martes, 27 de septiembre de 2022

El 14 (de julio 29-2018)

 Tenía dos opciones para llegar al colegio: el bus 14 o el 16; usé el segundo durante toda la primaria; mientras este pasaba por Bolívar —en frente de la casa—, el otro subía por la calle 81; ambos vehículos eran unos clásicos para la época y, como niño, siempre era deslumbrante cuando, por alguna razón que desconocíamos, nos cambiaban el transporte y aparecía otro modelo diferente.

Don Guillermo era el chofer nuestro; no era, simplemente, el operario de esa mole de latas, tuercas, tornillos, líquidos, madera y cuero. Para mí era como ese protector, “un papá” durante la media hora que duraba —aproximadamente— el recorrido. Aún recuerdo sus facciones: algo robusto, con sus gafas y bigote, y una manera respetuosa —pero descomplicada— para expresarse; era alguien con sentido del humor, con frases algo poéticas y refranes muy ajustados para cada momento; ahí deduje, más bien estimaciones mías, que gustaba de la música bohemia y tal vez de los etílicos en sus tiempos libres.

El bus de don Guillermo era un Dodge D-600, tal vez modelo 1970, y el 14 era un Ford B-series de 1961, conducido por don Leonardo, otro personaje cuya amabilidad se evidenciaba en el mero saludo; también se evidenciaba en él un talante cálido y cordial. Recuerdo su cabello casi rojizo, ensortijado, peinado de lado y fijado con algún gel; sus camisas de señor, con pantalón de paño y mocasines; la piel blanca, que parecía más rojiza; de alguna manera evocaba a una especie de “señor de cantina tanguera”, hasta con rasgos extranjeros, narizón y ojos con ojeras; siempre sonriente. Una vez viajé en su ruta, porque perdí el 16 a causa de un pequeño motín en el que estuve casi una semana sin ir a estudiar (no quería volver al colegio)... Pero esa es otra historia.

A finales de 1996 se nos notificó que el colegio no contrataría más los servicios de los siete buses que habían transportado durante varios años a la mayoría de los estudiantes. ¿La razón? No la supimos, y la mayoría lamentamos con tristeza el enterarnos que para el año siguiente nuestro chofer no sería don Guillermo. Especulábamos, parecía que don Javier, el líder de todas las rutas, había tenido diferencias con las dueñas y administradoras de la institución, aunque esas son elucubraciones, y con más de veinte años transcurridos tal vez tenga poco sentido averiguar sobre el tema. Creíamos que podíamos hacer algo para remediar la situación, para que don Guillermo no se fuera; imaginábamos alguna forma de conspiración y alegábamos injusticia.

En 1997 lo advertido ocurrió; llegó otro bus diferente; el primer día era una “piragua” (Ford f-600) “reciclada”, y le digo así porque la recuerdo de mis primeros años en el colegio; ese bus fue el 17, y tenía varias particularidades, una de ellas, bien especial, era que contaba con una puerta para pasajeros —de dos alas— ubicada justo al lado del asiento del conductor; la otra era su marcado estado de desgaste, pues había algunos orificios en el suelo que permitían observar el pavimento y una silletería desvencijada. Siempre me causó simpatía ese vehículo y, en el momento en que funcionó como ruta para nosotros ya la denominación no era con números; era el “V”; ya no tenía aquellas aberturas en el piso y las sillas eran reclinables y más cómodas, además de tener cortinas en las ventanas; aun así pude reconocer el bus y me alegré. Sin embargo, días después el vehículo cambió por otro del mismo modelo. Hubo rotación de choferes, hasta que designaron a un señor llamado Ignacio, quien era tosco y soez en sus palabras, pero, finalmente, una persona amable; simplemente su estilo era más rústico para lo que estábamos acostumbrados. Fue el conductor de todo el año.

Recuerdo que don Leonardo sí continuó con el 14 —y el mismo Ford 1961— más nunca supe qué letra designaron a su recorrido. Me alegró saber que seguía en el colegio. Ya finalizado 1997 también terminaba mi ciclo de primaria, y por ello mi rumbo académico se dirigió a otra institución. Como aún vivía en el mismo barrio, podía observar las rutas transitando por la 81 y la 51; no me desconecté totalmente de las cotidianidades ocurridas en el colegio, lo que me permitió enterarme de algunas noticias relacionadas. Alguna tarde, leyendo prensa, me enteré del vil y triste asesinato de don Leonardo, en la zona de Manrique, mientras transportaba a algunos estudiantes. Nunca supe por qué ocurrió esa situación lamentable. En esa misma época me contaron que don Javier, don Guillermo y don Leonardo eran hermanos... Los hermanos Alzate. Ya don Guillermo trabajaba como conductor de bus para otro colegio y, una vez lo vi, subía por la 81; junto con mi mamá lo detuvimos para saludarlo y le expresamos nuestras condolencias.

Una mañana sabatina me hallaba paseando por San Pedro, y en un parqueadero de la periferia municipal avisté al 14. Estaba abandonado, en un lugar que yo, de inmediato, sentí y pensé que no le correspondía.»

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