viernes, 12 de diciembre de 2008

Ricardito

"Ah, otra vez" lamentó perezosamente Ricardito. Eran las seis de la mañana y tenía que salir a vender dulces en los semáforos y cualquier buseta cuyo chófer se apiadara de él. Sus diez años eran muchos para un niño de diez años. Mucho mundo, mucha lucha. Poco pan, poca retribución a los esfuerzos constantes.
Correteaba desde las siete de la mañana hasta las nueve de la noche. El desayuno, un pan - muchas veces rancio - con aguadulce; el almuerzo, cualquier mecato que se lograra conseguir, o la piedad de algún parroquiano que a veces acaecía le propiciaba algunos buenos banquetes personales. La comida no existía en el diccionario de sus anhelos ni de su existencia cotidiana, mejor dicho, tristemente rutinaria.
Con los ojos cansados e irritados, se subía a las busetas, promocionando los confites que soñaba poder vender rápidamente. Ya eran como cinco años en lo mismo. Pocos compraban, otros hacían malacara cuando éste subía a la buseta. Algunos fingían dormir; otros expresaban lástima de cajón. Y algunos la impotencia producto de las ignominias políticas y sociales a las que muchos se han visto abocados.
Ricardito no estudiaba, pero podía leer y escribir. Aún así, para él era una tontería, prefería los videojuegos cuando el tiempo y la liquidez acaecían en su vida. Celebraba con los triunfos de su equipo de fútbol favorito, y en muy contadas ocasiones iba al estadio a alentarlo. Las noticias y el periódico poco le importaban. Las promesas de los políticos lo enriquecían siempre y cuando ellos llegaran con las dádivas temporales en tiempos de campaña. El resto del tiempo, eran unos buenos hijos de puta, corruptos y ladrones, olvidados de "su gente", de "su pueblo".
Ojos cansados, rutina agobiante, ser ya lacerado. Pronto llegaría una tarde funesta donde la adolescencia se hizo cómplice de la ignorancia obsequiada por el olvido y la indiferencia y las drogas serían sus amigas. Donde el crimen para la subsistencia fue su lema, su bandera.

El Cinismo desmesurado

Mauricio miraba alrededor de sí, sin poder percibir claramente todo. Parecía obnubilado, perdido, como si se hallara en otra órbita. Observaba sin observar, parecía estar viendo un punto muerto nada más. Otra masacre, el llanto de las víctimas... los machetazos descuartizadores se oían al fondo, al son de clamores que no serían atendidos.
Era una cruel melodía que tintineaba no en los oídos de Mauricio, sino en su mente, en su corazón. Aún estaba vivo, pensaba a ratos, pero ya consideraba tarde la oportunidad de la reconciliación. Seguía haciendo daño, sufriendo silenciosamente y fingiendo frialdad. Pero era una mierda, al fin y al cabo lo era. Por cobarde, por no detener su funesto proceder, por seguir en lo mismo.
Escuchaba los gemidos de una mujer siendo violada por sus secuaces subalternos. Y simplemente, tomaba los audífonos y seguía escuchando sus vallenatos románticos; otras veces eran canciones de protesta. Tarareaba y repetía las líricas mientras acariciaba su fusil. A la hora de cualquiera de estos actos, hacía cosas similares. En otras ocasiones, recordaba los tiempos de su infancia, siendo hijo acomodado de hacendados.
Un día quiso estudiar y luego, le dio por aprender a disparar la 38 de su amigo Rafael. Luego, la marihuana purificadora y relajante lo llevó a otros lugares. La fornicación constante con distintas mujeres se convirtió en su religión, al son de la ambición por la riqueza. Al principio atracaba a cualquier transeunte, o robaba carros, con sus cuatro compañeros. Luego, desvalijaba casas. Y un día, el narcotráfico fue la catapulta de su éxito personal.
De esa forma, regresó a su pueblo, con amigos poderosos, sembró el caos y el terror. La muerte era su apellido por vocación. Y lloraba silenciosamente, pensando que hacía mal, pero que no podía parar. Era hijo de la avaricia, cegado por la ambición.
El olor a madera quemada y a sangre fresca producto de balazos y machetazos mutiladores era perfume para él. Escuchaba vallenato romántico y canción social, luego con amargura llorando por la noche su tragedia personal.
Mentiroso y farsante, rezando por las noches, pidiendo perdón por sus víctimas. No era bueno, era malo y miserable.
Generoso a ratos, repartía dinero y mercado a los poblanos; armaba bazares y carnavales, tomaba cerveza, ron y aguardiente al son de Darío Gómez y su vallenato infaltable. Otras veces su canción social "porque tiene melodía bonita con la guitarra y esas voces son muy lindas" decía entre carcajadas, ah "y porque la aprendí en la universidad".
Así fue como una tarde navideña, un balazo de un joven subestimado por todos, le atravesó el cráneo y la sangre chorreó por el orificio, mojando los audífonos que seguían sonando y replicando "pan para el pueblo, libertad para todos".

domingo, 30 de noviembre de 2008

La primera vez

El joven Mauricio se disponía a iniciar su vida sexual. No lo podía creer. Su novia le había ofrecido aquella inusual propuesta para una niña de apenas dieciséis años, pero él no la podía perder, a pesar que sus dictados morales se lo reprochaban. En fin, Mauro iba a "perder cachucha" como dicen los jóvenes de hoy. Ya todo estaba planeado. El jueves a las seis de la tarde, en el motel "punto cero" se iba a ejecutar tan "infame acto" como lo pensaba él, pero a su vez iba a dejar de ser el pequeño bisoño, como decían sus amigos.

"El torpe", "El topo", "El cachu" (cachucho), "El morboso", eran algunos de los apodos más generalizados entre sus amigos. Él vivía mortificado por ello. Nunca tuvo oportunidad anterior de desplegar su actividad sexual, la cual apenas se remitía a observar videos de dudosa reputación, y luego de un rato, descargar con furia sus frustrados deseos; luego lamentarse por ello y echarse a dormir un buen rato.

Tanto le significaba a él ese asunto, que soñaba constantemente con sus más frecuentes amigas ejecutando tan hermoso acto, como decía él. Pero a la vez, deleznable, en el fondo, porque nunca sentía amor en esos sueños, sólo un depravado placer que lo corrompía el resto del día luego de despertar y recordar aquellos sueños, de los cuales despertaba un tanto "húmedo".

Respecto al semen, él siempre sentía asco, repugnancia, le parecía algo sucio. Siempre quiso que el orgasmo se perpetuara y nunca tuviera que lidiar con esa "asquerosa materia" que salía de su órgano tan preciado, y tan virginal, como lo recordaba con risa sardónica, porque en el fondo sentía lástima de su propia virginidad.

Respecto a su novia, Sandra, no era lo más puritana de este mundo. Perdió su virginidad a los once años, jugando con sus compañeros a "hacer el amor" en los baños de su colegio. Luego de ello tuvo que abortar, pero nunca le importó. Ella tenía una visión bastante relajada de la vida. Tanto, que sus padres la echaron de su hogar dos años más tarde, luego de encontrarla inconsciente en un bar, por una sobredosis de licor y de eso que Mauricio llamaba con repugnancia "las pepas de la muerte".

Pero ella disfrutaba entre sus placeres. Su vida era muy desdichada, debido a la falta de cariño de parte de su familia, un padre que era pastor en una "Iglesia de garaje". Su familia vivía de engañar a la gente con falsas promesas de un paraíso en el espacio exterior, y le robaba a sus fieles el poco dinero que poseían, con la esperanza de poder construir una nave espacial que los condujera a Saturno, planeta que, a juicio de él, albergaba las infinitas posibilidades de salvación del planeta.

Pero aquél señor era un degenerado. Bebía a cuestas de la Iglesia, violaba a las niñas más jóvenes de su Iglesia, con el pretexto de "iniciarlas" en el culto de su propia invención. Tan degenerado era, que cuando supo de las primeras relaciones sexuales de su hija, la violó incesablemente, y cuando ella amenazó con delatarlo, la expulsó de su hogar. Su madre, por supuesto, no dijo nada. Estaba hace muchos años amenazada de muerte si le dejaba o si delataba la mentira de su Iglesia de cartón, o si le llevaba "la contraria".

En fin, Sandra estaba obligada a brindarle unas cuantas horas de placer a ese muchacho del barrio que decía ser su novio, el cual detestaba por aquella intensidad con la cual él le pedía compañía. Sólo accedía por el dinero que el muchacho tenía, porque podría ser el hombre más feo del mundo, pero estaba forrado en dinero, así lo pensaba ella, y a fin de cuentas, ella también necesitaba algo de sexo, ya que desde hace tres días no lo tenía, y le hacía falta.

Se encontraron en el lugar indicado. Mauricio, todo ilusionado; ella, un tanto indiferente, lo cogió de la mano y lo besó hipócritamente antes de entrar al motel en el cual chocarían dos mundos completamente diferentes, una mente pura pero llena de ansias de algo que le había sido negado durante bastante tiempo; y otra que sólo deseaba placer y dinero; en aquel lugar, él descargaría todos los sueños que tenía con la mujer que amaba, y en el que ella tendría una noche como cualquier otra...

domingo, 16 de noviembre de 2008

La Bien Pagá

Nota: Este escrito fue inspirado por la canción Bien Pagá de Diego el cigala y Bebo Valdés en el álbum Lágrimas Negras.


Esteban estaba recorriendo las calles de Madrid cuando de pronto se internó de manera accidental en una calle oscura, desolada por la ignorancia social de los mismos reyes, yo creo que ni zapatero seria capaz de salvarla, pero el caso no es ese, si, se interno en una calle llena de bares, hombres travestidos, y prostitutas, esteban sabia el peligro que le ocasionaba entrar en esa selva de cemento y es por eso que tomo ese riesgo, iba en su BMW, de color negro , buscando a la bien pagá , así le decían a Maritza, una muchacha que estaba acostumbrada a prostituirse con mafiosos, y creo que por eso le decían la bien pagá. Pero Esteban creo que no iba por lo bien pagá que era Maritza, sino por probar sus besos, sus caricias, porque ella tenia la fama también de dejar satisfechos a sus clientes.

Esteban seguía recorriendo esa selva de cemento cuando tropezó con Maritza, y el pregunta que si es la bien pagá, Maritza responde que si de una manera sensual, Esteban la invita a montarse en su carro y desean irse a unos de los moteles mas exclusivos de la ciudad de Madrid, llamado “el encanto”, ambos salen de la selva de cemento, para internarse en un paraíso sexual, recorren la ciudad, y se encuentran con ellos mismos, en el encanto, y pasan una noche de pasión, era tanta la actividad que sus corazones laten a cien por minuto, sus cuerpos atraviesan una galaxia sexual.

Toda la noche duro la actividad, pero Esteban tenia que regresar a su rutinaria vida, se levanta temprano dejándole una nota a la bien pagá diciendo: “Me voy de tu vera, olvídame ya que he pagado con oro tus carnes morenas”, la bien pagá confundida entre sábanas lee la nota desconsolada, Maritza no sabía que era una galaxia sexual y con Esteban lo había logrado, sabía que era estar bien pagá, pero esta situación no duraría mucho, tocan la puerta de la habitación y un disparo se oye desde lo lejos, claro maritza la bien pagá le habían disparado uno de esos mafiosos que vendría a saldar una cuenta de muerte.

Maldita, pasaste la noche con ese poli, replicaba el mafioso ojala que el diablo te lleve hasta lo mas profundo de los infiernos, y fue esta allí que el mito urbano de la bien pagá queda inpregnado en esa calle oscura y llena de bares y hombres travestidos, nadie ni la mas bonita de las prostitutas llegara a ser la bien pagá.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Inapetente

Tirado en su cama, Ariel recordaba los viejos tiempos, y se lamentaba de que su actualidad fuera distante a las épocas de antaño en que podía disfrutar de tantas cosas que la vida le brindaba - en algunos casos que él mismo buscaba, y en otros, donde por sorpresa las encontraba -. Con casi cincuenta años, no podía levantarse de su lecho de enfermo, pues una parálisis extraña lo tenía condenado a la quietud, al hermetismo, al encierro y a un casi ostracismo, pues ya eran pocas las personas que lo visitaban.
Cuando tenía treinta y siete años y se hallaba en el mejor momento de su vida, una tarde, tertuliando con sus amigos de juerga, súbitamente, cayó al piso, quebrándose la copa de aguardiente y la mesa de pasabocas partiéndose en dos al son de la calamidad inesperada que sobrecogió inmediatamente al grupo de camaradas que discutían sobre política, sexo, religión, deportes y cosas rutinarias.
LLegado al hospital, los médicos no sabían qué le había sucedido a este juvenil, atlético, vigoroso y deportivo personaje. Pintoresco para unos, aburrido y hasta fanfarrón para otros - decían que era un baboso -, Ariel Penales no sabía qué estaba sucediendo, pues creía que eran los efectos de algún medicamento los que lo tenían sin chance de algún movimiento en sus brazos y en sus piernas. Casi cinco horas después de examinarlo, los médicos concluyeron que un derrame había afectado severamente la coordinación y la actividad motriz en su cerebro. Curiosamente, la capacidad de visión, habla y escucha estaban intactas. Era lo único que quedaba para él.
La noticia fue dura e increíble para nuestro amigo de las juergas, las mujeres y el hedonismo. No lo pudo soportar por un momento, pero quizá fue la misma impotencia de no poder levantarse y vociferar o gesticular airada y bruscamente la que propició que la pasividad, la aceptación y resignación fueran llegando y asentándose paulatinamente en su vida.
Ya habían pasado nueve años tras aquél insuceso, y Ariel, cada vez se había vuelto más silencioso. Meditaba demasiado, recordaba el pasado con tristeza, sabiendo que en su vida había hecho muy poco, que no había valorado las oportunidades de lucha que la vida le había ofrecido. Lo peor - y él de ello era muy consciente - era que aún en ese estado, no quería luchar ni comprendía que todavía, pese a todo, tenía chances de luchar, incluso, hasta utópicamente, de levantarse un día de esa funesta cama, la que unos meses después confirmó ser su sepulcro desde el primer día en que allí se postró.

sábado, 1 de noviembre de 2008

PLACER SUBTERRÁNEO

Luego de una excelente tarde de placer sexual, Rafael fue a la ducha, específicamente en dirección al jacuzzi, pero primero bebió un poco de whisky, para amenizar aún más la tarde, para "acalorar" los ánimos un poco más. Ya era común que Alexa diera alimento a sus ansias sexuales cada Miércoles y Sábado de la semana. Así había sido el acuerdo, y llevaban casi siete años en las mismas. Quizá hasta eran buenos amigos, o incluso amantes, porque, algunas veces, alrededor de unas ocho o diez, estuvieron sin reproche ni remuneración alguna.
Ella era la favorita de Rafael, y él era una "máquina en la cama". "Nunca había tenido uno de esos", decía ella cuando cuchicheaba con sus compañeras acerca de los demandantes de satisfacciones sexuales, de las condiciones que ellos poseían, de las capacidades e incapacidades, de las ventajas y desventajas, de la interacción con ellos, entre muchas otras intimidades que, por ética, no deberían ser reveladas, pero ante la inminente soledad y desamor al que estas tristes mujeres estaban constantemente abocadas, el refugio era la sutil y ambigua camaradería en el gremio mismo.
Rafael era aún más discreto. Quizá debía ser así. Pero no por ello negaba en su interior el placer y pasión enormes que despertaba Alexa en él. Ella era distinta a muchas mujeres con las que había estado, en muchos sentidos. Era pasional y cariñosa en la cama, cada beso, cada caricia que ofrecía eran candentes, como si pudiera y supiera leer las necesidades exactas y específicas de su compañero sexual de turno.
Muchos querían estar con ella. De cabello rojizo artificial, de ojos color miel, piel trigueña, una espalda limpia de cicatrices, con unos pocos lunares que la hacían más sensual, dotada de unas caderas firmes, muslos duros y ejercitados, pantorrillas bien formadas, unos pies y manos delicados y femeninos, con las uñas pintadas casi siempre de color negro. Sus senos eran hermosos, erectos y muy enormes para los gustos de quienes anhelan la desmesura en ellos, con unos pezones rosados y también enormes que se erizaban fácilmente y que para todos los clientes eran deliciosos y bien anhelados para succionar sin parar.
Era una princesa en un mundo difícil, una diva en una realidad dura; las calles y la bohemía no hacían parte del mundo que ella había escogido ni con el que había soñado. Anhelada, deseada, respetada y respetada por todos sus clientes, e incluso amada por algunos, quizá Rafael fuese uno de ellos, se imaginaba ella en sus fantasías antes de acostarse a dormir cuando la jornada había terminado.
Él, por su parte, prefería no pensar ni sentir lo que sabía en su interior. No le convenía, era mejor evadirlo. Ella también sabía que era un imposible, y a pesar de que él sólo iba donde ella, y de la confianza e incluso amistad que se había formado luego de casi siete años, nunca había querido confesarle que quizá era el único cliente con el que había soñado algo más que una relación "comercial", "económica", "sexual". No sólo era un hombre experimentado en el sexo, sino que también la trataba con dulzura y delicadeza y se preocupaba por muchos de los detalles de la vida de ella. Ya era bien sabido por qué todo ello.
El martes pasado, Rafael se adelantó a lo rutinario. Quiso estar con ella esa tarde e incluso toda la noche, fue un impulso que su corazón y su ser le dictaron, sin medir consecuencias. Llegó a pagar una cuantiosa suma por tenerla toda la noche, así nada más tuvieran sexo pocas veces, sólo quería estar con ella, sólo vivir un momento que quedara marcado en su ser, así lo había sido siempre desde que estuvo con ella la primera vez.
Todo esto podía empeorar las cosas, pero a él no le importaba, a pesar de sus enérgicos discursos sobre la moral, sobre la crítica a las relaciones sexuales, sobre la necesidad de una familia bien conformada, a pesar de estar en el centro de atención, en la mirilla de una sociedad que siempre esperaba de él una luz consejera, una guía en el camino. Ella, por su parte, no mentía, no quería hacerlo, pero prefería no confesarle su amor, porque sabía la realidad de él, y había sido extremadamente feliz con él, a tal punto de que esa noche, decidió no cobrarle, pero él insistió lo suficiente como para pagar sin que ella chistara, porque él también la amaba y consideraba que ella merecía el pago, y no un déficit que le acarreara problemas en el burdel.

En la misa del miércoles, el padre Rafael estuvo juzgando a quienes buscaban placer venéreo a cambio de dinero, que acudían a la unión corporal sin estar bajo el sagrado matrimonio y sólo por vivir momentos, así fueran plácidos para ellos...

miércoles, 22 de octubre de 2008

Sabiendo que era pecado

*** NOTA: ESTE ESCRITO NO PERTENECE NI ES DE LA AUTORÍA DE NINGUNO DE LOS MODERADORES DE ESTE BLOG (FLAKO Y SEBASTIÁN) PERO HE DECIDIDO PUBLICARLO A PETICIÓN DE MI AMIGO ÓSCAR DE LA HOZ, AUTOR DE DICHO RELATO.


Esta es la historia de Javier, quien era un muchacho sencillo, pero su falta de comunicación asertiva lo iba a convertir en un pecador en potencia. ¿potencia? creo que es la palabra que el mundo y las personas quizá moralistas e hipócritas, le daría a su más fiel pero inocente sentimiento; Javier quizá no sabia pero estaba deseando una mujer casada, perfecta e imperfecta, pero insatisfecha en su matrimonio. Javier se había convertido a su vez en el confidente de Marcela, escuchaba historias desgarradoras, insatisfacción, indiferencia, falta de amor, aquel esposo no sabia lo que tenia en frente, pero Javier sí lo sabía. Es por eso que le presto a Marcela lo más débil que tiene un ser humano: su corazón, su vida, su hombro, su escucha… quizá sus labios pero todavía no.

Ambos salieron a disfrutar una tarde soleada en las pampas argentinas, con un paisaje esplendoroso, el cual era propicio para infidelidades o fidelidades. Marcela, intranquila, continuaba diciéndole a Javier lo mal que sale su matrimonio, que su esposo manifestaba que no fue suficientemente buena, que no lo llenó lo suficiente – quizá hablaba de lo sexual – pero a pesar de todo, Javier sabia que Marcela era una gran mujer espiritual, y por eso tomo el riesgo de prestarle muchas cosas. Intentando desviar la conversación, él la consentía la abrazaba, ponía sus manos sobre su cabeza, tocaba su rostro.

Un atardecer, no el ultimo sino el primero de muchos, cuando Javier al callar acercó su rostro sobre marcela y la besó, el tiempo se detuvo por un momento; Javier se había condenado para los ojos de DIOS, si y eso es lo que más le importaba a él. El mundo le importaba muy poco, los hipócritas, los moralistas, quizá él no pensó en eso.

De regreso a casa Marcela agradeció el paseo, pero Javier consciente de su pecado, quiso no agradecer, aunque en el fondo de sí sabe que hizo lo que le dicto su corazón, lo que eran en verdad sus sentimientos, desear una mujer casada. Javier estaba consciente de que no era un error grave, que habían otras cosas peores como el lesbianismo de aquella mujer por la que paso tres años de su vida amando silenciosamente, o que los hipócritas, hablen mal de él sin mirar el tronco que tienen en su ojo.

Javier saldaría su cuenta con Dios de la manera más estrepitosa. Al levantarse al otro día, nadie de sus amigos ni de sus familiares lo conocía, era un extraño, recién aparecido en el mundo. Los rechazos, las injurias convertirían a Javier en un NN, en su realidad, algo que a él no le dolió pues lo esperaba, sabia que desear una mujer casada lo iba a transformar en un pecador potente, que los hipócritas lo iban a juzgar, que los espirituales lo iban a joder, que el cuervo cuando estuviera crucificado le iba a picar el ojo hasta la muerte, pero su consciencia estaba tranquila, ¿satisfecho?, no se sabe. Lo que si sabe es que para la realidad, Javier quedaría solo.

OSCAR DE LA HOZ…

sábado, 27 de septiembre de 2008

Venéreo meramente

- Qué pienso de qué ? -
Fue la respuesta que disparé inmediatamente a una pregunta que me parecía absurda al saber que sólo estábamos dedicados a "pasar el rato". Así lo había dispuesto ella, y luego de una relación de casi un año, habíamos resultado convirtiéndonos en amantes. Ella se iba a casar y yo seguiría soltero, solitario y quizá lamentándome por mucho rato de la situación por la que estaba pasando. Con rabia disimulada por una frialdad y calma aparentes que denotaban cierta "desatención" en torno a todo, le había respondido a una pregunta estúpida tras un furor meramente venéreo.
- Pues, de esto, de lo que acaba de pasar, de lo que está pasando, cómo te sentís? -
Con cierta molestia me replicó y disparó una pregunta más específica a la anterior, como para evitar mis respuestas tajantes. Yo ya estaba preparado para ese tipo de cosas, o, mejor dicho, ni lo estaba, pero quería responder acorde a como me sentía. Y cómo me sentía? Aburrido, simplemente satisfecho de darle placer a la carne, pero vacío en el ser, y ello me hacía sentir melancólico y derrotado, más al saber que la mujer que había amado por un largo tiempo se casaría y yo era nada más un amante, el cual quizá sería olvidado en poco tiempo.
- No pienso nada... no tengo nada qué pensar -
Fue mi respuesta, y ya me comenzaba a sentir fastidiado, por tal razón me levanté intempestivamente y me senté en la cama, presto a ducharme antes de abandonar las cuatro paredes de la anonimidad, donde nadie nos conocía y podíamos estar juntos, olvidando la realidad de ambos, la que había fuera de allí. Lamentablemente, ella pensaba así, yo no, para ese entonces yo ya me sentía igual dentro o fuera.
- Pero cómo así, es que no lo disfrutaste, es qué.... -
- Usted simplemente limítese a pensar que aquí lo único que pasó fue sexo, sexo y nada más que sexo, que yo no tengo que pensar en nada más con usted ni responderle ese tipo de preguntas tan pendejas -
No la había acabado de dejar hablar, mientras la miré a los ojos con notable virulencia y tomé su mentón con cierta agresividad para pronunciarle esas palabras y luego soltarla bruscamente para dirigirme por fin a la ducha.
- Mejor vístase, porque yo ya me voy, o usted verá si se queda aquí -
No sé si le haya gustado mi respuesta y mi actitud, pero no me importa. Sólo sé que me duché, en cinco minutos ella hizo lo propio y luego salimos, para dispersarnos entre la multitud del centro, cada uno dirigiéndose hacia su respectivo terruño. Lo único aquí que medio me interesa es ese placer sexual, sobre todo los días que estoy con más ganas de sexo. Ella sería sólo un canal que permite satisfacer mis ansias. No es mi culpa, al final las circunstancias dispusieron esta actualidad.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Dubitativo

Alexis se debatía pensativo mientras escuchaba música suave en su habitación. No le ayudaba para nada el estar ebrio, pensaba más intempestivamente, pero igual su mente parecía estallar de indecisión. Para él, la suerte ya estaba echada. Se había intentado sobrepasar con una amiga que despertaba sentimientos sinceros en él. Aunque todo no era tan malo. Igual, ya tenía novia, y la adoraba. Pero esta no lo dejaba avanzar en el plano pasional, o sexual, como se pueda interpretar según la torcida mente de sus amigos. Camila despertaba en él todo tipo de sentimientos sinceros y anhelos enamoradizos, pero ella pensaba que aún era pronto para ingresar en el mundo sexual. Temía que luego de entregar lo más preciado que podía preservar en su virginal juventud fuese luego despreciado como un mero objeto de placer, y luego fuese traicionada, como le pasó a Leidy -su amiga del alma- hace apenas dos semanas, habiendo sido abandonada en favor de una mujer casi desconocida que lo sedujo en medio de los vapores del licor.

María era la mujer que podía satisfacer dichas necesidades en un futuro cercano. Siempre habían sido buenos amigos, pero hace un par de meses comenzó a despertar en Alexis un deseo desmesurado, desenfrenado, hacia ella. Comenzó a ver su cuerpo de una manera no tanto morbosa, sino que se enamoró de las sensuales curvas de su buena amiga. Afortunadamente -pensaba el hombre- su amiga parecía corresponderle en dichas intenciones, pero luego del incidente recién ocurrido parecía que quizá se requería algo de paciencia para ello. Posiblemente ya todo estaba perdido y Alexis sentía que su mundo se podía desmoronar fácilmente.

Cuentan sus amigos, que todos estaban bailando y bebiendo en un bar en las afueras de la ciudad, entre amigos y algunas novias y novios de ellos. Todo era un ambiente de camaradería y confianza. María y Alexis progresaban a pasos lentos -como debía ser, si perdonamos la traición que estaba cometiendo el hombre con su mujer- y todo parecía marchar "viento en popa". Pero, al pasarse de copas, Alexis comenzó a desviar sus inquietas manos a lugares que aún no debían ser explorados. Ante un leve reproche de María, nuestro hombre se desanimó estrepitosamente -como en todo ser acelerado, por no decir amurado- y se sentó a charlar, cabizbajo, con algunos de sus compadres allí presentes. Luego se fue caminando hasta su casa con una botella de licor que alcanzó a comprar antes que la tristeza lo desmoronara por completo.

María miraba con ansias su celular, esperando infructuosamente una llamada de su amante, al cual quizá había lacerado con tan abrupta respuesta, según pensaba en su también acelerada cabecita. Ella estaba comenzando a sentir también deseo, y pensaba que la culpable de todo esto era la viata novia de su momentáneamente amigo. Pronto sería ella quien llamaría para aclarar las cosas, y sumir a nuestro amigo en una dicotomía más polarizada y profunda...

jueves, 18 de septiembre de 2008

Tarde inusual

Hoy paseaba tranquilo por el parque de mi pueblo. El sol alumbraba victorioso a través de un espacio alternado por nubes doradas y aplanadas. Me senté en una banca, en el sector más solitario y lleno de árboles a su vez, tal como lo había acordado con ella. Repentinamente llegó una onda de nerviosismo que se manifestó en los erectos vellos de todo mi cuerpo. Era aquel placer tan doloroso que recorre el cuerpo de un ser enamorado.

Venteaba fuertemente. Me despeiné. Cerré los ojos y me visualicé así, sentado, de espaldas al sol, mientras las hojas secas recorrían el lugar a toda prisa. Mi corazón se aceleró, ya que la misma escena me parecía romántica. Agregué a mi aún amiga sentada a mi lado, buscando mi abrigo y mi cariño. Suspiré apasionadamente...

