domingo, 18 de mayo de 2008

Otra manera de empezar "El Imbécil"

Horacio miraba distraídamente el cielo, recostado sobre una pequeña pradera del parque de su barrio. Las nubes se paseaban lentamente a través del cielo, que se antojaba pintarse de un profundo azul. Pronto sería de noche. "Qué tal que las nubes tuvieran vida propia? Llovía entonces porque el cielo estaba triste? Hacía sol porque estaba enojado? Cómo sería entonces el cielo cuando estaba contento?". Aquellos insulsos pensamientos le ocupaban, sin embargo, la mente, y lo alejaban de auqellos pesimistas pensamientos que le asaltaban a cada momento. Recién había terminado con su novia, a la cual había adorado sin cesar hacía pocos meses, pero ya era un hombre "desgraciadamente libre", como lo solía pensar frecuentemente.

Y es que para Horacio Orjuela, estar "libre" significaba "no estar" pensando en alguien. Quizá los instantes en los que amaba eran los únicos en los que su mente estaba plena de felicidad, en otro caso siempre terminaba siendo vengativo, cruel, hipócrita e insensible.

Pasos suaves se escuchaban a lo lejos, un crujir de hojas que le transportaba hacia el pasado, pocos meses antes, cuando ante ese mismo parque le había declarado su amor a Lorena, su ahora ex-novia...

Sorprendido se sintió cuando, dejando de ver las nubes, dirigió la mirada hacia aquella mujer morena que se acercaba, estoy en un déjà-vu -pensaba-, se frotó los ojos, era de nuevo Lorena. Se veía triste, sus ojos parecían platos llenos de agua hasta el punto de querer desbordar. Ella se acercó corriendo...

Horacio reaccionó asustado. Las nubes se seguían moviendo plácidamente por el azul rey del cielo ya nocturno. "Quizá soñé despierto", pensó, pero sin darle demasiado crédito a sus pensamientos. Aún estaba poseído de amor. Había cometido ya dos errores en este año. El primero, haber conocido a Lorena Llanos; y el segundo, traicionarla justo cuando ella lo adoraba...

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