es que conoce perfectamente a los amantes con los que no ha estado nunca, pero está segura que pronto les llegará el momento para retozar con ellos en sus respectivos dormitorios, o donde se les dé la gana, igual yo con ella así lo hice muchas veces en lugares insospechados, y en momentos aleatorios, pues cuando toca, toca.

Hoy, más que todo, habiendo escrito todo este recuento de mi fluctuante experiencia con ella, y antes de generar especulaciones baratas en los respectivos espectadores, quería expresar mi deseo de conocer a todos esos amantes de ella… los del ayer (que sonríen por haberla alejado ya de sus vidas, y comparten el lecho con otra mejor que ellas), los del hoy (que sufrimos y gozamos, que reímos y lloramos, pues ella nos brinda un vaivén entre la alegría y la tristeza, pero más que todo entre los momentos de claridad del ser y de su oscuridad lacerante), y los del mañana (que padecerán todo ese vaivén)…

… pues quería que ellos me contaran qué sienten y qué piensan de ella. Porque todos también la conocen, así nunca hayan estado con ella. Los del ayer ya la tuvieron, los del hoy están con ella, y los del mañana, pese a no haberla visto nunca, saben levemente como es, pero será peor para ellos cuando la conozcan y vivan su “idilio irónico” con ella…

Yo no me alejo de ella aún, y ella no quiere irse de mí tampoco. Estamos ahí, estáticos, retozando todas las noches y todas las mañanas, riendo y llorando en compañía… ella, burlándose de mis tristezas y tratando de opacar mi optimismo y mi alegría con sus comentarios y sus muestras de amor paradójico. Pero en algunas ocasiones me seduce cuando me revela esa luz en el camino, cuando me permite establecer razones que no me dejan alejarme de ella, porque quizá es necesaria en momentos leves, como el agua cuando tenemos sed, como la luz cuando queremos ver, como muchas cosas más que salen siendo indispensables en algún que otro momento. Y la he ignorado muchas veces, para bien y para mal, puesto que así abandono su a veces aburrida compañía, y otras veces abandono la claridad de muchas cosas que ha llegado a proporcionarme.

Y es mi amante, es mi prostituta mal pagada y gratis. Y yo la busco muchas veces, incluso cuando el sentimiento está con otra, porque a veces la sigo necesitando. Pero también soy consciente que el día que ella se aleje de mí es mil veces seguro que otra aparecerá en mi vida… el mismo día que ella salga de la casa y de mi corazón, en ese preciso instante estará entrando otra, abrazándome y viviendo conmigo ese idilio que ambos queremos. También, irónicamente, si esta última me abandona, ella volverá, como siempre lo hace, porque es mi prostituta mal pagada y gratis…

ANOCHE SOÑÉ CON PILAR (Mayo 01, 2006)

Eran las 2:59 A.M. aproximadamente. Estaba tumbado sobre mi cama, reconfortando al alma y al ser, quienes yacían en un profundo pesar, y sólo con el sueño podían descansar. Durante los últimos días la había pasado así, rodeado por una constante monotonía rutinaria, que poco a poco me seguía debilitando aún más… y pensar que todo se debía a su partida…

Pero esa noche, esa noche, todo era distinto… después de mucho tiempo intentándolo, por fin había conseguido conciliar el sueño de una manera normal, sin necesidad de tomarme alguna tableta o ingerir algún medicamento indeseable. Ni siquiera había tenido que recurrir al licor para lograr mi cometido. En fin, dormía incansable y placenteramente.

Cuando de pronto, sentí que el frío se coló por mi ventana… pero, cómo? Recordaba que la había cerrado y había puesto el picaporte, para asegurarme y evitar situaciones poco agradables. Inmediatamente cuando intenté levantarme de la cama e ir en busca de la ventana para cerrarla, una mano se pasó por mi hombro… era ella… ella, tan sólo ella… nuevamente, ella.

No sabía cómo había llegado allí, pero tampoco me interesaba averiguarlo. Sólo me conformaba con saber que ella estaba allí. Quizá en los primeros segundos de su aparición dudé un poco y me pregunté por qué ella estaba allí, pero luego decidí no pensar más… incluso me atreví a preguntarle, pero cuando apenas iba en el “por…”, ella me detuvo, poniendo su dedo en mi boca, y callando mi voz con un beso inolvidable, simplemente, inolvidable…

Pronto comencé a perder la noción de la realidad, y del tiempo… de un momento a otro, su cuerpo estaba tumbado sobre el mío, y ambos yacíamos desnudos sobre la cama, que tantas veces había sido nuestro lecho de amor… esa noche era distinto.