Abrí los ojos. Era ella. Mi corazón casi podía sentirse desde un metro de distancia. Ella lo supo e intentó reírse. Pero no pudo. Comenzó a llorar silenciosamente mientras se sentaba a mi lado y pedía mi consuelo con su mirada. Por poco lloro, pero por dentro, aún en contra de mi voluntad, sentí un hipócrita triunfalismo, como pretendiendo aprovechar la situación para donarle mi amor. Pero el instinto -y no el raciocinio- me detuvieron. Ella sólo necesitaba un amigo que la apoyara en este cruel momento de soledad, y la abracé fuertemente mientras lamentaba la muerte de su querida madre.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Muerte breve relatada brevemente, razones desconocidas

Cuando encontraron a Don Facundo muerto en la sala de su casa, el olor a putrefacción era demasiado evidente. La carne del rostro, grasosa y pegada como un cuero, emanaba una especie de sudor, quizá líquidos de la carne, mientras las moscas revoloteaban en uno de los ojos que ya colgaba un tanto distante a la cuenca. La mano izquierda se hallaba empuñada sobre el pecho, mientras que la derecha yacía más suelta, sobre el piso, con el brazo abierto.
Había caído muerto sobre la alfombra de terciopelo que compró en uno de sus viajes a Europa con su difunta - veinte años atrás - esposa. Parecía un infarto, pero era preferible no especular sobre las posibles causas de la muerte de este ermitaño personaje que iba a misa todos los días a las siete de la mañana y que por las tardes asistía a charlas literarias y filosóficas.
Era un hombre culto, y gracias a su trabajo como profesor de literatura se había hecho más culto de lo que era cuando estaba joven y trabajaba como vigilante en uno de los primeros y más grandes centros comerciales de la ciudad. En esos tiempos leía mucho, sobre todo el periódico, pero pronto logró estudiar en la universidad la carrera de derecho - que nunca ejerció - y terminó siendo docente en un colegio rural por unos veinticinco años. Ese era el origen de sus dotes literarias.
Parecía que llevaba quince días muerto, pero sólo gracias a uno de sus compañeros de charla pudieron darse cuenta de la situación. Don Abel, tras darse cuenta que Don Facundo llevaba varios días sin asistir a las tertulias, decidió ir a averiguar qué pasaba, pero cual no fue su sorpresa al acercarse a la puerta del pequeño apartamento donde el posterior difunto vivía y sentir la emanación de un putrefacto y penetrante olor, olor a muerto.
"Claro, es que el viejo vivía en el último apartamento y ese estaba solo porque a nadie le gustaba vivir en el último piso, muchas escaleras", fue una de las afirmaciones de Don Abel, conversando con vecinos del sector.
"Él era muy solitario, a duras penas saludaba, aunque yo de vez en cuando le llevaba algo de comer", dijo Doña Domitila, la anciana solterona que había vivido con su mamá hasta el año antepasado, pues la viejita había muerto en ese entonces.
"Eso fue que se envenenó el viejo amargado ese" dijo Abelardo, el otro solterón chismoso de cuarenta y ocho años que veía telenovelas y morboseaba a las colegialas además de estarlas juzgando como inmorales; que también iba donde las putas cada quince días, gastando una buena porción de su sueldo de jubilado, y que criticaba a todos los vecinos que no le dieran entrada a su disfrazada efusividad.
Mucho se rumoró en esos días y por varios meses. El caso es que nadie de los apartamentos pudo saber la verdadera causa de la muerte de Don Facundo. Sólo su hijo Enrique, residente en Brasil, se daría cuenta de la verdad cuando fue informado por el insuceso, y al hablar con el médico forense sobre el coadyuvante de la muerte de su papá, la sorpresa fue tan aterradora que tuvo que estarse un buen rato sentado pensando y preguntándose por qué su papá murió así; incluso, años después, Enrique seguiría cuestionando el por qué de ese desenlace.

Escribiendo

Mientras Carlos escribía, se daba cuenta que ninguna de las ideas quería brotar como él lo deseaba. En el fondo de sí, quería escribir mejor, pero había una serie de detalles que le impedían llegar a tal efecto. La inspiración de otros tiempos se había desvanecido, o quizá, sin darse cuenta, estaba diluyéndose, además de estar impregnado de varias actitudes pesimistas y cargadas de frustración.
Dicen por ahí que la frustración, la tristeza, la melancolía y las angustias son perfectos canales para hacer brotar la materia que la inspiración permite elaborar, las artes como tales. Esa tarde, no era el caso de Carlos. Seguía y seguía, escribía y escribía, otra vez, una vez más, volvía a repetir palabras, divagaba, pensaba, le provocaba pararse e irse a llevar la papelería que tenía que llevar como buen mensajero que había sido, un mensajero que en sus tiempos libres quería escribir, y que en otros tiempos de su vida había sido un tipo hermético que no manifestaba sus sentires.
Hoy, era distinto. Era menos reservado con sus sentimientos, y plasmaba en el papel muchas de las cosas que surgían en él. Pero esa mañana "abrileña", nada quería aflorar en su ser, a pesar de estar profunda y enormemente atravesado por un montón de sentimientos. Un mar de contradicciones se agolpaba y confluía en él, lo bueno y lo malo, ganas de mucho, ganas de poco. Temía fracasar en su ejercicio de escritura, que, finalmente, sentía que era una de las pocas cosas en las que podía ser bueno, subestimándose un poco - y a ratos lo seguía haciendo -.
No era tan malo, ni tan frustrado, ni tan fracasado. Sólo era silencioso y temeroso, pero contradictoriamente, era más avezado que muchos a su alrededor. Ello lo demostraría en los días previos a su inesperada muerte.

sábado, 30 de agosto de 2008

Encerrado en una casa

Camilo Jaramillo estaba arrepentido. Quería acabar de una vez con su mala imagen, y demostrarle a la sociedad que sólo era un honrado ciudadano. Pero primero tendría que esperar a que la reja que marcaba imponentemente la salida se abriera y pudiera salir de su vieja casa, de cuatro húmedas y frías paredes de cemento. Y esperar sobrevivir lo suficiente para buscar su familia sin ser abaleado por los transeuntes de su ciudad.
Faltaba un año para ello. No se afanaba por el paso del tiempo, ya que hace diecinueve años no salía de su odiado hogar. De hecho ya no lo odiaba. Se había vuelto hermano de sus otros dos habitantes, los cuales si estaban allí merecidamente. También sabia de memoria el menú de todo el año que le quedaba, ya que la papa cocida y el jugo de guayaba podrido se repetían diariamente. Además ya conocía a la perfección cada detalle y desperfecto de su hogar, que tristemente, tampoco era suyo. Era del gobierno.
Pronto saldría, y la gente sabría que él no fue encerrado allí por sus actos. Fue víctima de la injusticia de la corrupta rama judicial. Pronto demostraría que su reclusión fue injusta y quizá dejaría en ese mismo "hogar" a quienes lo juzgaron por la muerte de una bebé, dejando en la calle al verdadero culpable.

martes, 26 de agosto de 2008

Esquizo...

Martín llegó consternado... tiró la puerta con cierto agotamiento que más parecía afán. Lo había vuelto a hacer una vez más.
En su mente zigzagueaban un montón de imágenes variadas - y variables - que lo estaban agobiando, pero que a su vez, en el fondo oscuro de su ser, le generaban un placer orgásmico; de manera curiosa, solamente tal placer acaecía en el momento mismo de los actos que, posteriormente, con un arrepentimiento agónico y lastimero - reprochaba a sí mismo, y que en verdad eran repudiables por la sociedad en que había permanecido durante toda su existencia.
Se metió a la ducha luego de tirar la ropa arbitrariemente por toda la habitación. Se lavaba su cuerpo, pero sobre todo sus manos y sus partes con un asco incomparable. Asco hacia sí mismo, más asco de sí que de los demás, repudio, desdén, desprecio por ser quien era, por hacer lo que hacía.
La sustancia pegajosa que emanaba luego de placerse de manera inmisericorde a costa de otras personas menos fuertes que él se demoraría un poco más en desaparecer... era una de tantas evidencias físicas que quedaba como muestra de su acto; la otra, o las otras evidencias quedaban en otros lugares, donde quienes las portaban hallaban su ser y su vida totalmente laceradas, a tal punto que su posible recuperación sería casi imposible o quizá no existiría jamás.
Luego de unas dos horas, Martín estaba de nuevo, como siempre. El veterano ex seminarista de cuarenta y siete años veía dibujos animados mientras comía palomitas de maíz con nachos con queso y coca cola. No había evidencias físicas de su acto, no había hedores, ni sabores... pero en él, en ese pacífico y conocido por todos "religioso", "bondadoso" y "comedido" personaje, quedaba esa parte oscura de su vida, ese espectro, ese monstruo que lo acosaba y se apropiaba de él, para llevarlo de nuevo a empresas azarozas y transgresoras, empresas que él en su furor disfrutaba con enorme éxtasis. Podía ser un monstruo, o podía ser él mismo quien revelaba su verdadera "realidad".

lunes, 21 de julio de 2008

La cadena fatal

Camilo estaba sentado plácidamente dentro de su carro. No tenía rencores contra nadie ni se arrepentía de lo que estaba haciendo. De hecho, el plan era perfecto. El humo salía del tubo de escape, por medio de una manguera, hacia dentro, directo al asiento delantero.

Pensaba en lo duro que había sido la muerte de su mujer, al ser atropellada, sin querer, por él mismo al sacar su auto mientras ella estaba descuidada. Se reprochaba constantemente el haber salido tan bruscamente, y escrutaba en su mente algún rastro de su conducta que le llevara a pensar que él lo había hecho a propósito.

Sentía un fortísimo dolor de cabeza, como si le martillearan las sienes. Al mismo tiempo alucinaba, viendo estrellas en su campo visual. Sabía que estaba haciendo justicia con sus propias manos; así quizá podría pedirle perdón a su amada Manuela por haberla asesinado, así lo hubiera hecho sin culpa.

