sábado, 1 de octubre de 2022

Remezón

«Miércoles, octubre 28 de 1936

Hoy volví a escribir, después de meses y meses sin hacerlo o, al menos, sin que ello fuera un mero proceso de mis pensamientos o de traducir las sensaciones que se generan en tantos momentos. La razón de este impulso se verá después.

Como por variar, volví a Medellín, esa es la rutina. Salí en tren, desde Puerto Berrío, ayer en la mañana. El viaje estuvo largo, como por variar, pero al menos no hubo contratiempos. Me bajé en la estación Bosque y subí caminando a donde mis primos, allá es donde me suelo quedar un par de días, para retornar otra vez al puerto.

La volví a ver. Está hermosa, como siempre, no hay novedad en ello. O quizá sí hay novedad y ese “siempre” más bien parece la tonada trillada de una canción repetida y repetitiva, entonces estoy errado y, realmente, ella está más hermosa cada vez. Me sigo perdiendo en sus ojos por un rato, lo que también pone en riesgo la claridad de mis ideas, aunque logro disimularlo.

Su rostro, tan fino, sus labios color rosa, tan apetecidos… Su piel, tan lozana… Y, sobre todo, su determinación, tan evidente. No ha habido instante en que no sienta la fuerza enorme que ella transmite en cada palabra, en cada gesto, porque lo expresa de muchas maneras. Hemos tenido algunos roces gracias a ello y, aun así, mi fascinación no se reduce… Lo descrito se acompasa con su dulzura y sentido de fascinación frente a lo más elemental, a eso que pareciera sencillo y rutinario. También he visto su fragilidad, sus miedos, su ira, y retorna la dulzura, naciente en su corazón, no la puede disimular, abarca todo su ser… Ella no logra controlarla, pero yo ya la he visto. La he sentido.

Hay un choque de universos cuando nos encontramos físicamente. Conversamos mucho, pero hay un lenguaje superior a nosotros; todo alrededor se desvanece y quedamos solamente los dos. El tiempo se fragmenta y ella permanece para mí. En los momentos en que estamos físicamente distantes, cuando comienzo a imaginarla en su rutina, a evocarla, ocurre un estallido en mi ser, un clamor enorme, le estoy llamando con la mente, quiero que esté cerca, que nuestros universos colisionen, sin más. Tengo la plena certeza de que, en el mismo instante, ella está sintiendo lo mismo. Es mi apuesta, mi creencia, pero no lo dudo, ahí me sostengo.

¿Cuándo la volveré a ver? No lo sé. Espero que ocurra pronto. Mientras tanto, la sigo dibujando mentalmente, miro hacia el horizonte, durante los largos viajes en el tren, perdido en el variopinto paisaje, y la veo. Mi corazón se estremece al imaginar la consolidación de los sentimientos recíprocos.»

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