Sentía una pasión inexplicable, pero tan inmensa, tan magnífica que hoy todavía no puedo explicar qué fue lo que pasó. Tengo algunas imágenes grabadas en mi mente, y por Dios, quisiera tener más… pero no es así… sólo debo conformarme con lo poco que ha quedado alojado en mi mente, y seguramente también en mi corazón.

Sus besos no cesaron, y sus cálidas caricias tampoco. Nuestros cuerpos jugaban entre sí, se entremezclaban en un mar de numerosas y casi infinitas sensaciones indescriptibles e incontenibles… no podía casi respirar, con cada beso que ella me daba, yo perdía el aire que tenía… quizá podría describir todo esto como algo “mágico”.

Quería besarla más y más… así seguimos durante mucho tiempo… volvían sus caricias, delicadas, tiernas, lentas, como si supiera de mis dolores, como si con cada pequeño roce de nuestros cuerpos, de sus labios con los míos ella quisiera decirme algo, como si ella supiera de mis dolencias, y supiera que se debían a ella… quizá por eso estaba allí, curando a mi ser con la mejor de las medicinas, indudablemente, el amor…

No lo sé… todavía no lo sé… recuerdo que a cada beso que ella me daba, yo deseaba aferrarme aún más y más a ella, tomar su cuerpo definitivamente y no soltarle nunca… intentaba hablar, pero las palabras no podían salir de mi boca… al intentar pronunciar alguna frase, me ahogaba en su aroma, en sus besos y en su ser, estaba aletargado… quería gritarle, pedirle con ruegos que nunca me abandonara, que se quedara allí en mi habitación por siempre, y que esa noche hermosa nunca muriera… sí, fue una noche mágica… sólo un suspiro cargado de sentimiento podría describir todo.

De un momento a otro, retomé la noción del tiempo y de la realidad. Ya los primeros rayos del alba se colaban por la ventana, y los pájaros comenzaban a trinar… comenzaba un nuevo día.

Me sentía agotado, débil y en un estado casi febril. No entendía por qué, o más bien sí. De un momento a otro, quise buscarla, y cuando miré al otro lado de mi cama, no la encontré. Se había marchado, quizá en uno de esos lapsos donde yo estaba aletargado por su ser. No podía explicarlo, y simplemente así, nuevamente, se había marchado… sin más ni menos.

Pronto comencé a sentirme aún más débil, y profundamente triste… comencé a descubrir la realidad, y ella era muy triste. Nunca había pasado nada, así de simple… lo único distinto era que había dormido por fin, aunque aún tenía mis dudas. Pero posteriormente, pude entender que tanto amor, tanta ternura, tantos besos y tantas caricias no fueron más que mentira, una jugarreta de mi ser… sólo había sido un sueño, quizá el peor de todos. Su cuerpo era falso, sus caricias no existieron, y sus besos ya no estaban desde que ella se había ido, hace muchas tardes atrás.

De todas maneras fue una noche mágica, porque el suceso seguirá siendo inexplicable… aún a veces, muchas noches, he esperado que ella vuelva, que regrese, vestida con esas ropas ligeras de aquella noche, con sus labios despintados, su cabello suelto recién peinado, y sus ojos inquietantes. Que se pose en mi lecho, que me bese, que me abrace, que su cuerpo juegue con mi cuerpo, que sus labios se adhieran a los míos, que no brote más que pasión, más que sentimiento entre los dos… pero ha sido imposible, la espera es absurda, cual iluso he sido yo? Cada día me convenzo más, fue un sueño, un simple sueño… anoche soñé con ella, anoche soñé con ella… frase absurda que me repito a ver si vuelve.

Pero una duda aún yo tengo… la ventana estaba abierta cuando yo desperté…

El imbécil

Este es el fragmento de un relato inconcluso que aspiraba a ser novela:

Se levantó un poco mareado, ya que el licor rondaba por sus venas haciendo de las suyas. Apenas pudo reconocer que estaba en casa, volvió a entristecerse, pues recordó que había fracasado una vez más en el amor, pero aún no sabía porqué...

Recuerdo haberlo planeado todo perfectamente, la cita era en la carnicería, oh si, la carnicería... nooo... por qué le dije que allí!”, pensaba mientras recordaba que el ex-novio de su presa trabajaba allí. Había cometido el error de llevarla cerca de su antiguo amante, tan sólo para que ella se reconciliase con él y despreciase a nuestro pobre y esmerado imbécil...