De repente despertó. Supo que estaba en el hospital porque sintió la misma fragancia que el día en el que su esposa agonizaba en la sección de urgencias del mismo hospital. O en cualquier otro. No podía saberlo inmediatamente. Estaba ciego. Comenzó a llorar fuertemente, pero se extrañó de no poderse oír. Pero pudo sentir una lágrima en su mano. Era su hija, quien velaba para que el vegetal que quedaba de su padre algún día pudiera caminar, pues ella si escuchó al médico cuando dijo con quebrada voz "Camilo Torres no puede, ni podrá oír, ni ver, ni mucho menos caminar. El equipo médico cree que aún posee olfato y quizá tacto. Usted debe decidir, tristemente, si vale la pena que su padre continúe con este sufrimiento, o si debemos aplicarle la eutanasia... yo se que suena cruel, aunque creemos que su padre puede sostener sus funciones vitales no podrá desempeñarse de manera normal y será esclava toda la vida de él. De un vegetal. Eso si sobrevive en las próximas horas"

Alexandra se aferraba a la vida de su padre. Pensaba, como él antes de intentarse suicidar, que a su vez era culpable por no prestar suficiente atención a su padre, viendo como cada día empeoraba su estado de ánimo y su autoestima. Esperemos que Don Camilo se recupere, para evitar otra tragedia...

viernes, 18 de julio de 2008

La primera "dos veces" vez.

Siempre, desde muy pequeño, quizá desde mis diez u once años, empecé a contemplar el mundo de lo pasional, de lo erótico, de lo sexual, de la sexualidad, esa que contiene tantas cosas, miradas, caricias, abrazos, besos, sexo, entre muchas otras. Cuando comencé a descubrir ese mundo "oculto" e "íntimo" de los "adultos" (en ese entonces creía que sólo los adultos tenían relaciones sexuales, ahora río de mi prehistórica inocencia) sentí ansias por vivirlo, por sentirlo en todas las facetas posibles.
Una de ellas era el mundo de lo sexual, remitido estrictamente al acto de unión fisiológica entre dos seres de distinto sexo. Comencé a sentir cosas que para mí eran nuevas, deseos, anhelos, necesidades. Soñaba con estar con una mujer, imaginaba qué y cómo sería ello. Lo llegué a magnificar, a sobredimensionar, hasta el punto que cuando llegué a estar en solitario con mujeres que deseaba o que me interesaban, me ponía demasiado ansioso, demasiado nervioso, producto de una excitación que no podía controlar.
Comencé a imaginar cómo sería mi primera vez, veía a las mujeres que me gustaban y empezaba a visualizarlas efectuando el acto sexual conmigo. Veía la televisión, los canales "de adultos", ojeaba revistas eróticas y me excitaba aún más. Me imaginaba una relación clandestina, en el furor de la noche, las luces rojas en una habitación oscura, sábanas de terciopelo, la mujer desnuda, las caricias, los besos fieros, el "zarandeo bestial" hasta sentirme descargado, renovado.
Pues bien, tuve la fortuna de haber vivido de dos maneras mi "primera vez". Una fue donde las prostitutas, cuando alcancé mi mayoría de edad. Recuerdo a la rubia erótica y voluptuosa llamada Mariela, con quien descargué mis ansias reprimidas por el paso de los años, las costumbres, las reglas y valores morales que sólo existen en un entorno conservador. Aún recuerdo cómo nos besamos brevemente, para luego manosearnos fieramente y penetrarla con un tanto de relajo mientras ella "hacía todo el trabajo". No me quejé, no me inmuté, pues sabía que ella hacía eso sólo por una paga, no por anhelos pasional-sentimentales en torno a mí. Nos quedamos unos pocos minutos conversando después de retozar. Hablamos de nuestras vidas de una manera breve. Y esa fue la primera vez.
Aún así, no la considero mi primera vez completamente. La otra primera vez llegó una noche, inesperadamente, cuando recién salía con quien sostuve una vida sentimental durante unos 9 meses, aproximadamente.
La noche de la otra "primera vez" fue la segunda parte de uno de mis sueños eróticos. La primera había sido esa parte insensible, rutinaria, banal, de lo que puede ser el acto sexual. En esta ocasión fue algo distinto. Sí, había mucho fuego entre ambos. El deseo brotó en unos besos nocturnos en la banqueta de un solitario parque, donde las miradas entre ambos se cruzaron y las palabras se desvanecieron con el aire, con los besos, con las caricias eróticas que se fueron forjando entre ambos, que fraguaron un mar de pasión y morbo desbocados. No aguantamos más cuando la propuesta de escapar a un lugar solitario hizo su aparición.
Llegamos a una solitaria cabaña, en aquella noche lluviosa y no sentí más furor que aquél instante en que cerramos la puerta y quedamos solitarios, el uno y el otro, brindándonos cosas que quizá la misma vida planeó para los dos.
Besos furtivos, caricias encubiertas en la soledad que nos convenía y que era la soñada por ambos. Recuerdo su cuerpo desnudo, por primera vez pensé que una mujer sería mía... y lo fue. Así como yo fui suyo. No pagué por ello, no le ofrecí dinero por acostarnos, ni ella me obligó a hacerlo.
Solamente fue una noche lluviosa, así como aquella que imaginé por ahí a mis doce años en una tarde donde me acaecía el erotismo desbocado.

lunes, 14 de julio de 2008

De traiciones, mujeres y cigarros

El joven Gabriel se desprendía de su cigarrillo mientras recordaba a su lejana y amada Marcela. Su recuerdo se esfumaba como el humo que de su boca exhalaba lentamente. No había tiempo para el perdón. No, luego de conocer toda la traición acaecida hace un instante.

Hace quizá media hora este hábil estudiante salía de su universidad. Eran las cinco y media de la tarde, y se encontraría pronto con su novia. Marcela, entretanto, ya lo esperaba ansiosamente en el bar de al frente. Gabo caminó aperezado y cruzó distraído la calle; quizá pensaba en lo tanto que la adoraba cuando el carro pitó fuertemente y de un salto el joven universitario llegó hasta la acera. Marcela sonreía mientras lo miraba con expresión calmada, quizá un tanto fingida, pero pensaba que él era lo suficientemente tonto para que llegara a imaginarse las noches en las que ella gemía placenteramente en los moteles de la ciudad con algunos vecinos de su barrio. Menos mal, no se equivocaba. Gabo pensaba que ella le era tan fiel como él al tinto de las ocho de la mañana, al aguardiente de las dos de la tarde y al cigarrillo de las seis.

Minutos más tarde, discutían alegremente sobre los asuntos universitarios, política, acerca de sus familias e incluso sus más íntimos relatos. Afortunadamente Marcela era más avispada que él, ya que realmente no estaba enamorada de él, recurriendo a la mentira, ya que Gabriel tenía ciertas fincas ganaderas de su padre a nombre propio, y ella deseaba casarse algún día con él para hacerse con unas cuantas de estas.

Repentinamente llegó Santiago, uno de esos "vecinos" de Marcela. Gabriel lo reconoció -era el panadero del barrio de su novia- y le levantó la mano en gesto salutativo, pero no hubo respuesta del recién llegado; en lugar de ello intentó besar con la mayor confianza a la mujer ya mencionada.

Ella gritó "¡No!" mientras intentaba infructuosamente apartarse. El sujeto sacó un revólver y se lo puso en la sien, a la vez que le decía con tono de burla "¿Con que me engañás con este pelagato? ¿Con un universitario? ¿Con un 'nerd'? Definitivamente sos como brutica, pero como sos tan mamacita y tenés unas tetas muy ricas, te la perdono por esta vez; pero descuidate y te pongo siliconas de plomo". Enseguida se dirigió a Gabriel, y le dijo "a esta mujer, a mi mujer, no la vuelva a tocar, porque lo termino invitando a su propio funeral".

Cobarde e inteligente, Gabo huyó, cruzando la calle como una gacela. Lo único que le importaba en ese instante era su vida. Pero al cruzar la calle, miró su reloj: "¡Ah! Las seis...", y con la misma fidelidad que mantuvo hasta hace un minuto su relación, sacó su cigarrillo y lo encendió, mientras murmuraba "Mi más fiel compañero ha sido el cigarro, lástima que la relación sea tan compulsiva que muera consumido completamente; menos mal son como veinte romances a tres mil pesos". Así, con la esperanza de no perder su humor ni su inspiración, caminaba a la búsqueda de un futuro incierto como el cáncer que día a día entre sus pulmones crecía. Sabía que pronto moriría de amor. De amor al cigarrillo.

