sábado, 12 de julio de 2008

Y lo sabía

Le habían pillado. "Mierda, ya el cabroncete se dio cuenta", pensó desesperada pero a la vez burlonamente aquél hombre joven mientras se bebía la cuarta cerveza y se echaba el último trago de ella. Se había metido con la mujer de un político del pueblo, sin advertir que era la mujer de él. Cuando se había dado cuenta era tarde, pero también lo era desde el mismo momento en que se enamoró, incluso mucho antes, aquella vez en que había pasado la primera noche de sexo desenfrenado.
Ella, por su parte, se mostraba nerviosa y angustiada. No tardaría mucho tiempo sin que su marido irrumpiera en la casa agresivamente, posiblemente revólver en mano, ojeras exageradamente pronunciadas, la infaltable vena aún más resaltada en la sien, muestra todo ello de un desespero e histeria total.
Tiempo atrás, Mariana Bermúdez reía y disfrutaba de las horas fogosas de desbocada carnalidad y brutal ajetreo en distintas suites de moteles - algunos módicos, otros más costosos - del pueblo y sus alrededores. Ella ni imaginaba que León Armero - su esposo de hacía casi doce años - se daría cuenta fácilmente, pues estaba lejos del país desde hacía casi dos años; era un prominente, prestigioso y respetado embajador en otro país.
Pero regresó intempestivamente, quizá por querer sorprender a su esposa, con la intención de comentarle lo que consideraba una excelente noticia para ambos: le habían ofrecido un cargo en uno de los ministerios de la república. Quería celebrar tal ascenso en su carrera política, además la extrañaba en todo sentido. Pero también quería hacerle saber que debido a la nueva situación, tendrían que dejar el pueblo en que ambos crecieron y como buenos paisanos, se conocieron y por azares de la vida, de los sentimientos, terminaron casándose.
La sorpresa de León no fue otra que enterarse de la realidad al encontrar una actitud un tanto extraña en Mariana, aún a pesar de que tuviesen una larga velada de sexo - como a él le gustaba, como a ambos les había gustado desde siempre - esa misma noche, en la cual hicieron todas esas cosas que tanto disfrutaban, zarandeándose de distintas maneras, brincando, mordiendo, manoseando con fuerza, brusquedad y fiereza, succionando, lamiendo, meciéndose con bestialidad, así como a ella siempre le había gustado, como él le había enseñado en su vasta experiencia - él tenía unos diez años más que ella - como ella misma lo había disfrutado con su amante durante seis meses de relación clandestina.
La halló distante luego del acto. Incluso dentro del mismo, cuando a veces ella dejaba de gemir, y él se sorprendía, pero continuaba. "Quizá es tanto tiempo sin hacerlo con tanta frecuencia" pensó ingenuamente, pues aún no se había enterado de la verdad. Pero no era tan ingenuo, porque al día siguiente decidió salir a merodear un poco por el pueblo, y fue en tal trasegar donde encontró miradas poco comunes en sus allegados, quienes guardaron silencio porque quizá apreciaban demasiado a Mariana, o por evitar una tragedia. Él no era tonto, y sospechó al ver actitudes distintas o poco corrientes acorde a los tiempos en que estaba en el pueblo.
Pronto logró darse cuenta de las cosas, cuando decidió confrontar a Rafael Bernales, uno de los mejores amigos de Mariana, pero quien a su vez le profesaba amistad a él. Alguna vez Mariana llegó a salir con su amante y con Rafael a departir en las afueras del pueblo. Quien se decía confidente y amigo de Mariana, quizá encubriendo un sentimiento por ella y camuflándolo en sinceridad, aprecio y gratitud con su amigo, decidió contarle todo a León. Aquél duró pocos instantes para reaccionar de manera iracunda. Ya lo sabía. Desilusión mezclada con rabia y un orgullo herido - siempre había creído que no le faltaba nada como hombre y que podría mantener perpetuamente a Mariana "comiendo de su mano" -. Tal castillo de amor concretado - la amaba por encima de su orgullo como "hombre mayor" y "experimentado" - y de ego acrecentado se derrumbó en pocos segundos tras las palabras de Rafael. No lo pensó dos veces para dirigirse a su casa y buscar el revólver - que siempre mantenía para cuidar la hacienda - y montarse en su jeep para encargarse de ese mal nacido, como ya lo comenzó a denominar.
Mientras tanto, José Sepúlveda tomaba cerveza tranquila y plácidamente con sus amigos de pilatunas, los confidentes de su aventura, que ya hacía tiempo había dejado de ser aventura y estaba transformada en una confluencia de varios y enormes sentimientos. Billar y cerveza, música popular, la mesera exuberante con la que coqueteaba constantemente - pero que nunca llegaban a algo concreto porque así lo querían pues sólo jugaban a cortejarse -, el "barman" que no era barman y que improvisaba ser barman - solamente servía tragos como mejor quedaran al gusto de los clientes -, el veterano borracho que ya era casi pordiosero pues se había alcoholizado y que siempre les pedía monedas para comprar licor - así fuera el más barato -, todo un escenario propicio para la juerga, para la bulla, para la alegría, la conversa amena, pero también para las peleas insulsas e inesperadas.
Mariana empacaba su equipaje desesperadamente aquélla tarde cuando se dio cuenta que León ya había descubierto la verdad. No amaba a ninguno de los dos, simplemente se sintió sola cuando dejó de amar a su esposo y por eso decidió aventurarse con un hombre al que aventajaba por cuatro años. A este tampoco lo amaba. Quizá llegó a expresárselo verbalmente, a disfrutar de él pues no era para nada un mal amante, pero no llegó a sentir algo sentimental aunque en un principio lo llegó a dudar.
En el mismo instante, José reía de manera amena con sus compadres, cuando la irrupción sorpresiva de quien alguna vez fuese el alcalde del pueblo sorprendió a todos. Era un desesperado ex alcalde, más parecía un tipo decadente que había bebido demasiado, pero en realidad estaba lo suficientemente cuerdo como para propinarle seis balazos a quien en verdad se los quería propinar y que al verlo llegar lo presintió sin poder hacer mucho para evitar tal acción; al menos eso pensaba en el momento de tensión acaecido.

1 comentario:

Flako dijo...

jeje sólo hacía falta decir que en la cantina sonaba "El Corrido de Lucio Vásquez"

Profundo respeto siento por tu manera de describir la realidad, crear personajes complejos; se nota que le ha servido conocer otros lugares, costumbres y experiencias.

Lo felicito de verdad,