Mientras meditaba esto hacía el mismo desayuno desde que se había ido de su casa: arepa, tostadas y café, leyendo el diario y pensando en sus fallidas estrategias. El pecado de aquél hombre fue ser el menor de una familia de casanovas que sabían mucho del tema que jamás pudo aprender. Jamás supo ser un galán y, aunque tenía un poco de encanto, era garrafalmente torpe para llegar a la “ofensiva final” (si así se le puede llamar) y siempre fracasaba rotundamente.

Su primer síntoma grave de ese déficit ocurrió hace unos cinco años, siendo recién bachiller conoció a una niña de quince años que sentía una profunda pasión por él. Antes del fracaso, él la llamaba “Susy”; después de ello la llama simplemente “La lagarta”. Su único pecado fue la lentitud con la que llevó los hechos a concretarse. Cuando le llevaba la carta comprometedora a su amada Susana, la encontró con un tipo, sí, un tipo. Apenas vio a la Susy, ella le dijo emocionada: “Hola Migue, cómo has estado! Te ves genial... mira, te presento a mi nuevo novio, Juan.”

Miguel sintió aquella noche que su único intento formal de llevar una grata relación, su “glorioso” intento que había logrado hasta esa noche, se había derrumbado. Nuestro imbécil se había chocado contra un gran muro y ahora su corazón estaba en cuidados intensivos. Se había vuelto más callado aún, perdió peso y se arrastró unos meses de bar en bar llorando a su lagarta. Y eso que era joven aún.

Recién universitario sufrió dos fuertes golpes que no quiso relatar, pero se sabe que en el último “estrellón” se sintió tan pisoteado, tan humillado, tan poca cosa que, aunque no quiso beber, sólo hablaba de la desgraciada y, peor aún, la seguía amando, aunque lleno de rencor contra la misma mujer que, para colmo, vería todos los soles de su carrera. Después de eso juró que jamás se volvería a enamorar, promesa que cumplió dentro de la academia, pues por fuera de ella se mantuvo de fracaso en fracaso. Había perdido ya “la vis cómica” desde su fracaso con Susana Contreras y pensó que sólo sería un simple abogado, gris, en una sucia y gris oficina, que jamás sería ascendido y que estaría por siempre condenado a un “arresto domiciliario”, siempre aislado de la sociedad.

Su familia jamás supo de él luego de que se graduarse y, al ver que su amada Sarah no llegaba a la celebración, bebió como loco, se le vio alegre y vivaz, charlando con todos, borracho, bailando... y luego fracasar en su intento de suicidio cinco horas después, al salir el sol. Su familia lo llevó a un hospital pensando que había ocurrido un simple accidente, mientras él pensaba que Dios había sido muy ingrato con él porque no le había vuelto ciego y paralítico, pues a pesar que su intoxicación con alcohol metílico había sido muy severa había salido ileso. Dos meses después partió de casa sin dejar rastro de su motivo.

Miguel Ramírez renegaba porque olvidó comprar mantequilla ayer al comprar su mercado. Tendría que salir y mínimo -pensaba- se encontraría a Salomé, su fracaso de ayer, ella le vería desagradable con su patético cabello despeinado -apenas se había levantado- y se burlaría peor aún...

Pero digamos que nuestro patético amigo tuvo, en cierto modo, suerte. La sentencia ya estaba escrita y claro, pensar en lo malo es pecado, pues se encontró con la susodicha en la tienda, aunque ella no se burló. Lo malo es que estada toda abrazadita con Fernando, “su galán” y Miguel se sintió gravemente humillado. Se limitó rápidamente a comprar la mantequilla y salir corriendo. Ya en este punto, se alcanzó a escuchar la voz de Salomé: “Huy no mijo, miralo tan patético, infantil, tan inmaduro. Viste la cara que puso? Ese pobre necesita una mujer que lo tumbe y lo acomode.”. “Si, ese tipo me da lástima...”, dijo el usurpador ese de Fernando.

Llegó pues, ofuscado, a la casa y sacó la mantequilla. Sacó el cambio... ¿cambio? ¡Ay Dios mío, lo dejé!. Volvió ofuscado para la tienda y don Felipe, el tendero, le dijo “oye, tú por esa mujer un día de estos vas a dejar la cabeza por ahí”, mientras le entregaba la devuelta. Ya con la cólera a punto de estallar, recogió el cambio y volvió a su casa pero había perdido el apetito con tanto vaivén y desaire. Había sido derrotado y además rematado.

