jueves, 29 de septiembre de 2022

Amigo amado

Van muchísimas madrugadas en las que él se despierta repentinamente… Suele ser entre las dos y tres de la mañana. Lo veo pálido, con unas ojeras bastante evidentes y la mirada vidriosa. Él me lo ha tratado de describir de manera bastante detallada, y yo hago mi lectura de la situación. Infiero que, en esos instantes, emerge una angustia enorme, danza desordenada de sensaciones agobiantes, festín acalorado que mece con vertiginosidad el estómago. Luego, sin irse de él, se va apoderando de todo el espacio que lo circunda… Es una mancha rojiza que va acaparando la habitación. Es que me ha repetido tanto su sentir, su malestar, que prácticamente pareciera que yo lo siento igual. Pero no. Es él, no yo. Yo solo lo acompaño por momentos y tal vez las vigilias nocturnas en que hemos compartido han sido pocas. Pese a ello, nos mantenemos muy unidos y casi todo el tiempo estamos pendientes el uno del otro, pero siento que hay una descompensación en esta interacción… Él no parece preocuparse mucho por mí. Creo.

Hemos reñido muchas veces y sé que el odio recíproco también ha franqueado nuestro camino en diferentes momentos. Yo he tenido paciencia, pero es complejo.

Creo que la comunicación entre ambos ha sido difusa, que él no me ha escuchado muchas veces, pero también sé que sufre por ello y se ha lamentado tantas veces que ni le llevo la cuenta. He evitado echárselo en cara, si lo hago quizá lo atribularía aún más de lo que veo que ya está… De lo abrumado que ha estado durante toda su vida.

En otros tiempos, logré rescatarlo de situaciones donde sus tribulaciones hubieran sido trivialidades al lado de los enormes errores que estaba por cometer. Tal vez él lo reconozca, pero con una sutileza tan fina que, si yo no le conociera, pensaría que es un soberbio desagradecido.

Soy un gran amigo, él lo sabe, de eso estoy seguro. También, a pesar de ese odio al que me referí, creo que lo amo con una fuerza enorme. Sí, eso es amor, amor gigante por un amigo, por un fraterno con el cual hemos compartido casi toda una vida.

Han pasado por lo menos tres meses desde que escribí las líneas anteriores. Es tan fuerte la conexión con este fraterno mío que hace unos pocos días, en una de esas tantas madrugadas, lo sentí despertar de sobresalto, habitual rutina. Sentí su angustia gigante de una manera vívida, como si me estuviera pasando a mí: el monstruo creciendo otra vez, atiborrando el espacio y él, aturdido, intentando agazaparse en otras ideas que no le perturben… Ni siquiera me ha contado qué es lo que piensa, pero ya me he dado cuenta qué le ocurre… Estoy fuertemente agobiado y ha emergido, en mí, una enorme compasión por él, mi fraterno…

Esa madrugada que relato, me levanté de la cama, seguí pensando en él, en sus tensiones, en su angustia, en sus tribulaciones… En sus errores de toda la vida, en su necedad. Me dio rabia… Pero la compasión gigante arrasó con ese sentimiento. Estoy fuertemente conmovido por él.

Comencé a buscarlo por toda la casa, pero no lo veía. Al parecer había salido, hasta que lo encontré, mirándome de frente, al otro lado del espejo.

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