martes, 27 de septiembre de 2022

(De marzo 7-2008)

 La realidad infranqueable se posó esta noche en mi cuarto… El ave negra y oscura del final batió sus alas y detuvo su vuelo en mis lares. Ya es tarde para lamentar; de un idilio otrora sublime e inimaginable, quedan ruinas, cenizas que el viento del olvido se llevará. Tus lágrimas no enjugaré más, tus sonrisas no serán de mi expectación; ya tu mano no voy a tomar… Aquella plaza donde juntos compartimos tantas cosas permanecerá; la banqueta esa, los árboles, los borrachos, los viciosos, los niños jugando y cualquiera de los transeúntes de allí, alguna vez testigos de este sentir, continuarán sus vidas. La banqueta será ocupada muchas veces más, una pareja de enamorados en ella se besará, un borracho resentido —pero finalmente resignado— en ella se sentará, el vagabundo incomprendido allí a su sueño insatisfecho placerá por pocos instantes… Todo seguirá igual.

El viento del olvido eliminará esa toxina que entró en mi cuerpo al respirarte, al sentirte en mi piel, penetró hasta los huesos y envenenó mi sangre… Veneno placentero, muerte lenta pero agradable… Alucinando me encontré, paseando en un jardín de flores hermosas, apasionado sin pensar, disfrutando los segundos veloces del reloj indolente, de ese tiempo que no perdona.

Un eco lastimero abarcó todo el lugar… Repetióse en la penumbra y en la luz, rompiendo las barreras de lo bueno y de lo malo, retornando al trasegar… Ya te vas, tranquilo te despido, la sentencia se dictó, quedan pocos segundos, instantes cada vez más tenues, pálidos y sin sentido.

Prometí tomar mis maletas y marcharme en cuanto ocurriera. Así ha de ser, así había sido pactado; ahora solo quiero dejarte la rosa, pálida y perecedera, del sentir que se forjó entre ambos… Quedó debajo de la almohada, sí, esa misma, donde nuestras cabezas se juntaron y soñaron tantas cosas, donde nos inventamos la casa grande con hamacas, con el prado hermoso y la vista hacia las montañas, los niños felices jugando, el perro grande ladrando de alegría… Sí, la almohada del mismo lecho donde tantas veces estrechamos nuestros cuerpos, nuestros sexos, nuestras alegrías y tristezas, nuestras esperanzas, nuestros desfallecimientos… Aún persiste el aire de aquéllos tiempos, aún permanece el aroma de nuestros seres soñando, amando, llorando, retozando… Dejé la alcoba organizada, como tú querías…

Parece que alguien hubiera muerto en la casa, pero no es para tanto… Quiero que conserves la rosa pálida y perecedera hasta que ella se desvanezca con el tiempo que castiga, ese que no perdona y que no tiene miramiento alguno hacia nadie… Quiero compartirte la alegría que ha quedado, la tristeza que llega y a la vez se marcha… Quiero regalarte el último instante antes de tomar mi equipaje y cruzar la puerta grande de la calle, la misma que decoramos juntos esa noche navideña, que cruzamos, felices, tantas veces… Ahora es fría, triste, dura. Es la puerta grande de la salida.»

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