sábado, 24 de mayo de 2008

CARTA - DECLARACIÓN JURAMENTADA

Nadie me pidió que escribiera sobre lo que hice. Es más, no me importa qué tipo de reacciones puedan tener quienes lean esto. Simplemente se me dio la gana hablar del "crimen" que cometí. Y lo pongo entre comillas porque la verdad ya no me arrepiento. Quizá nunca me arrepentí; es más, dudo que lo haga algún día.
Creo que antes de cometer este acto - que yo denomino de limpieza, pues purificó mi ser, el cual estaba perturbado y atormentado en enormes proporciones - sentía miedo, temor... angustia... inseguridad... en fin, un montón de cosas, de pensamientos, de ocurrencias que pasaban por mi cabeza en los días previos al "acto". Enumerar una por una cada una de estas "cosas", me es complicado, es probable que en esta nota no lo haga, pero intentaré ordenar todos los pensamientos acorde a lo que recuerdo de aquellos días.
Creo también que liberarme de un montón de angustias y perturbaciones que me acosaban no puede ser llamado crimen. Nadie puede juzgarme por mi acto, o mejor dicho, no debería hacerlo porque el hecho de cuestionarme es caer en un enorme y empalagoso "tufo moral".
Sí, maté a mi "compañera sentimental". La maté porque estaba harto de muchas cosas, la empezaba a odiar pues sabía que me estaba engañando con otro hombre, pero además de ello, porque cuestionaba sobremanera cada uno de mis actos. Explicar todo el proceso desde que la conocí hasta el "desenlace" no vale la pena, pienso que es innecesario. Simplemente lo único que aquí debe saberse y que yo debía decir es que la maté por adúltera, por mentirosa, por traidora. La maté siete meses después de saber que me engañaba, y me di cuenta porque una vez la escuché hablando por teléfono de manera muy "cariñosa" con alguien. Decidí seguirla de manera encubierta, y cuál no fue mi sorpresa al verla entrando a un motel con otro hombre, un miserable que me doblaba en edad. De ese también me hice cargo antes de entregarme en la inspección. Pienso que vivir sin pene es mejor castigo que correr la misma suerte que ella corrió: la muerte.
Después de haberme enterado del acto de infidelidad del cual era víctima, decidí callar. En mis días de silencio comprendí el por qué de la actitud esquiva y distante que ella había estado manejando por un largo tiempo. Comprendí los besos en público que me esquivó, las caricias negadas, los desplantes casi diarios, las negativas a hacer el amor... en fin, tantas cosas, que ahora no comprendo por qué no la maté antes.
Pero actué de manera represiva consigo mismo. Silencié y ahogué mis angustias, mi dolor, mi rabia y mi frustración. Y, de manera paradójica, empecé a amarla aún más... la anhelaba en las noches de sexo desenfrenado, desvivía por sus besos, me emocionaba totalmente al verla, mi razón se perdía cuando estaba junto a ella.... llegué a creer que estábamos dándonos una segunda oportunidad. Pero sólo era hasta después del acto sexual cuando razonaba nuevamente, reaccionaba, retornando a mi estado racional, donde poco a poco, con mucho dolor y con cierto remordimiento previo, comprendía, clarificaba, me convencía cada vez más que ella debía morir, y que yo era el elegido para oficiar como el instrumento de su muerte.
Pienso que una manera de asesinar adecuada para estos casos, es a puñaladas. Matarla a tiros hubiera sido muy instantáneo, muy fugaz. Yo quería sentir ese momento, esa fuerza iracunda en mi ser, ese calor abstracto en mi sangre, palpitando al son de unas entrañas hirvientes, hijas de la impotencia producto de un engaño, de una desolación, de una frustración constante...
Al rememorar tal sensación, me alegro, y me convenzo que arrepentirme sería un acto de torpes, de insensatos, de inconscientes. Me place haberla matado, no por el placer de matar, sino por hallar la purificación de mi ser enfermo... estaba enfermo de sentimientos nocivos que me iban a destrozar... de todas maneras alguno de los dos tendría que sacrificarse, ella o yo. Alguna vez pensé en suicidarme, pero luego comprendí que no descansaría de tal manera. Por ello fue que esa noche en que hicimos el amor en el motel donde nos acostamos por primera vez, llevé a cabo el final de su vida. El cuchillo que tenía en mi maleta era suficiente para segar de un tajo lento y certero toda esta agonía dual que nos acosaba. Irónico "tajo", lento, pero era un acto que sólo tenía una oportunidad de ser efectuado, y no quería que fuera algo tan rápido, como ya lo he dicho arriba. Cada golpe, cada puñalada era exorcismo, era liberación, pero de una forma casi curiosa, hoy no puedo recordar el rostro de ella en su momento... quizá es producto del furor, del éxtasis que me acogió en el instante.
Después de dejarla muerta en la habitación, le dije al recepcionista que ella se había quedado dormida, que yo ya me iba. Tenía tiempo suficiente para darle un obsequio inolvidable al "amante" que ella tenía. Aquí no contaré como acaeció la defenestración de aquél, cometida bajo mi mano, pero sí es claro que él me recordará cariñosamente.
Yo, por mi parte, procuraré algún día salir de aquí, para vivir tranquilamente con alguna mujer que quiera estar conmigo y darnos mucho, mucho amor... la condena es de unos quince años, estaré listo para ese entonces.

2 comentarios:

Flako dijo...

uyy mortal de las hue... está excelente, definitivamente tenés el talento para trastornar los hachos diarios y convertirlos en un excelente relato, yo iba a escribir anoche pero llegué muy tarde a la casa y lo que hice fue echarme a dormir... quedo pendiente de la réplica!

Loko dijo...

jajaja, una renota parcero muy bueno, exelente