sábado, 12 de julio de 2008

Y lo sabía

Le habían pillado. "Mierda, ya el cabroncete se dio cuenta", pensó desesperada pero a la vez burlonamente aquél hombre joven mientras se bebía la cuarta cerveza y se echaba el último trago de ella. Se había metido con la mujer de un político del pueblo, sin advertir que era la mujer de él. Cuando se había dado cuenta era tarde, pero también lo era desde el mismo momento en que se enamoró, incluso mucho antes, aquella vez en que había pasado la primera noche de sexo desenfrenado.
Ella, por su parte, se mostraba nerviosa y angustiada. No tardaría mucho tiempo sin que su marido irrumpiera en la casa agresivamente, posiblemente revólver en mano, ojeras exageradamente pronunciadas, la infaltable vena aún más resaltada en la sien, muestra todo ello de un desespero e histeria total.
Tiempo atrás, Mariana Bermúdez reía y disfrutaba de las horas fogosas de desbocada carnalidad y brutal ajetreo en distintas suites de moteles - algunos módicos, otros más costosos - del pueblo y sus alrededores. Ella ni imaginaba que León Armero - su esposo de hacía casi doce años - se daría cuenta fácilmente, pues estaba lejos del país desde hacía casi dos años; era un prominente, prestigioso y respetado embajador en otro país.
Pero regresó intempestivamente, quizá por querer sorprender a su esposa, con la intención de comentarle lo que consideraba una excelente noticia para ambos: le habían ofrecido un cargo en uno de los ministerios de la república. Quería celebrar tal ascenso en su carrera política, además la extrañaba en todo sentido. Pero también quería hacerle saber que debido a la nueva situación, tendrían que dejar el pueblo en que ambos crecieron y como buenos paisanos, se conocieron y por azares de la vida, de los sentimientos, terminaron casándose.
La sorpresa de León no fue otra que enterarse de la realidad al encontrar una actitud un tanto extraña en Mariana, aún a pesar de que tuviesen una larga velada de sexo - como a él le gustaba, como a ambos les había gustado desde siempre - esa misma noche, en la cual hicieron todas esas cosas que tanto disfrutaban, zarandeándose de distintas maneras, brincando, mordiendo, manoseando con fuerza, brusquedad y fiereza, succionando, lamiendo, meciéndose con bestialidad, así como a ella siempre le había gustado, como él le había enseñado en su vasta experiencia - él tenía unos diez años más que ella - como ella misma lo había disfrutado con su amante durante seis meses de relación clandestina.
La halló distante luego del acto. Incluso dentro del mismo, cuando a veces ella dejaba de gemir, y él se sorprendía, pero continuaba. "Quizá es tanto tiempo sin hacerlo con tanta frecuencia" pensó ingenuamente, pues aún no se había enterado de la verdad. Pero no era tan ingenuo, porque al día siguiente decidió salir a merodear un poco por el pueblo, y fue en tal trasegar donde encontró miradas poco comunes en sus allegados, quienes guardaron silencio porque quizá apreciaban demasiado a Mariana, o por evitar una tragedia. Él no era tonto, y sospechó al ver actitudes distintas o poco corrientes acorde a los tiempos en que estaba en el pueblo.
Pronto logró darse cuenta de las cosas, cuando decidió confrontar a Rafael Bernales, uno de los mejores amigos de Mariana, pero quien a su vez le profesaba amistad a él. Alguna vez Mariana llegó a salir con su amante y con Rafael a departir en las afueras del pueblo. Quien se decía confidente y amigo de Mariana, quizá encubriendo un sentimiento por ella y camuflándolo en sinceridad, aprecio y gratitud con su amigo, decidió contarle todo a León. Aquél duró pocos instantes para reaccionar de manera iracunda. Ya lo sabía. Desilusión mezclada con rabia y un orgullo herido - siempre había creído que no le faltaba nada como hombre y que podría mantener perpetuamente a Mariana "comiendo de su mano" -. Tal castillo de amor concretado - la amaba por encima de su orgullo como "hombre mayor" y "experimentado" - y de ego acrecentado se derrumbó en pocos segundos tras las palabras de Rafael. No lo pensó dos veces para dirigirse a su casa y buscar el revólver - que siempre mantenía para cuidar la hacienda - y montarse en su jeep para encargarse de ese mal nacido, como ya lo comenzó a denominar.
Mientras tanto, José Sepúlveda tomaba cerveza tranquila y plácidamente con sus amigos de pilatunas, los confidentes de su aventura, que ya hacía tiempo había dejado de ser aventura y estaba transformada en una confluencia de varios y enormes sentimientos. Billar y cerveza, música popular, la mesera exuberante con la que coqueteaba constantemente - pero que nunca llegaban a algo concreto porque así lo querían pues sólo jugaban a cortejarse -, el "barman" que no era barman y que improvisaba ser barman - solamente servía tragos como mejor quedaran al gusto de los clientes -, el veterano borracho que ya era casi pordiosero pues se había alcoholizado y que siempre les pedía monedas para comprar licor - así fuera el más barato -, todo un escenario propicio para la juerga, para la bulla, para la alegría, la conversa amena, pero también para las peleas insulsas e inesperadas.
Mariana empacaba su equipaje desesperadamente aquélla tarde cuando se dio cuenta que León ya había descubierto la verdad. No amaba a ninguno de los dos, simplemente se sintió sola cuando dejó de amar a su esposo y por eso decidió aventurarse con un hombre al que aventajaba por cuatro años. A este tampoco lo amaba. Quizá llegó a expresárselo verbalmente, a disfrutar de él pues no era para nada un mal amante, pero no llegó a sentir algo sentimental aunque en un principio lo llegó a dudar.
En el mismo instante, José reía de manera amena con sus compadres, cuando la irrupción sorpresiva de quien alguna vez fuese el alcalde del pueblo sorprendió a todos. Era un desesperado ex alcalde, más parecía un tipo decadente que había bebido demasiado, pero en realidad estaba lo suficientemente cuerdo como para propinarle seis balazos a quien en verdad se los quería propinar y que al verlo llegar lo presintió sin poder hacer mucho para evitar tal acción; al menos eso pensaba en el momento de tensión acaecido.

sábado, 5 de julio de 2008

Rutina

Todas las tardes eran iguales. Los viejos poblanos se dedicaban a repetir día tras día, tarde tras tarde, la misma rutina, desayunando las siete y cuarto, almorzando a las doce y treinta, la siesta de las dos hasta las dos y treinta aproximadamente, para luego reunirse a las tres a tomar cerveza y debatir sobre distintos temas, pasando desde el torneo nacional de fútbol hasta "cuchichear" sobre los vecinos.
Se dedicaban a hablar de política, de fútbol, de religión, despotricaban sobre "los jóvenes de estos tiempos", observaban de una manera harto morbosa a las exuberantes y candentes mujeres del pueblo, que al son del calor ribereño, se pavoneaban de manera erótica con sus cuerpos casi desnudos, medianamente cubiertos por blusas que apenas cubrían los senos y minifaldas que a duras penas evitaban que la vista llegara a la cavidad receptora del duro bastón masculino.
Cuerpos sensuales que parecían aceitados por tanta transpiración... pieles trigueñas, firmes y deseables... pobres viejos, no querían contener sus ansias sexuales, pero finalmente eran reprimidas por su misma rutina.
Jugaban dominó y cartas, refunfuñando por la subida de los impuestos, agradecidos con el presidente por sus políticas de seguridad - que a la larga era represión para los movimientos juveniles que mostrasen oposición al sistema impuesto -, del clima, de viejas historias, de antiguos romances, en fin, variaban sus temas pero finalmente seguían siendo los mismos. Los mismos, cada día más viejos, pero en esencia, iguales, prosiguiendo su rutina, desgastando el eje de su rueda llamado vida, día a día, las mismas prácticas, las mismas palabras, las mismas actitudes. Sólo el final truncará este trasegar.

viernes, 27 de junio de 2008

La intensa

De nuevo sonaba el teléfono. Aquel repugnante sonido ya me causaba un pánico impresionante. Miré la pantalla del identificados y recordé con tristeza "no tienes con que pagar el servicio de identificador...", así que contesté. 

Aquella voz me causaba repugnancia, fastidio, hartera. Su melodiosa voz me recordaba aquellos momentos de delirio y amor que viví mientras estuve ilusionado. Pero ahora me daba rencor. Ya no sentía amor. Pero la muy idiota aún sentía algo por mí. Me preguntó cómo me había ido en el trabajo, que si tenía hambre, que dónde estuve el fin de semana, que si estuve con Fulana o con Perano. El mismo interrogatorio al cual me veía sometido siempre que llamaba.

Quizá por eso la comencé a detestar. El amor ya hace rato se había perdido desde la noche en la que me dijo "de amigos no más". Yo acepté de mala gana, pero ella cambió de parecer mientras que ya estaba decidido a olvidarla completamente.

Y quién sabe cuándo me volverá a llamar? Cuándo volverá a inoportunarme? Quisiera gritarle cuanto la odio pero sólo me sale un "bien, bien... estoy bien."

Soy un completo cobarde. Adiós, Magdalena...

sábado, 24 de mayo de 2008

CARTA - DECLARACIÓN JURAMENTADA

Nadie me pidió que escribiera sobre lo que hice. Es más, no me importa qué tipo de reacciones puedan tener quienes lean esto. Simplemente se me dio la gana hablar del "crimen" que cometí. Y lo pongo entre comillas porque la verdad ya no me arrepiento. Quizá nunca me arrepentí; es más, dudo que lo haga algún día.
Creo que antes de cometer este acto - que yo denomino de limpieza, pues purificó mi ser, el cual estaba perturbado y atormentado en enormes proporciones - sentía miedo, temor... angustia... inseguridad... en fin, un montón de cosas, de pensamientos, de ocurrencias que pasaban por mi cabeza en los días previos al "acto". Enumerar una por una cada una de estas "cosas", me es complicado, es probable que en esta nota no lo haga, pero intentaré ordenar todos los pensamientos acorde a lo que recuerdo de aquellos días.
Creo también que liberarme de un montón de angustias y perturbaciones que me acosaban no puede ser llamado crimen. Nadie puede juzgarme por mi acto, o mejor dicho, no debería hacerlo porque el hecho de cuestionarme es caer en un enorme y empalagoso "tufo moral".
Sí, maté a mi "compañera sentimental". La maté porque estaba harto de muchas cosas, la empezaba a odiar pues sabía que me estaba engañando con otro hombre, pero además de ello, porque cuestionaba sobremanera cada uno de mis actos. Explicar todo el proceso desde que la conocí hasta el "desenlace" no vale la pena, pienso que es innecesario. Simplemente lo único que aquí debe saberse y que yo debía decir es que la maté por adúltera, por mentirosa, por traidora. La maté siete meses después de saber que me engañaba, y me di cuenta porque una vez la escuché hablando por teléfono de manera muy "cariñosa" con alguien. Decidí seguirla de manera encubierta, y cuál no fue mi sorpresa al verla entrando a un motel con otro hombre, un miserable que me doblaba en edad. De ese también me hice cargo antes de entregarme en la inspección. Pienso que vivir sin pene es mejor castigo que correr la misma suerte que ella corrió: la muerte.
Después de haberme enterado del acto de infidelidad del cual era víctima, decidí callar. En mis días de silencio comprendí el por qué de la actitud esquiva y distante que ella había estado manejando por un largo tiempo. Comprendí los besos en público que me esquivó, las caricias negadas, los desplantes casi diarios, las negativas a hacer el amor... en fin, tantas cosas, que ahora no comprendo por qué no la maté antes.
Pero actué de manera represiva consigo mismo. Silencié y ahogué mis angustias, mi dolor, mi rabia y mi frustración. Y, de manera paradójica, empecé a amarla aún más... la anhelaba en las noches de sexo desenfrenado, desvivía por sus besos, me emocionaba totalmente al verla, mi razón se perdía cuando estaba junto a ella.... llegué a creer que estábamos dándonos una segunda oportunidad. Pero sólo era hasta después del acto sexual cuando razonaba nuevamente, reaccionaba, retornando a mi estado racional, donde poco a poco, con mucho dolor y con cierto remordimiento previo, comprendía, clarificaba, me convencía cada vez más que ella debía morir, y que yo era el elegido para oficiar como el instrumento de su muerte.
Pienso que una manera de asesinar adecuada para estos casos, es a puñaladas. Matarla a tiros hubiera sido muy instantáneo, muy fugaz. Yo quería sentir ese momento, esa fuerza iracunda en mi ser, ese calor abstracto en mi sangre, palpitando al son de unas entrañas hirvientes, hijas de la impotencia producto de un engaño, de una desolación, de una frustración constante...
Al rememorar tal sensación, me alegro, y me convenzo que arrepentirme sería un acto de torpes, de insensatos, de inconscientes. Me place haberla matado, no por el placer de matar, sino por hallar la purificación de mi ser enfermo... estaba enfermo de sentimientos nocivos que me iban a destrozar... de todas maneras alguno de los dos tendría que sacrificarse, ella o yo. Alguna vez pensé en suicidarme, pero luego comprendí que no descansaría de tal manera. Por ello fue que esa noche en que hicimos el amor en el motel donde nos acostamos por primera vez, llevé a cabo el final de su vida. El cuchillo que tenía en mi maleta era suficiente para segar de un tajo lento y certero toda esta agonía dual que nos acosaba. Irónico "tajo", lento, pero era un acto que sólo tenía una oportunidad de ser efectuado, y no quería que fuera algo tan rápido, como ya lo he dicho arriba. Cada golpe, cada puñalada era exorcismo, era liberación, pero de una forma casi curiosa, hoy no puedo recordar el rostro de ella en su momento... quizá es producto del furor, del éxtasis que me acogió en el instante.
Después de dejarla muerta en la habitación, le dije al recepcionista que ella se había quedado dormida, que yo ya me iba. Tenía tiempo suficiente para darle un obsequio inolvidable al "amante" que ella tenía. Aquí no contaré como acaeció la defenestración de aquél, cometida bajo mi mano, pero sí es claro que él me recordará cariñosamente.
Yo, por mi parte, procuraré algún día salir de aquí, para vivir tranquilamente con alguna mujer que quiera estar conmigo y darnos mucho, mucho amor... la condena es de unos quince años, estaré listo para ese entonces.

lunes, 19 de mayo de 2008

....sin palabras......

los instantes siguientes al ataque se fueron tornando inciertos... la panorámica comenzaba a ensombrecerse.... la lucidez de siempre se transformaba en un sinfín de incongruencias e incoherencias. Una risa nerviosa acompañada del "me estoy muriendo" al ver que se estaba desangrando eran las expresiones ante la situación... resignación extraña con burla temerosa. Miedo, miedo, desolación en un ambiente desprovisto de compañía alguna. Buscando ayuda, no había tiempo, cada segundo transcurrido era ya un segundo perdido, un segundo más que acercaba esa brecha tan ambigua que hay entre la vida y la muerte... menos vida a cada segundo, cercanía cada vez más a la muerte.
Agonía extraña que no laceraba, que simplemente llenaba de cuestionamientos, "Por qué a mí", "por qué pasó", "ya qué se le va a hacer, ja, me estoy muriendo"... aire resignado... sospecha de lo contundente, pero quizá la risa nerviosa optimista, sustentada en esa leve esperanza que sobrevive en muchos casos, creyendo que llegaría a un lugar donde se le pudiere salvar de su herida mortal. Esperanza a su vez ambigua e incierta, pero suficiente para mantenerse firme unos pocos segundos o instantes más......

Triste historia que no tuvo final feliz porque a pocas cuadras, desangrado totalmente, cayó al suelo y sólo la noticia fatal, tan total y deplorablemente inesperada llegó un 3 de octubre a las 4:49 de la mañana a mi teléfono.

domingo, 18 de mayo de 2008

Otra manera de empezar "El Imbécil"

Horacio miraba distraídamente el cielo, recostado sobre una pequeña pradera del parque de su barrio. Las nubes se paseaban lentamente a través del cielo, que se antojaba pintarse de un profundo azul. Pronto sería de noche. "Qué tal que las nubes tuvieran vida propia? Llovía entonces porque el cielo estaba triste? Hacía sol porque estaba enojado? Cómo sería entonces el cielo cuando estaba contento?". Aquellos insulsos pensamientos le ocupaban, sin embargo, la mente, y lo alejaban de auqellos pesimistas pensamientos que le asaltaban a cada momento. Recién había terminado con su novia, a la cual había adorado sin cesar hacía pocos meses, pero ya era un hombre "desgraciadamente libre", como lo solía pensar frecuentemente.

Y es que para Horacio Orjuela, estar "libre" significaba "no estar" pensando en alguien. Quizá los instantes en los que amaba eran los únicos en los que su mente estaba plena de felicidad, en otro caso siempre terminaba siendo vengativo, cruel, hipócrita e insensible.

Pasos suaves se escuchaban a lo lejos, un crujir de hojas que le transportaba hacia el pasado, pocos meses antes, cuando ante ese mismo parque le había declarado su amor a Lorena, su ahora ex-novia...

Sorprendido se sintió cuando, dejando de ver las nubes, dirigió la mirada hacia aquella mujer morena que se acercaba, estoy en un déjà-vu -pensaba-, se frotó los ojos, era de nuevo Lorena. Se veía triste, sus ojos parecían platos llenos de agua hasta el punto de querer desbordar. Ella se acercó corriendo...

Horacio reaccionó asustado. Las nubes se seguían moviendo plácidamente por el azul rey del cielo ya nocturno. "Quizá soñé despierto", pensó, pero sin darle demasiado crédito a sus pensamientos. Aún estaba poseído de amor. Había cometido ya dos errores en este año. El primero, haber conocido a Lorena Llanos; y el segundo, traicionarla justo cuando ella lo adoraba...