Quiso acostarse a escuchar música para que se le pasara la cólera. En sus buenos tiempos Miguel solía escuchar música alegre, vallenato, salsa y tropical, entre muchas cosas. Sus gustos musicales ya eran un obstáculo en su mundo actual, dominado por el reggaeton, que en esos momentos era el baile más decente de los populares, que ni siquiera quisiera mencionarlos para no causar impresión. Pero hoy Miguel estaba escuchando música triste, si, otra vez salsa, vallenato, tropical, pero tristes y deprimentes canciones se agolpaban en los sufridos oidos de nuestro humillado joven. Lejos estaba la época en la que no fracasaba tanto, lejos estaban ya los recuerdos universitarios, cuando estudiaba derecho y se mordía los labios para no enamorarse de la chica nueva de la carrera, Johana, para no tenerse que estrellar otra vez más. Prefería aguantar porque así estaba muy estable y era un brillante estudiante, y por lo menos mantenía suficiente humor para poder vivir con sus cotidianos estrellones afuera de la academia.

Era increíble -pensaba tristemente y calladamente- que sus épocas de adolescencia fueran tan buenas comparadas con las contemporáneas, ahora era un brillante abogado pero era infeliz. Su trabajo y su dinero no podían complacerlo completamente, no por que fuera poco remunerado su trabajo, al contrario, recientemente había defendido a un narcotraficante y ganado mucho dinero y “prestigio” con ese caso. Era un infeliz porque creía que la constante de su vida sería la soledad. Pensaba que no era tan cruel no tener una pareja que lo complaciera y amara, pero además de eso estaba lleno de enemigos ya que siempre se cruzaba con mujeres con novio o con ex-novio en proceso de reconciliación. Él solía creer que habían más hombres que mujeres en el mundo y que éstas siempre conseguían a un hombre -por feas que fuesen- con facilidad meridiana. Ellas podían elegir a su pareja, y las más feas son las más exigentes -pensaba- y por tanto los hombres feos o torpes quedaban condenados al confinamiento en el mundo de los solitarios. Pero Miguel no era feo. No era el “super chimbita” -como suelen decir las jóvenes de la generación de Miguel- pero tenía una mirada muy encantadora que cautivaba a la primera vista, que contrastaba con su mal genio y su inmadurez.

En esta época ya eran pocos los hombres y mujeres que no fueran “chimbitas”, quizá por selección natural, los feos estaban en extinción inminente o en curso.

Lo peor del aislamiento de Miguel es que ya estaba perdiendo la calidez con la que solía tratar a sus colegas cuando empezó a trabajar. Muchos opinan que él le dio prestigio a Abogados Exprés -su lugar de trabajo- pero no lo querían demasiado porque era grosero a menudo cuando se le hablaba. Era muy intolerante ya por lo amargado y quería que las cosas se hiciesen “divúlguese y cúmplase” y no aceptaba opiniones contrarias a las suyas, aunque estuviese equivocado. Todos sus colegas se burlaban de su torpeza y de su mala suerte con las mujeres. Quizá mañana lunes todos lo mirarían como pensando “Uich, míralo como viene después del incidente de la tienda. Definitivamente este tipo es tapao para ese tipo de cosas”, o se reirían delante de él y tendría que expulsar a un trabajador más. Ya muchos se estaban cansando de su malgenio y sus continuos despidos y pensaban en hacerlo relevar por alguien más simpático y menos terco.

Pocas veces se le iluminaba a Miguel la esperanza, porque en realidad jamás la perdía del todo. A ratos pensaba en despertar y dejar huella en su vida, realizarse como abogado de fama internacional y dedicarle tiempo a su últimamente descuidada afición: tocar el piano. Se veía, pues, que el imbécil tenía metas y esperanzas, que a menudo él mismo sepultaba en medio de sus constantes depresiones y momentos humillantes como este.

Hasta aquí llegaron mis ánimos...

Al destapar la olla (Junio 01 2006)

Al destapar la olla, recordó que no había nada en ella; había olvidado que todo lo que preparó en la noche anterior fue consumido casi inmediatamente. La olla estuvo vacía durante la noche y toda la tarde en el refrigerador. “Que tonto”, pensó. Luego de manera relajada, lanzó la olla al lavabo, restándole importancia al asunto y comenzando a preparar lo que sería la cena de esa noche.

“Una noche más, una noche igual, igual de solo, y qué?” Eran sus pensamientos mientras se sentaba en el mueble de la sala para ver televisión. Mientras pensaba este tipo de cosas, se sentía aliviado dentro del dolor que le causaba el saber que estaba condenado a una soledad entera y a una espera impotente. Se reía de sí mismo, y no le importaba.

Tenía treinta y cinco años y desde los veintidós vivía sólo. Ya estaba acostumbrado; trece años de soledad y de responsabilidades particulares eran suficientes para resignarse a la vida que le había tocado. Algunas veces, la tristeza lograba invadirle. Siempre había soñado con formar una familia, o al menos compartir sus triunfos con otro ser, una mujer que lo hiciera sentir feliz, que por las noches lo esperara con la comida caliente y posteriormente, poder contarle cómo le había ido en la jornada; además de ello, “poder tener esa otra parte indispensable para estar pleno”, pensaba.

La nostalgia se apoderaba de él, y a su mente volvían los recuerdos de su juventud, y de sus proyectos inacabados. “Ahora sí que menos se harán realidad”, pensaba lacónicamente. Pero muchas experiencias le habían enseñado a repudiar toda clase de sentimientos. Se había vuelto frío e insensible; él lo sabía y le afligía el hecho de haberse convertido en lo que muchas veces llegó a odiar. Él, siendo tan tierno, siendo tan noble, tan solidario, era ahora una especie de ermitaño, un solitario mezquino e insensato. Reía ante la tragedia, y odiaba los sentimentalismos. Aún dentro de su misma coraza de crueldad, seguía sufriendo, y lo sabía.

“Qué ridiculez”, pensó al recordar a la que había sido la única mujer que pudo amar. Aún conservaba algunas fotografías al lado de ella, y de vez en cuando las ojeaba quizá para castigarse más, porque el fin de esa relación y la forma como terminó fueron los hechos que lo marcaron y lo convirtieron en ese “miserable” que él mismo sentía que era.

Su amor por ella había sido grande, pero aún más grande la traición que ella le propinó. Él vivía por y para ella, todo su tiempo y su espacio giraban en torno a ella; toda la extensión de su ser, de su alma, eran para ella. “Y me había prometido casarnos”, pensaba burlona y a la vez rabiosamente.

La había encontrado en la cama con su mejor amigo, diez días antes de la boda. El mundo se le derrumbó. Tanta espera, tanta ansiedad, tanto amor, para qué? Simplemente ella se había burlado de él. No esperó explicaciones. Tampoco recriminó nada. Lo único que hizo fue tomar la argolla de compromiso que le había obsequiado a ella y se marchó. Luego la cambió por dinero y con él se embriagó toda la noche.

Así anduvo unos tres días, aproximadamente. Tenía veintidós años. Era alegre, vivaz y fantasioso. Después de aquél suceso, su vida cambió. No duró un mes en casa con sus padres, y se fue a vivir solo al apartamento que había conseguido para su “vida matrimonial”.

Vivía con esa frustración sentimental acaecida, y cada día que pasaba hacía todo lo posible para tener siempre presente lo sucedido. Era su cruz. Era su dolor. No sabía qué más hacer. El apartamento estaba organizado igual que el día en que lo compró. Parecía un apartamento familiar, pero era fácil darse cuenta de lo sombrío que era el lugar. La suciedad, el polvo y las telarañas lo rodeaban completamente. El olor a muerte rondaba allí, y quizá era debido a lo sombrío e insensible de su dueño, quien no se preocupaba por mantenerlo mejor. Vivía bien de esa manera. “Quizá muera así”, pensaba al mirar el apartamento tan descuidado.

“El amor no existe”. Tal frase siempre la llevaba consigo, día tras día, y mientras más ojeaba las fotografías con su amada de otros tiempos, más se convencía de tal premisa. Se sentía ridículo, se sentía torpe al pensar que el ser humano podía sentir ese tipo de cosas. Le desagradaba el saber que muchas veces la había abrazado, la había besado, y hasta había hecho el amor con ella. Era su paradoja. Era su crudeza ante la vida.

No podía pensar en cosas bellas, ni concebir algo bueno. Hubo momentos de fragilidad (aún no era un monstruo completamente) donde se preguntaba cómo había llegado a esa situación, y por qué era así. Pero en sus arranques de ira al recordar la traición recibida, volvía al estado cruel e inmisericorde. No podía olvidar. No podía perdonar. Era su karma, era su cruz. No obstante, no quería morirse. Siempre pensaba que la vida debía continuar, fuera como fuera.

Quizá era alguna esperanza que no le permitía decaer, que no le permitía morirse, ni desfallecer. Y así fue. Su esperanza y su ánimo estaban bien fundamentados. Esperaba algo aún, y quizá llegaría. Nunca se le había pasado por la cabeza quitarse la vida, aunque muchas veces pensara que no valía la pena estar vivo estando solo. Pero había algo, algo inexplicable que lo seguía atando al mundo y manteniéndolo en una expectativa inexplicable, que incluso en varias ocasiones lo llenaba de alegría…