viernes, 12 de mayo de 2023

Reflejo-sinsentido

El escenario se antojaba interesante, pero había algunos elementos que lo impregnaban de tedio y sopor en pleno mediodía hirviente y soporífero: una televisión encendida, sintonizada en el canal de las noticias, que terminaban repitiendo lo mismo de todos los días. “Todo está mal, ¿para qué carajos tenemos el televisor en este canal?”, pensaba Él, mientras miraba, con ansiedad, hacia la pantalla, aparentemente concentrado, pero, en realidad, jugando al zigzag de un sinfín de posibilidades.

Estaba con Ella. Ambos se encontraban recostados en una cama prestada, la de la madre del anfitrión de la casa a la que concurrió el grupo de jóvenes, conformado por cuatro personas: tres hombres y una mujer. Ella y Él, de repente, se habían quedado solos en esa habitación, bajo la complicidad adolescente de los dos amigos restantes. Mientras ellos tomaban gaseosa afuera, Ella y Él jugaban a las pesas con el silencio, que, amigo de la expectativa, la tensión y la incertidumbre, se iba tornando más y más denso. Él estaba al lado izquierdo, ella, en el derecho.

Ambos se gustaban. Él comenzó a jugar, en su mente, con las variables, con lo que podría pasar a consecuencia de x o y acción. Ella también imaginaba y algo de impaciencia la iba controlando, aunque no lo evidenciaba. “Este es como lento”, pensaba. Él comenzó a tantear de forma errada, ni sabía qué tema era el adecuado para llegar a lo que los dos deseaban. Sin embargo, en un momento del confuso camino, él decidió dejar de lado su expectativa. No se hizo más preguntas, su protector interior le insufló enorme serenidad, y procedió…

- ¿Y entonces? – preguntó Él con suavidad, mientras una sonrisa leve que inspiraba paz y tranquilidad se iba dibujando en su rostro, a la par que se giraba y apoyaba su codo derecho sobre la almohada. Giró la cabeza para mirarla a Ella a los ojos – No creo que estemos divirtiéndonos con este noticiero… -.

Cada palabra que él emitía tenía una seguridad incuestionable. Su voz, demasiado estentórea para sus escasos diecisiete años, afianzaba lo anterior. No le hablaba a Ella con énfasis, más bien lo hacía con suavidad y dulzura. Antes de terminar de hablar en ese momento, fue moviendo levemente su mano izquierda y, con las yemas de sus dedos fue rozando con suavidad la mano izquierda de Ella, subiendo, lentamente, por la parte superior de su antebrazo.

- Yo realmente prefiero contemplarte y, por qué no, atreverme, arriesgarme – continuó Él, sin desentonar, y subió su mano hasta la mejilla izquierda de Ella, para acariciarla con lentitud. Después, acercó su rostro y, con la misma lentitud y suavidad, besó sus labios.

Ella no se rehusó. Inesperadamente, Ella, quien era más avezada en esas lides, no tuvo palabras para responder a lo que Él había dicho y hecho; su respuesta fue mejor que anclarse en comentarios sobre el noticiero, el cual iba concluyendo y, luego de varios besos acalorados y convergentes, la concurrencia se reagrupó, porque los dos amigos restantes retornaron a la casa.

La tarde era bastante cálida, pero Él, minutos más tarde, mientras bajaba por la prolongada calle, rumbo a su hogar, sentía tanta frescura y sosiego que no se percataba del entorno. Sus amigos esperaban historias de lo ocurrido, pero Él no dio detalles. “Nos quedamos viendo noticias y ya, nada más”. Ellos indagarían, y Ella tal vez lo contaría, tal vez no. 

No hay comentarios: