viernes, 12 de mayo de 2023

Bordeando

 Principio y fin de todo… En ese instante, con el amasijo de sentimientos y sensaciones que estaban circulando en mí —que a hoy parece lejano e incluso una mera ilusión que no ocurrió— podía sintetizar ese espacio en el que estaba navegando de manera vertiginosa. En eso se había convertido la cama en la que estábamos extendiendo la convergencia, nuestra dualidad.

Aún con la ropa puesta, reptaba torpemente, pero con una extraña liviandad sobre Ella, quien, por supuesto, no estaba inmóvil, aunque su sensación de evidente pánico, mezclado con ternura y dulzura, se había apoderado de toda la habitación. Las caricias se agotaron tanto que cada roce parecía una fusión viscosa de dos entes otrora ajenos.

Sus ojos claros manifestaban el deseo de detener el tiempo, sin mirar adelante o atrás, sin pensar en el pasado ni en el futuro. Ese presente tenía que ser estático y ambos teníamos que congelarnos allí o que la escena se repitiera eternamente. En algún momento creí palidecer y perder la noción de mí; comencé a marearme y creí que estaba escapando de mi propio cuerpo, de mí mismo, en su totalidad. Pero era tal el espectáculo de observar con tanto detalle sus ojos, que no me había enterado que estaba tratando de llegar a su ser y casi estaba entrando allí.

No eran dos cuerpos. Eran dos almas que estaban intentando establecer contacto. Por eso el tiempo y todo alrededor parecían desaparecer. El entorno se iba derritiendo y emergía una bruma cálida y de sublime aroma, indescriptible en palabras terrenales.

Desde el principio (incluso desde la primera oportunidad, tiempo atrás), los labios de ambos se venían juntando en la danza almibarada que suponía ese preámbulo de la dual fusión. Yo comencé a alternar y, con una lentitud incuantificable, fui bajando por su cuello, con besos más suaves aún. Ella, mientras tanto, seguía evidenciando la amalgama del miedo y la pasión. Ambos éramos parte de lo mismo, presas, esclavos, a la vez privilegiados de algo que no resistía explicación razonable.

Fui bajando un poco más allá del cuello y, de repente, sentí un remezón brusco que me expulsó del viaje, con tal violencia que sentí perder los arrestos y creí que la vida se extinguiría casi de inmediato. Era la colisión aciaga entre el mundo que podíamos construir y el existente.

... Era la condena de un presente abandonado.

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