lunes, 12 de mayo de 2008

Cita del destino

Toda la vida de Joaquín había sido igual. Desde pequeño, sus sueños estaban impregnados de un tinte tradicionalista, conservador: estudiar, profesionalizarse, casarse, formar una familia, tener varios hijos... Siempre había anhelado encontrar a esa mujer que, como en las telenovelas, le amara inmensamente y que vivieran juntos y felices el resto de sus vidas. Quizá fue por su genio de romántico que muchas veces terminó haciendo ridículos públicos y a la vez siendo considerado un "ridículo" para una sociedad que no había podido interpretar sus intenciones. Idealista e ingenuo, enamoradizo y torpe al hacerlo... Producto de una enorme carga de todos esos anhelos, puros y nobles quizá, se le dificultaba expresar sus sentimientos a la mujer que amara.
Tales actitudes le merecieron diversos y numerosos desengaños. Quizá malinterpretó las cosas con muchas mujeres, pero, debido a ello, fue caro el precio que tuvo que pagar en ocasiones. En otras, llegaba a ser brevemente correspondido, hasta que la sinceridad absoluta parecía cansar y finalmente era abandonado a su suerte. A sus diecinueve años estuvo a punto de casarse, pero de un momento a otro, Liliana, su novia, se marchó de la ciudad sin avisar, dejando plantado en el altar al infeliz Joaquín.
Llegó a llorar y casi desear morirse del dolor. Estuvo enfermo casi dos meses, arrastrando la bilis de su nuevo fracaso sentimental, hasta el punto de no poder levantarse de la cama por lo menos una semana. Finalmente, quizá motivado por la esperanza de poder llegar a alcanzar un mejor futuro, se recuperó de un día para otro.
Así, hasta que conoció a Fernanda. Esa mujer despertó una infinidad de pasiones en Joaquín... Fue la primera con la que desbocó, sin medir consecuencias, las pasiones físicas más intensas. Ella fue su maestra en el amor, en la cama. Las noches de placer con amor se fueron acrecentando, y Joaquín estaba enamorado en un exceso tal que fue abandonando sus viejos hábitos, sus rutinas, sus amigos; su familia misma fue siendo desplazada por Fernanda y los momentos con ella.
La factura de cobro le llegó a Joaquín cuando menos la esperaba. Fernanda le engañaba con al menos dos hombres, y fue un jueves en la tarde cuando él la encontró haciendo el amor tan fieramente —como nunca lo llegó a hacer con él ni como se lo hubiera imaginado jamás— con otro hombre.
La desilusión de Joaquín fue aun mayor. Pero esta vez fue la bebida el refugio de sus pesares. Intentó, de manera fallida, lanzarse por el balcón de un tercer piso, pero, casi milagrosamente, sobrevivió, sin rasguño ni lesión alguna. Tres meses de depresión —paliados con un proceso de rehabilitación en una clínica de reposo— fueron el pan cotidiano que tuvo que masticar para recuperarse casi totalmente.
Aun así, seguía con su terco apego a los anhelos de toda la vida. Desengañado y mucho más inseguro, quería seguirse enrutando por tal camino. Seguía anhelando lo de siempre, pero ya se encontraba destrozado y el horizonte que avizoraba para su vida, era oscuro.
Una tarde, por medio de amigos suyos, conoció a Diana. Inesperadamente, la vida forjó entre ambos un sentimiento casi inmediato. Se amaron a primera vista... Curioso, paradójico, impredecible, absurdo total... Comenzaron a entablar una muy bonita amistad. La comprensión y el diálogo constante se hicieron presentes, día a día, entre ellos. Se alegraban sobremanera al verse, no podían dejar de mirarse y se extrañaban fuertemente en la ausencia.
Eso que llaman química se mantenía presente entre ambos. Ella, joven, ingenua, inexperta, llena de sueños y anhelos casi iguales a los de Joaquín. Él, medianamente experto, aún ingenuo, pero lleno todavía de esos sueños del ayer, de sus inicios. El juego de indirectas era constante, incluso dejaban de ser tan indirectas y se convertían en directas. Joaquín había sido presentado en la casa de Diana como un gran amigo, pero en realidad ella había confesado a su madre, la confidente constante, su enorme amor por él. Veía ese gran hombre que muchas quizá no lograron percibir con claridad. Caso igual ocurría con él. Su familia notaba la alegría y la luz de la esperanza posadas en su vida. Era un Joaquín renovado, lleno de nuevos proyectos, de expectativas frescas y que podían ser consideradas sublimes.
Fue Diana la que, cierta mañana, le llamó al teléfono para hacer efectivo el encuentro que, sin saberlo, era la predestinación para que ellos unieran sus vidas hasta la muerte. "Quiero que nos veamos, siento que debo decirte algo muy importante para mí", fueron las palabras de ella al otro lado del teléfono. Joaquín sintió un ahogo tremendo en su pecho, de esos que no se pueden expresar y que lo tratamos de etiquetar con la palabra amor. Ansias, emoción y expectativa, fueron las sensaciones que se agolparon en él. Ella, mientras tanto, a pesar de su enorme timidez, estaba completamente dispuesta a decirle lo que sentía, dejando de lado los prejuicios morales que la acusarían como "buscona" o "lanzada" por expresar sentimientos a un hombre y no esperar que él lo hiciera primero.
Se había puesto hermosa para él, más hermosa, como nunca. Labios color rojo, con ese brillo deslumbrante que provoca besar y no abandonar, fragancia de rosas, manos perfumadas tiernamente y arregladas con detalle, todo lo hermoso posible confluía en ella ese día.
Mientras tanto, Joaquín tomó el autobús preciso para llegar al lugar pactado, a las tres y treinta de la tarde. A las cuatro y veintiocho, ella no había llegado. A las cuatro y cuarenta y nueve, ni un rastro. Joaquín, lleno de ansia y desespero, consternado pero anhelante por ella, esperó hasta las seis y quince. Frustrado, desconcertado y amargado, llegó a su casa a las once y veintisiete luego de tomarse unas ocho cervezas para menguar las ansias que se habían apoderado de él. Durmió hasta las once de la mañana del otro día, sin tormento alguno, aunque despertó con ese dolor bajo en el estómago, propiciado por las ansias aún presentes. Se sentía algo molesto con Diana, además de empezar a cargar fuertemente un peso, el de la incertidumbre, que se había forjado tras la ambigüedad de una propuesta urgente —una cita sorpresiva y casi inmediata— mezclada con el incumplimiento a ella por parte de quien manifestó la invitación.
No obstante, y a pesar de un creciente temor producto de la incertidumbre, a la una y dieciséis se decidió por llamarla a la casa. Nadie contestó. Se inquietó aún más, allí siempre se mantenía alguien. Salió a la calle a caminar, a pensar en ella, anhelando verla pronto y mezclando en su mente la esperanza y la desesperanza, la alegría y la tristeza. Matices opuestos que forjaron una mixtura amorfa en su interior, mixtura que finalmente sólo dejaba como mensaje a interpretar la decadencia y el agobio...
... Desesperado por pensar en ella, llamó al mejor amigo que tenía y que fue quien los presentó. En su casa tampoco estaba, y por ello le llamó al celular. "Joaquín, dónde habías estado? Te estamos buscando hace rato", fue la respuesta inmediata de Enrique. Sin dejar que Joaquín respondiera, le dijo: "Tienes que venir urgente a la dirección que te voy a dar, hay una muy mala noticia". Joaquín, algo intuitivo, sintió el frío fatal en su interior, en todo su ser y en su alma unas milésimas de segundo antes de escuchar lo que sospechó casi inmediatamente, y no lo quería ni lo hubiera querido escuchar.
"A Diana la mató un bus ayer.... es terrible....".
Definir la sensación que la vida arbitrariamente acababa de asestar sobre Joaquín, debido a las circunstancias siempre impredecibles del trasegar, sería complicado. Para él, nadie sabe si lo fue. Solo él podría saberlo, pero incluso ni siquiera llegó a ser capaz de describirlo nunca. Era su realidad, bofetada cruel de su vida, una vez más... Ilusión efímera que no pudo concretarse, cita del destino incumplida para ambos... Mar de preguntas sin respuestas, muerte de los sueños, final de muchas cosas.

El Final

Desde el instante en que escuchó el despertador, Simón se levantó decidido. Sería la última vez que escucharía tan fastidioso chillido. Estando solo en casa, nadie se opondría a su plan. Triste, se paró en el borde de su balcón. Vivía en un décimo piso. Con furia, lanzó con todas sus fuerzas el casi inerte cuerpo del despertador, y sonrió -con un humeante cigarrillo en su boca- al ver estrellado en el piso el maldito causante de su mal sueño. Ahora, su vida ya tomaría otro rumbo...

domingo, 11 de mayo de 2008

El poder no era suficiente (un nombre un tanto abrupto)

A cada segundo más que se acercaba, Gabriel bebía con mayor desespero y ansia el whisky que mantenía en la gaveta de su estudio. Quienes lo conocían bien podrían haberse sentido sorprendidos al verlo tan nervioso, habiéndose caracterizado siempre por ser un tipo frío, racional, calculador, silencioso y poco expresivo.

- Patrón, ella entró al motel con ese man - fueron las palabras emitidas desde otro celular.
- Bien, bien - respondió Gabriel con una voz un tanto quebrada. - Ya saben, piérdanse que esto es asunto mío -.

A sus cuarenta y siete años, por primera vez en su vida, él estaba sintiendo rabia y odio con una fuerza virulenta inimaginable. Ni siquiera cuando mando matar a su mejor amigo por cuestiones de negocios cuando supo que era él quien proporcionaba información a los enemigos y a la policía había sentido tal fiereza en su interior, en todo su ser. Incluso aquella vez lloró con tristeza por haber tenido que ahogarlo en una alberca que fue llenada completamente de cemento mezclado, listo para convertirse en duro concreto.
Esta vez también había llorado, pero al sentirse desilusionado, al verse engañado por la mujer a la que amaba sin reparo alguno, por la cual hubiera dejado todos sus negocios, asesinado a quien tuviera que asesinar... fue por ella por lo cual no tuvo hijos, a ella no le interesaba tenerlos. Y aún así, él, hombre machista y arraigado a tradiciones conservadoras, accedió sin chistar a tal acuerdo. "No quiero niños, eso lo tienes que tener claro siempre", dijo Valeria Estrada el día que contrajo nupcias con Gabriel.
Después de casi dos años de constantes investigaciones, él se había enterado que Valeria le era infiel con otro hombre, casi desde que se casaron. Un amigo de la juventud y de casi toda la vida era aquél que retozaba fiera y alegremente con ella. Era también el motivo por el cual en muchas noches la posibilidad del sexo fue negada para Gabriel, porque ella "tenía dolor de cabeza" y otras veces porque "no tenía ganas". Paciente, silencioso, prudente, con una mirada llena de amor y ganas por estar siempre complaciendo a su mujer, Gabriel aceptaba tal situación.
Pero la paciencia tiene límites, y Gabriel se encontró con una encrucijada en su vida que propiciaría posteriormente el desenlace menos esperado para Valeria. Los negocios comenzaron a decaer, la policía incautaba cargamentos con mayor facilidad, los laboratorios clandestinos más importantes habían sido detectados y destruidos, muchos de los subalternos estaban desertando o traicionando a la organización; la guerra interna se avecinaba. Tal ambiente caótico produjo una enorme irritación en Gabriel que puso a prueba su carácter en todos los sentidos. Bajo sus órdenes, muchos subalternos fueron eliminados por traidores y desertores, la policía y las distintas organizaciones de la "ley" recibieron la suficiente presión o el soborno como para dejarlo en paz a él y su gente.
Así comenzó a preocuparse más por su matrimonio y al ver que las noches de sexo le eran negadas, decidió contratar a un detective para que investigara a su esposa. Evidentemente, las pruebas denotaron el acto de infidelidad. La desilusión y desconsuelo de Gabriel fueron enormes. Una vida que había creído siempre hermosa y sublime al lado de Valeria finalmente había sido una farsa. "Una farsa, una mierda como esta basura en la que he estado metido toda la vida, un mundo igual a este donde me muevo a diario, con mentiras, con promesas incumplidas", fue el pensar de Gabriel.
Por eso, cuando aquél viernes veintisiete de Septiembre encontraron los cadáveres de Valeria Estrada y Alfonso Bermúdez con varios disparos de revólver, y pocos días después a "Don Gabriel" con los sesos fuera de su cabeza y esta recostada sobre el escritorio ensangrentado, se pudo comprender las palabras a veces desquiciadas de los últimos días del "jefe" y también por qué estaba decayendo con mayor fuerza la organización.