martes, 20 de abril de 2010

Mi bella cocinera... (ó me cocino en Bello)

El insportable sopor de la tarde acechaba bajo la sombra del diván de mi sala. Allí, entredormido, un tanto aburrido, le pedía a la vida que me quitara la parálisis mental que me aquejaba en este instante. Que sucediera algo emocionante, que se chocara un carro al frente de mi casa, que asaltaran a la vecina fofa y desagradable que a diario tiraba la basura, rancia y maloliente, en mi acera, o que al menos el calor me dejase dormir.

No pudiendo soportar la sed, caminé hacia la cocina un tanto extrañado, porque sentía que la tarde brillaba más intensamente y mis pasos eran de paralítico en terapia. La cocina, oscura como boca de lobo, olía a café de greca y jabón de cocina, a sudor de mi bella cocinera, un tacón alto y de oro...

La abracé por detrás, sintiendo sus firmes nalgas, a punto de reventar su ropa, entre mis piernas, abrazando su abdomen con pasión y besando su cuello. Gritó, luego gimió, luego me besó...

El aroma ya se había esfumado... nunca hubo café, la cocina estaba seca hace horas, aunque seguía igual de oscura. Un tanto ensimismado serví un vaso de agua helada para el calor, para mi calentura, y para brindar por mi amor platónico, mi bomba sexual, la cocinera que cada tarde cambia de nombre y de aspecto, para así tener tardes emocionantes en el fuego vespertino que abrasa esta montaña, para que al menos la soledad me sirva para pensar paja y no morir con los ojos abiertos.

No hay comentarios: