martes, 27 de septiembre de 2022

Los altos costos del egoísmo (de agosto 9-2018)

«Aranzazu, Caldas, marzo 7 de 2015.

No sé con exactitud cómo comenzar este escrito, que hice pensando en ti. Han pasado tantos años...
Estoy seguro que reíste aquella tarde de 1994 mientras leías mi carta anterior, la última que, hasta hoy, te había enviado, en la que te hablé del gato que tendríamos cuando viviéramos juntos. Hoy, después de tantos años, tal vez poseído por el licor que sí nos aclara la mente, que nos da la investidura de la sinceridad, vuelvo a escribirte. Hoy vuelvo a merodear aquellos lugares donde fuimos realmente felices, y me doy cuenta que me faltó arrojo e inconsciencia para emprender una lucha sincera y verdadera por ti. Tú no eras entonces feliz con él. Hoy tampoco lo eres, y no necesito verte ni escucharte para saberlo. Lo siento y me basta.
Evitaste reconocer todo lo que sentías. Todo era fácil para los dos, finalmente, porque la fuerza de la correspondencia, de la reciprocidad, haría el trabajo por ambos; pero nos faltó hablar y destruir los castillos que cada uno, en su egoísmo, había construido.
Fuimos crueles. Nos llevamos por delante a personas valiosas. Pasamos por encima de ellas; lo peor: aún estamos allí. Y más grave aún: estamos tú y yo, pero no nos vemos. Hay un muro de un vidrio opaco que nos separa; ambos creemos que es sólido, irrompible, pero bastaría con golpear suavemente para enterarse que podemos ratificar nuestro encuentro predestinado. Para mí todo se vuelve más aciago al saber esto, y me atormento con cuestionamientos; dudo por ti, me aterrorizo al pensar que tú ni siquiera sabes eso que yo hace tiempo he descubierto.
Tantos años... Y todavía martillan tus palabras en mi cabeza, en mi corazón. Tu confesión, esa revelación en la que reconocías que en tus encuentros íntimos con él la imagen que anhelabas e imaginabas era exclusivamente nuestra unión corporal. Te lo digo, yo nunca quise que quebrantáramos tantas cosas sublimes que en nuestro egoísmo construimos, pero por egoístas el precio a pagar tenía —y tiene— que ser caro.
Hoy no te escribo porque busque una mera satisfacción física. Quizá en la juventud había algo de ello, y eso quise creer, pero eran, y son, los sentimientos, los que me empujaron a buscarte. Fue difícil ubicarte, pero lo logré. Todavía creo en el encuentro que ocurrirá entre ambos, y no lo temo. Lo deseo, siempre lo he deseado. Sé que tú también.
Esta no es, tampoco, la evidencia de una obsesión; si así fuese, te hubiera sofocado con hostigamiento durante todos estos años y no sería hoy un fantasma, un espectro que te asusta en los momentos de introspección. Sí, eso te ocurre y lo sabes, así como a mí tantas veces me ha pasado.
Nos reuniremos, más temprano que tarde, lo sé. Y lo sabes. No lo temas más, porque cuando llegue ese momento, ambos caeremos en un sopor que nos impedirá reaccionar, y solamente podremos responder al deseo, a los sentimientos recíprocos que, por el magnetismo que nunca se rompió, nos llevó allí.
Con los sentimientos de siempre, para ti. Por ti.»

No hay comentarios: