martes, 10 de abril de 2012

La Dama Rosada

"Siempre desempolvada historia que el tiempo jamás narrará en blanco y negro, porque la dulzura y la vitalidad de su protagonista fueron los pigmentos genuinos que adornaron una existencia, un derredor" fue el juego de palabras con sentido que terminó tarareando el joven aprendiz de la vida, mientras recordaba a esa mujer que conoció y a la vez no pudo terminar de descifrar, porque ello sucede cuando las circunstancias arrancan de tajo a quienes tenemos cerca, en momentos donde la atención se confunde en un tupido bosque de ingenuidad y distracciones rutinarias.

Donde una despedida rutinaria es un engaño y una trampa que los dioses ponen en el futuro de los días vividos, cuyo velo desaparece con la amarga notificación de un adiós final que no llegó, ni llegará. Que quedó ahogado en una escena imborrable, con una rosa lanzada al foso, y una promesa de un encuentro futuro por la matriarca que le legó aquél arcoiris, a nuestra protagonista.

De cabello engañosamente oscuro, matizado con la luz en un castaño, piel blanca y ojos expresivos, rostro armónico de dulces gestos, nariz mediana y labios finos. Cuerpo esbelto, sin ínfulas o ambiciones de modelo, porque la sencillez y la ternura del ser eran su evidencia pura. Y a la vez su efervescencia para defender lo que sentía, pensaba y deseaba. Otra herencia de su almibarada madre.

Ferrea ésta, nonagenaria, aún la recuerda, y con resignación y fortaleza, evoca el trágico final, en la mecedora universal con la que de niños jugábamos, atrásadelanteatrásadelanteyviceversaeninfinitoimaginado. La angustia y el furor de una noticia inesperada en pleno día de madres, amalgamada con el recuerdo de una existencia dada a compartir, a endulzar a los cercanos, con un tacto mágico que se desvaneció en el mismo momento del fatídico culmen, principio y fin disueltos, embarrados en la historia familiar... Recuerdos, evocaciones de niño, puñaladas incomprensibles e insensatas, misterio incierto que no vale la pena escudriñar... Sólo la mezcla entre un llamado traducido en un angustioso "mataron a la dama rosada", y la reacción sorpresiva, amargo trago con sabor a metal ácido donde en par de segundos se ubica la realidad, se aterriza o se irrumpe en un mundo de impotencia y desespero, que el mismo tiempo, al fracturarlo en el contraste con aquél momento, intenta dar una tregua muy efímera de tranquilidad, que una madre difícilmente concertaría.

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