viernes, 18 de julio de 2008

La primera "dos veces" vez.

Siempre, desde muy pequeño, quizá desde mis diez u once años, empecé a contemplar el mundo de lo pasional, de lo erótico, de lo sexual, de la sexualidad, esa que contiene tantas cosas, miradas, caricias, abrazos, besos, sexo, entre muchas otras. Cuando comencé a descubrir ese mundo "oculto" e "íntimo" de los "adultos" (en ese entonces creía que sólo los adultos tenían relaciones sexuales, ahora río de mi prehistórica inocencia) sentí ansias por vivirlo, por sentirlo en todas las facetas posibles.
Una de ellas era el mundo de lo sexual, remitido estrictamente al acto de unión fisiológica entre dos seres de distinto sexo. Comencé a sentir cosas que para mí eran nuevas, deseos, anhelos, necesidades. Soñaba con estar con una mujer, imaginaba qué y cómo sería ello. Lo llegué a magnificar, a sobredimensionar, hasta el punto que cuando llegué a estar en solitario con mujeres que deseaba o que me interesaban, me ponía demasiado ansioso, demasiado nervioso, producto de una excitación que no podía controlar.
Comencé a imaginar cómo sería mi primera vez, veía a las mujeres que me gustaban y empezaba a visualizarlas efectuando el acto sexual conmigo. Veía la televisión, los canales "de adultos", ojeaba revistas eróticas y me excitaba aún más. Me imaginaba una relación clandestina, en el furor de la noche, las luces rojas en una habitación oscura, sábanas de terciopelo, la mujer desnuda, las caricias, los besos fieros, el "zarandeo bestial" hasta sentirme descargado, renovado.
Pues bien, tuve la fortuna de haber vivido de dos maneras mi "primera vez". Una fue donde las prostitutas, cuando alcancé mi mayoría de edad. Recuerdo a la rubia erótica y voluptuosa llamada Mariela, con quien descargué mis ansias reprimidas por el paso de los años, las costumbres, las reglas y valores morales que sólo existen en un entorno conservador. Aún recuerdo cómo nos besamos brevemente, para luego manosearnos fieramente y penetrarla con un tanto de relajo mientras ella "hacía todo el trabajo". No me quejé, no me inmuté, pues sabía que ella hacía eso sólo por una paga, no por anhelos pasional-sentimentales en torno a mí. Nos quedamos unos pocos minutos conversando después de retozar. Hablamos de nuestras vidas de una manera breve. Y esa fue la primera vez.
Aún así, no la considero mi primera vez completamente. La otra primera vez llegó una noche, inesperadamente, cuando recién salía con quien sostuve una vida sentimental durante unos 9 meses, aproximadamente.
La noche de la otra "primera vez" fue la segunda parte de uno de mis sueños eróticos. La primera había sido esa parte insensible, rutinaria, banal, de lo que puede ser el acto sexual. En esta ocasión fue algo distinto. Sí, había mucho fuego entre ambos. El deseo brotó en unos besos nocturnos en la banqueta de un solitario parque, donde las miradas entre ambos se cruzaron y las palabras se desvanecieron con el aire, con los besos, con las caricias eróticas que se fueron forjando entre ambos, que fraguaron un mar de pasión y morbo desbocados. No aguantamos más cuando la propuesta de escapar a un lugar solitario hizo su aparición.
Llegamos a una solitaria cabaña, en aquella noche lluviosa y no sentí más furor que aquél instante en que cerramos la puerta y quedamos solitarios, el uno y el otro, brindándonos cosas que quizá la misma vida planeó para los dos.
Besos furtivos, caricias encubiertas en la soledad que nos convenía y que era la soñada por ambos. Recuerdo su cuerpo desnudo, por primera vez pensé que una mujer sería mía... y lo fue. Así como yo fui suyo. No pagué por ello, no le ofrecí dinero por acostarnos, ni ella me obligó a hacerlo.
Solamente fue una noche lluviosa, así como aquella que imaginé por ahí a mis doce años en una tarde donde me acaecía el erotismo desbocado.

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