martes, 27 de septiembre de 2022

"Bobo grande" (de julio 30-2018)

 Sus reacciones violentas, acompañadas de palabras soeces sorprendían demasiado, pues su actitud solía ser dulce y respetuosa; cariñoso con los allegados y las maestras y abundante en ternura con los animales y las maravillas de la naturaleza; solo que la belicosidad era el resultado inminente tras las constantes acometidas efectuadas por varios de sus compañeros: golpes, bofetones, lanzamiento de líquidos “impuros” (orín humano, entre otros) y burlas verbales asociadas a su apariencia. Era un rubio sietemesino, de estatura monumental para sus nueve años de edad; rubio, y con gafas culo de botella, siempre usaba un pantalón de paño en lugar del convencional jean correspondiente al uniforme escolar. En otras palabras, era un ejemplo de anacronismo, que se terminaba de completar con la correa de cuero de enorme hebilla y los zapatos que parecían de cualquier persona, menos de un niño. Era Felipe Correa, el “bobo grande”.

Julio Ladino, uno de los “abuelos” —así llamaban a aquellos que tenían una edad que superaba, por un par de años, al mínimo requerido para estar en cada grado— era el principal perpetrador de las acciones degradantes contra el compañero mencionado. “Un moreno malicioso y marrullero que fue capaz de contrabandear ron un día de fiestas colegiales”, diría muchos años después, ya septuagenario, en un asilo decadente de la ciudad, John Bolívar, uno de sus compinches en las pilatunas. Ladino se jactaba pues de su habilidad para aprovechar las debilidades ajenas, para asumir que era mejor que los demás, y que le bastaba con solo burlarse de eso que consideraba “defectos” en la gente.

Tal vez Felipe tuvo demasiada paciencia, la cual logró durar unos seis meses, porque, una tarde de marzo, mientras tomaba un refresco, fue aturdido por un golpe seco que alguien asentó sobre su oído derecho, lo que le hizo perder el equilibrio, caer y lesionarse un brazo, pues su amortiguador fue la botella de la bebida que disfrutaba. Varios de los hoy veteranos condiscípulos recuerdan que pudo ponerse de pie rápidamente y que Julio no alcanzó a reaccionar con la misma velocidad para repeler la réplica contundente de Correa, porque la risa, bullosa y triunfalista, nunca le dio tregua a la inteligencia. El trágico desenlace acaparó la atención de los medios en la región; la rudimentaria emisora del pueblo, y los dos incipientes periódicos de la capital, dedicaron espacios prolongados a la historia. El escándalo ocasionó el cierre de la escuela y tuvieron que pasar varios años para que se estableciera una institución encargada de velar por la formación académica de los niños.»

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