viernes, 12 de mayo de 2023

Búmeran del ego

 De lejos, les veía. Andaban bien emparejados. Ella, abrazándole a él con una ternura de ficción, pero impecablemente presentada. Él, frugal, tranquilo, impasible. “Con ínfulas de ganador el malparido”, pensaba yo. Parecía exhibir aires de suficiencia, como si fuera rutina, libreto harto memorizado en la obra de su existencia.

Había tenido mi oportunidad antes, pero mi mente, en el momento oportuno, decidió jugar a perderse en laberintos intrincados (cuya salida solo encontraría años después —y con comodines de ayuda, para empeorar—). Mi cuerpo, ni corto ni perezoso, le siguió, entusiasta —o ¿más bien con marcada pasividad?—, la genial idea. Esa imposibilidad iría derivando en frustración, en mordaz autocrítica que terminaba siendo castigo, laceración de mí. La autoestima menguaba vertiginosamente.

Derrotado, con mis sentimientos por ella aún nadando en mi ser, la divisaba a lo lejos, caminando por el extenso patio del colegio, tomada de la mano con él. Mis amigos me acompañaron con solidaridad en esos días: el gordo Clavijo mostraba cierta compasión —no lástima—, comprendía toda la situación perfectamente, porque era de mi misma liga de impedidos para concretar lo lograble. “Ella se lo pierde”; “es degenerada, no importa”, decía, aunque eso último no es argumento, merece invalidarse… Lo primero tampoco, porque no sirve subirse el ego bajo ningún caso, ni menos cuando el amor propio va rodando, cuesta abajo.

El flaco López, por su parte, era más rígido y lanzaba cierta ponzoña, mezclada con un sentimiento compartido de frustración: “Roncaste, sos un inepto”; “No importa, esas cosas pasan. En otra oportunidad será”. El negro Pérez, con sus exagerados ademanes que lo hacían parecer actor itinerante, sazonaba el drama y lo volvía comedia a través de sus comentarios burlescos: “sóbame la espalda, sóbame la espalda”, aludiendo a otro suceso en que exhibí mi lerdez, con la sensual Alcira, quien insinuaba el deseo de concretar algo conmigo, pero yo, estupefacto, no daba los pasos adecuados.

Me reía ante las ocurrencias de Pérez, desconcertado. “Este hijo de puta”, le respondía, en tomo de charada, no era un insulto. Luego, me sentía algo molesto y me castigaba aun más. “Sí, ya sé, ya sé, soy lento, estoy quedado”. También miraba a Alcira, a lo lejos: hermosa, glamurosa, coqueta, ingeniosa, sincera (no escondía sus intereses ni aspiraciones)… Tiempo después, terminaría siendo novia de aquel, el mismo de los aires de suficiencia. Yolima y Alcira compartieron al personaje. Él era consciente de la situación. Ellas aprovechaban su intelecto avezado para avanzar en el cumplimiento de los requisitos académicos en aquellos tiempos de colegio, ad portas a los grados de bachillerato. Ellas confluyeron hacia lo íntimo con él a cambio de ver realizadas las tareas más complejas, exigidas por sus profesores y profesoras.

Las juzgué en esos días; también le reduje a él su valía. Pero todo surgía desde un resentimiento alimentado por la sorda impotencia, por los remordimientos frente a las acciones truncas, a los viajes no emprendidos, a las carreras ni siquiera iniciadas. Buscaba atacar a quienes no eran responsables, tenía la ballesta apuntando hacia la diana equivocada; lanzaba mis ganchos a los sacos de arena equivocados. Era un derrotado, ni siquiera por otro, porque nunca consideré la competencia en momento alguno. Yo mismo me había liquidado una y otra vez.

Como consuelo, un día, ya muy resignado a esa suerte, las vi cada vez más lejanas, no las anhelaba ni lamenté más esas imposibilidades.

La buena fama de pasillo no había tenido un solo capítulo. Era una sucesión de acontecimientos que se prolongarían durante un poco más de tiempo.

No hay comentarios: