miércoles, 17 de septiembre de 2008

Escribiendo

Mientras Carlos escribía, se daba cuenta que ninguna de las ideas quería brotar como él lo deseaba. En el fondo de sí, quería escribir mejor, pero había una serie de detalles que le impedían llegar a tal efecto. La inspiración de otros tiempos se había desvanecido, o quizá, sin darse cuenta, estaba diluyéndose, además de estar impregnado de varias actitudes pesimistas y cargadas de frustración.
Dicen por ahí que la frustración, la tristeza, la melancolía y las angustias son perfectos canales para hacer brotar la materia que la inspiración permite elaborar, las artes como tales. Esa tarde, no era el caso de Carlos. Seguía y seguía, escribía y escribía, otra vez, una vez más, volvía a repetir palabras, divagaba, pensaba, le provocaba pararse e irse a llevar la papelería que tenía que llevar como buen mensajero que había sido, un mensajero que en sus tiempos libres quería escribir, y que en otros tiempos de su vida había sido un tipo hermético que no manifestaba sus sentires.
Hoy, era distinto. Era menos reservado con sus sentimientos, y plasmaba en el papel muchas de las cosas que surgían en él. Pero esa mañana "abrileña", nada quería aflorar en su ser, a pesar de estar profunda y enormemente atravesado por un montón de sentimientos. Un mar de contradicciones se agolpaba y confluía en él, lo bueno y lo malo, ganas de mucho, ganas de poco. Temía fracasar en su ejercicio de escritura, que, finalmente, sentía que era una de las pocas cosas en las que podía ser bueno, subestimándose un poco - y a ratos lo seguía haciendo -.
No era tan malo, ni tan frustrado, ni tan fracasado. Sólo era silencioso y temeroso, pero contradictoriamente, era más avezado que muchos a su alrededor. Ello lo demostraría en los días previos a su inesperada muerte.

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