martes, 18 de abril de 2023

Acechador

 Después de tantos años, Tomás se había dado cuenta que Él siempre estuvo detrás de todo, anticipando cada movimiento, influyendo en las decisiones que fuera a tomar. Logró verlo porque giró su cabeza para mirar, por un instante, hacia atrás. Y lo encontró, de inmediato. Pálido, de rasgos demasiado duros: ojeras pronunciadas, labios secos, cuello rígido, manos huesudas y dedos largos y finos, ladinos, de alguien habilidoso…

Tomás vio que Él, sin ruido, imperceptible, había estado muchos años siguiéndole de cerca. Durante mucho tiempo tuvo dudas, creía haberlo visto antes, pero se resistía a esa macabra idea. Ocurrió que Él se volvió bastante cotidiano, constante y rutinario; por ello, obvió su presencia, aunque ello no le restó la cada vez más creciente gravedad al asunto: Tomás le seguía escuchando y, para empeorar, atendía, sin reparos, cada uno de sus comentarios, sin cuestionarle.

En su ejercicio de introspección, Tomás recordó haberle visto meses atrás, parado casi en medio de la calle ancha, a diez cuadras de la casa, cerca del café donde departe regularmente. Nadie lo veía, pero Tomás sí, aunque por alguna extraña razón, había bloqueado ese recuerdo en el que lo vio a varios metros detrás de él. Mientras andaba con su paso acelerado y patiabierto —algo muy típico— y navegaba en sus soliloquios, recordándose “la postura adecuada”, repitiéndose su regaño trillado, “tengo que andar derecho, nada de encorvarme”, Él también caminaba algo cerca, con su ponzoña, instigando a la quietud, a la parálisis, a un sopor que arrulla de forma mortífera, con la angustia como tonada de fondo.

Esa fue la revelación que comenzó a darle sosiego a Tomás. Por tarde que fuera, se había percatado y ello podría darle ventaja, tanto para evitarle totalmente como para confrontarle. Quizá lo segundo fuese lo más conveniente, porque, de todas formas, Él no se iría, por mucho que Tomás le insistiera, por muchos recursos de los que pudiera valerse para que desapareciera y no molestara más. Al fin y al cabo, Tomás no había incluido en sus planes la eliminación rotunda de Él, porque no era su estilo, por mucho pánico que pudiera estar sintiendo… Prefería menguarle sin perderlo de vista. Él tenía como ventaja la capacidad de ver a su presa y acosarle sin que Tomás —o alguna otra de sus víctimas— se enterara de su presencia, especialmente cuando hay desconcentración y se pierde la noción del entorno. Para empeorar la situación, Él, a la distancia —por enorme que sea—, podía observar y ver venir a quien osara acercársele, sin importar el nivel de cautela que se manejara; no se desconcentraba y su visión era panorámica, sí que conocía a sus objetivos.

No obstante, podría ser sorprendido. Siempre hay un punto ciego, nada es inmutable.

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